Un golpe seco resuena en el primer piso, un sonido que resuena en su pecho como un presagio ominoso.
"Llegó mamá."
Con un leve movimiento, frota sus ojos y dirige la mirada hacia la puerta de su habitación. Una tenue luz se filtra, formando una delgada línea entre la puerta y el suelo, como una frontera entre la seguridad de su refugio y la inquietante realidad que lo rodea. Sus sentidos se agudizan, cada fibra de su ser en alerta.
"Por favor, no entres."
Agarra con fuerza la suave colcha de su cama, cubriéndose hasta la mitad del rostro, dejando al descubierto solo sus ojos, que brillan con una mezcla de miedo y resignación. Un segundo golpe lo sobresalta, un crujido que parece resonar en las sombras. Un escalofrío recorre su espalda, presintiendo que su madre ha caído en alguna parte de la casa. Con determinación, se levanta de la cómoda cama, su corazón latiendo con fuerza, dispuesto a ofrecer su ayuda, queriendo evitar cualquier posible accidente.
Busca sus pantuflas y se acerca a la puerta, pero se detiene, su mano temblando en el pomo, al escuchar risas masculinas flotando en el aire, risas que no deberían estar ahí.
Hombres nuevamente.
Se da media vuelta y se sienta de nuevo en su cama, apoyando los codos en las piernas, la cabeza entre las manos. Su mirada se dirige con temor a la puerta, y el eco de la música alta inunda el silencio, acompañado por risas que se convierten en gritos ahogados, vibrantes de euforia.
Dos hombres.
Su madre ha traído a dos hombres a casa. El horror se abre paso en su mente. Con una mirada frenética a la mesita de noche, busca sus auriculares, los conecta a su teléfono y sube el volumen al máximo, como si la música pudiera ahogar la sinfonía del horror que se desarrolla en el primer piso. Se recuesta sobre la colcha, cierra los ojos y deja escapar un suspiro, una mezcla de desesperación y resignación. Asegura la puerta de su habitación, un gesto vacío; parece que su madre no subirá esta noche.
Se envuelve en la cálida colcha, abrigándose del frío, pero los ruidos en el primer piso son incesantes, como ecos de una pesadilla. Sus manos se tensan, sus puños se aprietan, y sus ojos se cierran con más fuerza a medida que las voces se vuelven un clamor ensordecedor. Los gemidos se mezclan con la música, transformándose en un canto macabro que le revuelve el estómago. La bilis asciende a su garganta, un ácido veneno que amenaza con liberarse. Se da la vuelta en la cama, quedando de frente a la puerta, y sube el volumen al máximo, como si eso pudiera protegerlo del horror.
Los odios se acumulan en su corazón, pesados como una losa. Odia la vida que le ha tocado, odia al hombre que lo trajo al mundo, un espectro que se desliza en la penumbra. Odia a la mujer que se hace llamar madre, una sombra que se pierde en la oscuridad de sus decisiones. Odia a los hombres que invaden su hogar en la penumbra de la noche, sus risas resonando como ecos de una celebración macabra. Odia el hedor del alcohol y el humo del cigarrillo que impregnan el aire, una atmósfera opresiva que lo ahoga. Odia seguir respirando, pero lo que más odia es ser un maldito cobarde, un prisionero de su propia impotencia, atrapado en un ciclo de horror y desesperación.
Los sonidos de la noche se intensifican, y un grito lejano perfora el aire, un recordatorio escalofriante de la realidad que se desarrolla más allá de su puerta. Su corazón late con fuerza, y una sensación de inminente desastre lo invade, como si la oscuridad misma se estuviera acercando.
¿Qué sucederá si alguien decide abrir la puerta?
Con ese pensamiento, se aferra a la colcha, su único refugio en un mundo que se desmorona, mientras el eco de la risa y el clamor de la noche se transforman en un coro de terror que resuena en su mente. La incertidumbre lo envuelve, y en su interior se pregunta si alguna vez podrá escapar de esta vida, de esta pesadilla que parece no tener fin.
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ATARAXIA
RomanceAtaraxia: De aquello que provoca imperturbabilidad y/o serenidad. Alarick Blake se encontraba en un estado de ataraxia cuando estaba cerca de Ilya Ivanov. Ilya Ivanov sentía tanto, que no sabía que sentir.