6) Al día siguiente...

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Al día siguiente, Aliyah despertó con los primeros rayos del sol que entraban suavemente por la ventana de su habitación. Se estiró bajo las sábanas, sintiéndose renovada y con una ligera ansiedad por lo que el nuevo día traería. No había sido fácil adaptarse al colegio en Holanda, pero sentía que con cada día que pasaba, las cosas mejoraban un poco.

Se levantó y, como siempre, realizó su rutina matutina. Antes de nada, realizó su oración de Fajr, la primera del día, que le brindaba la calma y claridad que necesitaba para comenzar. Después de esto, se preparó para ir a clase   ( Abajo os adjunto foto de su outfit). Al bajar a la cocina, su madre ya había preparado un desayuno sencillo: pan tostado con aceite de oliva y un té verde, al estilo marroquí.

 Al bajar a la cocina, su madre ya había preparado un desayuno sencillo: pan tostado con aceite de oliva y un té verde, al estilo marroquí

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—Buenos días, Aliyah. ¿Dormiste bien? —preguntó su madre mientras colocaba el pan caliente sobre la mesa.

—Sí, mamá. Gracias, me siento mucho mejor —respondió Aliyah mientras se sentaba—. Hoy tenemos clase de economía, estoy bastante emocionada por eso.

—Me alegra escucharlo. Ya sabes, lo importante es que encuentres algo que te guste para que te sientas más cómoda en este lugar —dijo su madre con una sonrisa tranquilizadora—. Y no te olvides de ser amable contigo misma. Todo a su tiempo.

Aliyah asintió, agradecida por las palabras de su madre. Sabía que estaba haciendo su mejor esfuerzo por encajar y aprender el idioma, aunque a veces se sintiera agotada por tantos cambios. Después de desayunar, se despidió de su madre y salió de casa, lista para afrontar el nuevo día.

El camino hacia la estación de tren era tranquilo. Había aprendido a disfrutar de esos momentos sola, donde podía pensar sin prisas. Mientras caminaba, revisaba mentalmente algunas de las palabras en holandés que había aprendido en la clase de idioma del día anterior. Sabía que si quería integrarse mejor, dominar el idioma era esencial.

Al llegar al colegio, Aliyah se dirigió directamente a su casillero. El bullicio en los pasillos la hizo recordar que hoy sería un día agitado. Tenían un examen de economía, lo que añadía un poco de presión. Sacó los libros de su casillero y se dirigió a clase. Al llegar al aula, encontró a Emma y Sofía ya sentadas en la parte de atrás, hablando animadamente.

—¡Aliyah! —la saludó Emma con una sonrisa—. Ven, siéntate con nosotras. Estábamos repasando algunas cosas para el examen de hoy.

Aliyah sonrió y se acercó, agradecida de tener a alguien con quien estudiar y repasar. Se sentó a su lado y sacó su iPad para unirse al repaso.

—¿Estás lista? —preguntó Sofía—. No es un examen muy difícil, pero los gráficos pueden confundir un poco.

—Sí, he estado repasando en casa —respondió Aliyah, aunque no podía negar que tenía un ligero nerviosismo.

Emma sacó su iPad y mostró una gráfica que habían estudiado en clase.

—Mira, aquí tienes que fijarte en cómo las curvas de oferta y demanda interactúan. A veces, solo con un pequeño cambio en la oferta, el precio cambia bastante. Si entiendes esto, estarás bien —explicó Emma con entusiasmo.

Aliyah asintió, agradecida por las explicaciones de Emma. A pesar de que le gustaba economía, todavía tenía que esforzarse un poco más debido al idioma. No obstante, cada día se sentía más segura.

La clase comenzó y el examen fue repartido por el profesor. Aliyah miró la hoja frente a ella, repasando las preguntas y los gráficos con calma. A pesar del estrés inicial, a medida que avanzaba en el examen, se dio cuenta de que entendía más de lo que había pensado. Gracias a sus horas de estudio y la ayuda de sus compañeras, pudo contestar la mayoría de las preguntas.

Cuando finalmente entregó su examen, sintió un alivio recorrer su cuerpo. Ahora solo quedaba esperar los resultados.

Después de la clase de economía, tocaba un breve descanso antes de la siguiente asignatura. Aliyah decidió salir al patio, buscando un momento de tranquilidad. Se sentó en un banco al sol, disfrutando del aire fresco. Aunque su vida en Holanda seguía siendo un reto, había algo en esos momentos de calma que le recordaban que estaba haciendo lo correcto, que estaba creciendo.

—¡Aliyah! —escuchó la voz de Emma a lo lejos. Emma se acercó con una sonrisa—. ¿Qué tal te fue en el examen?

—Creo que bastante bien. Aunque algunas preguntas me hicieron dudar, pero en general no fue tan difícil —respondió Aliyah, sincera.

Emma se sentó a su lado y asintió con satisfacción.

—¡Sabía que lo harías bien! Eres muy inteligente, Aliyah. Solo necesitas confianza —dijo Emma con un tono cálido—. Además, ya te estás adaptando bastante rápido. En serio, yo no podría haber aprendido otro idioma tan bien en tan poco tiempo.

Aliyah sonrió, sintiendo que esos pequeños elogios la motivaban.

—Gracias, Emma. Intento esforzarme. A veces es complicado, pero poco a poco.

Pasaron el resto del descanso conversando sobre temas triviales del colegio, y antes de que Aliyah se diera cuenta, el timbre sonó de nuevo, anunciando la siguiente clase: holandés.

Aunque al principio las clases de holandés le resultaban difíciles, Aliyah ya no sentía la misma ansiedad que antes. Había avanzado mucho y ahora podía participar más activamente, entender mejor las conversaciones y hasta empezar a leer pequeños textos. En el aula, se sentó cerca de Zahra, la chica con raíces marroquíes a quien había conocido el día anterior. Ambas intercambiaron una sonrisa cómplice.

—¿Lista para otra ronda de holandés? —preguntó Zahra en un tono amigable.

—Más o menos. Pero cada vez se me da mejor —respondió Aliyah con una sonrisa.

La profesora Bakker comenzó la clase repasando frases y expresiones cotidianas que serían útiles en el día a día. Aliyah participó, levantando la mano cuando sabía la respuesta, lo que la hizo sentirse orgullosa de su progreso.

Al final del día, cuando sonó el timbre que indicaba que las clases habían terminado, Aliyah se sintió agotada, pero satisfecha. Guardó sus cosas, se despidió de Zahra y salió del colegio. Al llegar a casa, fue recibida por el aroma de la comida de su madre.

—Bienvenida a casa, cariño. ¿Qué tal te fue hoy? —preguntó su madre, colocándose el pañuelo en el cabello mientras la recibía en la puerta.

—Muy bien, mamá. Creo que hice bien el examen de economía —dijo Aliyah con una sonrisa.

Después de una cena tranquila con su familia, Aliyah volvió a realizar su oración del atardecer, Maghrib, antes de retirarse a su habitación. El rezo siempre le brindaba un espacio para la reflexión y la calma. Mientras recitaba las palabras familiares, sentía cómo todo el estrés del día se desvanecía, permitiéndole centrarse en lo verdaderamente importante.

Después de la oración, Aliyah se sentó en su cama con su cuaderno de holandés, repasando algunas palabras nuevas que había aprendido ese día. Sabía que cada día era una oportunidad para mejorar, tanto en el colegio como en su vida personal. Y aunque a veces se sintiera un poco sola o abrumada, su fe, su familia y los pequeños avances que lograba la mantenían fuerte.

Finalmente, después de repasar, cerró su cuaderno, se arropó en la cama y apagó la luz. Justo antes de dormir, hizo una pequeña súplica, pidiendo por un día igual de positivo al siguiente. Con una sonrisa ligera en el rostro, se dejó llevar por el sueño, sabiendo que, paso a paso, estaba encontrando su lugar en ese nuevo mundo.

De la Soledad al Éxito Donde viven las historias. Descúbrelo ahora