Hospital

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Lucía apenas sentía el temblor de sus manos mientras sacaba el celular. La pantalla mostraba un número tras otro de intentos fallidos de conexión. 

—Contesta, por favor... contesta...—pero el tono de llamada resonaba en el vacío. 

Sin rendirse, marcó de nuevo, y esta vez, alguien contestó. Era la voz de Madison se escuchó entrecortada. 

—Lucía, ¿cómo estás? ¿Estás con Brayden?

La única respuesta fue el llanto desesperado de Lucía al otro lado de la línea. Travis, al escuchar la situación, tomó el teléfono. Su voz era seria, como si intuyera lo que ella había perdido.

—Lucía, ven al centro de la ciudad. Rápido—y sin más, colgó.

Lucía se quedó en el mismo sitio, incapaz de moverse, inmovilizada por la impotencia. El mundo a su alrededor se había transformado en un caos. El aire estaba lleno de gritos, llantos, y el rugido de esas... cosas. Pero tenía que seguir adelante. Había una misión que la guiaba: encontrar a su hijo, sin importar las circunstancias.

Con pasos lentos y sigilosos, Lucía comenzó a moverse, avanzando entre las sombras, oculta de los infectados. Las calles, que antes conocía tan bien, ahora eran irreconocibles. Los infectados no sólo eran rápidos, sino que parecían actuar con una inteligencia perversa, como si sus cuerpos muertos recordaran instintivamente cómo cazar. De repente, su mirada se posó en una bicicleta tirada en el suelo, abandonada en medio de la acera. Sin pensarlo dos veces, se subió, sujetando la manilla con fuerza, y comenzó a pedalear hacia el centro, hacia Travis y Madison.

Cada giro del pedal era un esfuerzo, y Lucía podía sentir su cuerpo agotado, pero el pensamiento de Brayden le daba fuerzas. En medio del caos, observó a lo lejos a Travis, quien estaba parado sobre un camión, agitando los brazos para que lo viera.

—¡Lucía! ¡Ven rápido!—gritaba Travis, aunque su voz apenas se oía por el ruido de la ciudad.

Lucía giró la cabeza para ver una horda de infectados siguiéndola de cerca. Tomó aire y pedaleó con todas sus fuerzas, sintiendo cómo sus piernas dolían con cada empuje.

Travis, al ver la situación, saltó del camión, ignorando las advertencias de Madison, quien gritaba desde la cabina. 

—¡Travis, vuelve, es peligroso!

Pero Travis no escuchaba. Con un bate en la mano, corrió hacia los infectados que se acercaban a Lucía y comenzó a golpearles las piernas, buscando debilitarlos y hacerlos caer. El sonido de los golpes resonaba en el aire mientras uno de los infectados, con una voz gutural, murmuraba.

—No... Travis, no me hagas esto...

Travis retrocedió, sus ojos llenos de incertidumbre. Esa voz era familiar, demasiado familiar. Era alguien que conocía, alguien a quien había llamado amigo alguna vez. Sin saber cómo reaccionar, dejó que el bate bajara un poco, aturdido. 

—¿Steve? ¿Eres tú...?

La persona, distorsionada y desfigurada, sonrió con una expresión amenazante, que apenas recordaba a Steve. La voz de Madison sonó como un rayo desde el camión. 

—¡Travis, cuidado!

De inmediato, un infectado se lanzó contra él desde un costado. Travis reaccionó por instinto, girando y golpeando al atacante en la cabeza con el bate. Mientras tanto, Steve, o lo que quedaba de él, comenzó a avanzar, amenazante. Travis no tuvo otra opción. Con un grito de rabia y desesperación, levantó el bate y le destrozó las piernas, viendo cómo su antiguo amigo caía al suelo, incapaz de levantarse.

Travis respiraba agitadamente, su cuerpo temblando de la adrenalina. Sin mirar atrás, sacó unas llaves de su bolsillo y corrió al camión. 

—¡Súbanse, las dos!—gritó desde la puerta del conductor. 

Lucía y Madison corrieron hacia él, subiendo apresuradamente al vehículo mientras los infectados se acercaban, tambaleantes, pero sin detenerse.

Una vez dentro, Travis cerró las puertas y giró la llave. 

—Listo—dijo en voz baja, casi para sí mismo, mientras el motor se prendía—Hablemos. ¿Qué mierda está pasando aquí?

Lucía, aún jadeante y llena de culpa, se tomó un segundo antes de responder. 

—No estoy totalmente segura... pero creo que el suero de inmortalidad que estábamos creando tuvo una falla. Efectivamente, los hace inmortales, pero también los convierte en esas... cosas.

Se hizo un silencio en el camión. Travis y Madison compartieron una mirada cargada de remordimiento. El peso de su propio error caía sobre ellos, como una sombra que no podían ignorar. Lo que habían iniciado en ese hospital estaba destruyendo la ciudad, convirtiendo a sus amigos en monstruos, en seres sin alma. La responsabilidad de la catástrofe caía sobre sus hombros.

—¿A dónde vamos?—preguntó Madison en voz baja, rompiendo el silencio.

Travis la miró y después volvió la vista al camino. 

—Al lugar que creo más seguro en este momento... el hospital abandonado.

-Continuará...-

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