El insigne compositor español José Luis Perales escribió...
"Que canten los niños que viven en paz
Y aquellos que sufren dolor;
Que canten por esos que no cantarán
Porque han apagado su voz".
Neverland es la isla de ensueño.
Día a día llegan los v...
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Un famoso orador dijo: “Quema tu pasado”
Matt temblaba asustado y casi sin aliento, oculto entre los escombros y la oscuridad del recinto donde su hermana le había ordenado esconderse.
No sabía qué le aguardaba en aquel lugar, ni siquiera si Brianna seguía allí afuera, buscándolo. Si seguía con vida.
Ojalá que así fuera.
Esperaba verla en la ribera para escabullirse en el barco que los llevaría lejos de ahí.
Le aterraba la idea de quedar atrapados en aquella isla infernal en la que habían sido recluidos.
Una pregunta martillaba su cabeza y le hacía divagar hasta ensimismarse aún más que de costumbre.
¿Qué lo alcanzaría primero: el fuego o… sus asquerosos perseguidores? Prefería el fuego antes que a ellos.
¿Pero en qué andaba pensando? Debía salir pronto de allí. En algún momento lo encontrarían y sería su fin.
No obstante, prefería morir peleando antes de ser presa del horror del que ha sido testigo por tantos años.
Hoy sería su iniciación, su “debut” en aquel circo de la muerte, toda la ciudad esperaba ver a la nueva adquisición. A la nueva mascota.
Porque eso eran todos los que llegaban allí.
Mascotas para divertir a los poderosos. Títeres que eran manejados por las cuerdas del horror.
Pero la nueva mascota de Neverland, había causado revuelo.
Sus ojos se adaptaban con rapidez a la obscuridad y sus ropas negras, que cubrían todo su cuerpo, le facilitaban camuflarse. Pero su olor lo delataba.
Olía a miedo.
Y los perros podían oler el miedo.
No sabía quiénes eran las bestias ¿si los perros salvajes o los hombres que los amaestraban para capturar a sus presas?
Un solo rasguño de esos animales y pasaría una semana en el hospital con mal de rabia, eso si no lo asesinaban primero.
La luz de una linterna se proyectó muy cerca de él y barrió todo el lugar.
Su corazón se desbocada dentro de su pecho que subía y bajaba descompensado, tuvo que ponerse las manos sobre su boca para ahogar su propio aliento acelerado, el temor de que lo tomaran por sorpresa y lo arrastraran por las calles de la ciudad de vuelta al espectáculo se cernía en el aire, volviéndolo espeso y enrarecido.
