Capítulo 0 - Prologo

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La noche caía sobre el bosque como un velo de sombras, y la luna llena, teñida de carmesí, vigilaba como un ojo implacable y siniestro. El vasto bosque de antiguos pinos se sumía en la penumbra, envuelto en una niebla blanca y densa, casi onírica, que parecía tener vida propia y olía a humedad y decadencia.

El silencio reinaba, acompañado solo por una quietud sepulcral que helaba la sangre. La ausencia de ajetreos nocturnos era inquietante, como si todas las criaturas hubieran desaparecido, dejando solo una sensación de abandono y desolación. Los árboles crujían y gemían, como si lloraran en la oscuridad.

De repente, destellos lejanos y sonidos vagos quebraron el silencio: ramas quebradas, garras afiladas, fuego y espadas que resonaban en la distancia como un lamento fúnebre. Un aullido lejano se elevó en la noche, haciendo temblar el corazón de la madre.

En una cabaña oculta en lo más profundo del bosque, rodeada de piedras blancas pintadas de rojo, casi como runas de muerte, una mujer envuelta en tules grises escuchaba con creciente preocupación, anhelando el regreso de su amado. Su corazón latía con desesperación, recordando los momentos felices con su ser querido. La cabaña, hecha de madera vieja y olorosa, parecía frágil contra la oscuridad exterior.

Junto a ella, una cuna de madera de manzano mecía a su único hijo, un niño de tres años con piel clara y cabellos negros, símbolo de su esperanza y amor. El pequeño lloraba y balbuceaba, como tratando de decir algo, su voz temblorosa y desgarradora.

Entre las sombras, una mística criatura surcaba, dejando una estela de inquietud, como los silbidos del viento que anuncian una tormenta apocalíptica. Su presencia era palpable, como una niebla fría que se extendía por el suelo.

- Ya, mi niño - dijo la madre, acercándose a la cuna, pero un estruendo rápido y feroz la detuvo. Su corazón se congeló. La cabaña tembló, como si la propia tierra temblara de miedo.

El crujir de la madera resonó en sus oídos como un golpe mortal. Algo andaba terriblemente mal. Un chillido agudo se escuchó, seguido de un rápido golpe que hizo temblar la cabaña. Una húmeda sensación invadió su pecho, como finos clavos ardientes hundiéndose lentamente en su alma.

Al girar, vio aquellos enormes ojos de serpiente a través de un hueco en la pared, brillando con una luz maligna. Su peor temor se había cumplido: la criatura estaba allí; su amado había caído. Recordó el día que se habían separado, y el dolor la invadió.

La serpentina criatura, con ojos rojos y colmillos blancos, parecía sonreír regodeante, disfrutando del terror que inspiraba. Su cuerpo se deslizaba como una sombra, casi sin hacer ruido.

La madre, ya casi paralizada por el ácido veneno, rodó en el suelo, intentando alcanzar la cuna. Con su última fuerza de voluntad, estiró su mano recitando una oración desesperada.

La criatura se lanzó hacia ella, desgarrándola en el acto. El llanto del pequeño inundó el lugar, mezclándose con los gritos de la madre.

La serpentina criatura devoraba las vísceras de la mujer, salpicando todo con una sangre fría y oscura.

- Uno menos, y lo mejor para el final - pensó la criatura, irritada por el escándalo del pequeño.

La criatura se detuvo, mirando al niño con desprecio y hambre. En un súbito movimiento, saltó hacia la cuna, rompiéndola.

Tomó al infante entre sus mandíbulas, apretando lentamente, mientras dejaba caer su ácida saliva sobre la tierna piel. El niño gritaba desesperadamente, su voz desgarradora y angustiosa resonaba en la cabaña.

Justo cuando la criatura iba a dar el golpe fatal, un portazo estrepitoso y un resplandor cegador iluminaron la escena. A través del portal la figura de un hombre grito su nombre!

- ¡EILIAN! -

Finalmente...Despertó.

Trisquel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora