CAPITULO 3

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Ladridos y gritos resonaban en la oscuridad de la noche, mientras los policías avanzaban con antorchas y linternas, buscando desesperadamente a su presa. Los perros rastreadores tiraban de sus correas, olfateando el aire húmedo mientras el sonido de botas pesadas retumbaba en las calles empedradas y los callejones de Nueva Orleans. Alastor se encontraba agazapado, oculto entre las sombras, respirando con calma a pesar de la agitación a su alrededor. Su mente trabajaba a una velocidad vertiginosa, buscando una ruta de escape, un movimiento que lo mantuviera un paso adelante de sus cazadores.

—¡Ahí va! —gritó uno de los oficiales, apuntando hacia el callejón donde Alastor había estado momentos antes.

El eco de los ladridos se hacía cada vez más cercano, pero Alastor sabía moverse entre las sombras mejor que nadie. Mientras el caos se desataba a su alrededor, su mente se desvió por un momento a lo que había llevado a esta persecución. El día había comenzado como cualquier otro…

Más temprano, esa mañana

El sol se asomaba tímidamente en el horizonte, iluminando Nueva Orleans con un suave resplandor dorado. Alastor había despertado en su cabaña, como de costumbre, sintiéndose revitalizado después de otra noche más en la que había saciado sus oscuros deseos. La mañana prometía ser tranquila; nada fuera de lo común. Se preparó su traje habitual, asegurándose de que cada detalle estuviera en su lugar antes de salir a enfrentarse al mundo con su acostumbrada sonrisa radiante.

Caminó hacia la estación de radio, saludando a los transeúntes con su característico entusiasmo. El toque de queda impuesto hacía ya varios meses seguía vigente, pero la tensión en las calles se había aligerado, o al menos, eso parecía. Incluso las noticias de la caída de la bolsa de valores, que había dejado a la ciudad sumida en el caos, parecían un recuerdo lejano, reemplazado por la rutina de la desesperación silenciosa que envolvía a la sociedad.

Al llegar a la estación, Alastor se adentró en su estudio, encendiendo los equipos y preparándose para otro programa de radio. Con una voz encantadora y su estilo jovial, saludó a su audiencia y comenzó a leer las cartas del día, como era costumbre los jueves.

—¡Mis queridos radioescuchas! Hoy tengo el placer de leerles una carta muy especial. —Hizo una pausa dramática, sus ojos escaneando las palabras escritas en la hoja frente a él, mientras mantenía la misma sonrisa radiante.

Aquel día transcurrió como cualquier otro, con Alastor dedicándose a su programa, y luego al anochecer, cumpliendo con su costumbre personal de hacer una visita al bar de Husk. Los tragos fuertes siempre lo ayudaban a relajarse, a liberar esa energía contenida. Sin embargo, esa noche, sentía algo diferente en el aire. Había algo en su interior, una sensación de inquietud que no pudo ignorar.

Al salir del bar, sus pasos lo llevaron, casi sin pensarlo, hacia el callejón donde se había cruzado con su próxima víctima. Un hombre, descuidado y sin idea de lo que le esperaba, se había quedado fuera más allá del toque de queda. Alastor no pudo resistirse. La caza había comenzado y, como siempre, se deleitó en la tortura lenta y meticulosa, dejando el cuerpo sin vida al final de su juego macabro.

Pero esta vez, algo había salido mal. Un ruido inusual, seguido de voces, lo alertaron de que no estaba solo. Un transeúnte curioso había sido testigo de su crimen....

De vuelta a la persecución

Alastor respiró profundamente, centrándose en el presente. Sabía que no podía quedarse mucho más tiempo en su escondite. Los perros estaban cada vez más cerca, y aunque él dominaba las sombras, no podía subestimarlos. Sin hacer ruido, se deslizó hacia la parte trasera del callejón, donde una pequeña ventana de un almacén estaba entreabierta. Con agilidad, la empujó y se coló dentro, cayendo en una habitación vacía.

La Joven Y.....El Gato!?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora