2)El vuelo hacia lo desconocido

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El sonido insistente del despertador rompió el silencio de la madrugada, sacando a Aliyah de un sueño agitado. Abrió los ojos lentamente, parpadeando en la penumbra de su habitación. Era el día. El día en que dejarían España para siempre. El corazón le latía fuerte en el pecho, una mezcla de ansiedad y emoción.

Miró el reloj: 4:00 a.m. A su lado, Yasmine seguía dormida, su pequeño cuerpo acurrucado bajo las mantas. Aliyah se levantó con cuidado para no despertarla y, de puntillas, se dirigió al baño.

Encendió la luz y se miró al espejo. Sus ojos oscuros reflejaban el cansancio y la incertidumbre, pero también una determinación silenciosa. Respiró hondo y comenzó su rutina. Se lavó la cara con agua fría, esperando que eso la despejara un poco.

Después, se vistió con esmero. Escogió un outfit , cómodo para el largo vuelo que les esperaba. Luego, ajustó su hijab con precisión, eligiendo uno en tonos neutros que combinaba perfectamente con su ropa. Mientras envolvía el tejido alrededor de su cabeza, pensó en lo que significaba ese momento. Este sería su último día en suelo español.

Bajó las escaleras y encontró a su madre en la cocina, preparando un desayuno ligero

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Bajó las escaleras y encontró a su madre en la cocina, preparando un desayuno ligero. El olor a té de menta recién hecho flotaba en el aire, recordándole a Aliyah los años pasados en Marruecos, donde su abuela solía hacer lo mismo cada mañana.

—Buenos días, mamá —dijo Aliyah con una pequeña sonrisa.

—Buenos días, hija. ¿Dormiste bien? —preguntó su madre mientras le tendía una taza de té.

Aliyah tomó un sorbo y negó con la cabeza.

—No mucho, estoy algo nerviosa.

—Es normal —respondió su madre, acariciando su hombro—. Pero todo va a salir bien, insha'Allah.

Poco después, el resto de la familia comenzó a bajar. Jad apareció primero, arrastrando sus pies, aún medio dormido. Yasmine seguía con los ojos entrecerrados mientras se sentaba en la mesa.

—No quiero ir —murmuró Yasmine, cruzando los brazos sobre el pecho.

—Lo sé, cariño, pero será una aventura —le dijo su padre con una sonrisa alentadora mientras se sentaba junto a ella—. Todo será nuevo y emocionante. Ya verás.

El desayuno fue rápido y silencioso, y pronto las maletas comenzaron a ser arrastradas hacia la puerta. El coche que los llevaría al aeropuerto ya estaba esperándolos.

—¿Todo listo? —preguntó su padre mientras cerraba la última maleta.

Aliyah asintió, aunque la presión en su pecho se hacía más fuerte. Subieron al coche, cada uno con sus pensamientos en silencio mientras las calles de la ciudad aún dormida pasaban a su lado. Las luces de las farolas iluminaban la carretera y el familiar paisaje español desaparecía poco a poco tras ellos.

Cuando llegaron al aeropuerto, el bullicio de la terminal les recordó que estaban dando un paso importante. Maletas rodando, anuncios de vuelos por los altavoces, gente corriendo de un lado a otro... Era un caos que contrastaba con la tranquilidad de la madrugada.

—Vamos, chicos, tenemos que facturar el equipaje —dijo su madre mientras los guiaba hacia el mostrador de la aerolínea.

Aliyah arrastró su maleta hasta el mostrador, observando cómo la etiquetaban y la enviaban a través de la cinta transportadora. Esa maleta contenía todo lo que había decidido llevar consigo a Holanda: ropa, libros y pequeños objetos que le recordaban a su vida en España.

Tras pasar el control de seguridad, se dirigieron a la puerta de embarque. El tiempo parecía estirarse y encogerse al mismo tiempo. Aliyah se sentía atrapada en un limbo, un espacio entre el pasado y el futuro, sin saber realmente qué esperar.

—Nuestro vuelo sale en una hora —dijo su padre, mirando el reloj y tratando de mantener un tono tranquilo—. ¿Están listos?

Yasmine, que ahora parecía más despierta, asintió con resignación. Jad estaba entretenido con su videojuego portátil, y su madre, como siempre, se veía serena, como si nada pudiera alterar su calma.

Aliyah miró por la enorme ventana que daba a la pista de aterrizaje. Vio los aviones despegar, dejando atrás la tierra, elevándose hacia el cielo con una fuerza que parecía irreal. Pronto, ellos también estarían en uno de esos aviones, dejando atrás la vida que conocían.

Finalmente, el momento llegó. La llamada para abordar resonó por los altavoces y los pasajeros comenzaron a alinearse. Su padre tomó la mano de Yasmine, mientras Aliyah y Jad seguían detrás, cada uno perdido en sus propios pensamientos.

Cuando subieron al avión y encontraron sus asientos, Aliyah se acomodó junto a la ventana. Observó cómo las luces del aeropuerto pasaban rápidamente mientras el avión se preparaba para despegar. Sentía un nudo en el estómago, pero también una pequeña chispa de emoción.

El avión comenzó a moverse lentamente por la pista, y Aliyah cerró los ojos por un momento, susurrando una pequeña oración.

—Bismillah —dijo en voz baja, sintiendo una ola de calma recorrer su cuerpo.

Poco después, sintió la fuerza del despegue. El avión subió más y más alto, dejando atrás el suelo firme. Aliyah miró por la ventana una última vez mientras las luces de España se desvanecían debajo de ellos, convirtiéndose en pequeños puntos de luz en la oscuridad.

Sabía que lo que les esperaba en Holanda no sería fácil, pero también sabía que su familia estaba con ella, y con ellos, siempre encontraría la fuerza para enfrentarlo.

El viaje había comenzado.

Duaa: Rabbi anzilni munzalan mubarokan wa anta khairul Munzilin.
-Surah  Al Muminun ayat 29




Mientras el avión ascendía, Aliyah observó cómo la tierra se alejaba, sintiéndose cada vez más pequeña. La sensación de volar era emocionante, pero en su interior, la ansiedad no desaparecía. Era un nuevo comienzo, pero también un salto al vacío. Se volvió para mirar a su familia: su madre sonreía con ternura, su padre miraba por la ventana con una expresión de determinación, Yasmine estaba pegada a la pantalla de la tableta, y Jad seguía absorto en su videojuego.

—Esto es solo el comienzo, ¿verdad? —murmuró Aliyah, más para sí misma que para los demás.

—Sí, lo es —respondió su padre, que había escuchado su comentario—. Pero juntos, siempre juntos.

Aliyah sonrió ligeramente, encontrando algo de consuelo en las palabras de su padre. Se acomodó en su asiento y miró por la ventana, viendo cómo las nubes blancas se expandían como un mar suave. Se dejó llevar por la belleza del momento y, al mismo tiempo, trató de imaginar cómo sería su vida en Holanda.

El vuelo se sintió como una mezcla de sueños y realidad. La mayoría del tiempo, Aliyah se perdió en sus pensamientos, en visiones de lo que podría ser. ¿Haría amigos rápidamente? ¿Sería capaz de entender las clases en un idioma que apenas conocía?

Después de unas horas, el capitán anunció que estaban a punto de aterrizar. Aliyah sintió una mezcla de nerviosismo y emoción. Mientras el avión descendía, miró por la ventana y vio el paisaje holandés: campos verdes, canales, y pequeñas casas con techos inclinados.

Finalmente, el avión tocó tierra, y Aliyah sintió un suspiro de alivio colectivo en la cabina. Una vez que desembarcaron, la familia se dirigió hacia la zona de llegadas. Aliyah tomó una respiración profunda mientras observaba a la gente alrededor, buscando un semblante familiar en un mar de desconocidos.

—Bienvenidos a Ámsterdam —anunció su padre, con una sonrisa—. Estamos aquí.



Espero que os gustes este comienzo 🤍🫂

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