La noche en Redview era como cualquier otra, fría y silenciosa, excepto por el eco de los motores rugiendo a lo lejos. Carlos, con solo 12 años, respiraba hondo mientras ajustaba los guantes en sus manos pequeñas pero firmes. Frente a él, su humilde Kia Picanto 2019 rojo, un coche que a simple vista parecía fuera de lugar en medio de los autos modificados y potentes que participaban en la carrera. Pero Carlos no se sentía intimidado. Sabía lo que su coche podía hacer, y más importante, sabía lo que él podía hacer al volante.
Un grupo de corredores se amontonaba cerca de la línea de salida, sus risas burlonas resonando en el aire. A pesar de las miradas despectivas hacia su Picanto, Carlos mantenía su mirada fija en la carretera. “Es solo una recta más”, pensaba, recordando las noches anteriores en las que había practicado cada curva de ese circuito.
Entre los autos más imponentes, un Mustang Shelby rugía como una bestia sedienta de sangre, mientras un Nissan GTR brillaba bajo las luces neón que delineaban la calle. Sus pilotos eran corredores veteranos, conocidos en Redview por dominar las carreras callejeras, y esa noche no tenían planes de perder. Pero Carlos no los veía como rivales invencibles, sino como obstáculos que estaba dispuesto a superar.
Desde un rincón, Layla, una corredora que llevaba tiempo en el mundo clandestino, observaba la escena. Había oído rumores de un chico nuevo en la ciudad, pero no esperaba verlo tan pronto en una carrera de este nivel. No pudo evitar fijarse en la mirada de Carlos, tranquila y calculadora, completamente diferente a la de los otros competidores que confiaban ciegamente en la potencia de sus máquinas. “Este chico tiene algo”, pensó, cruzándose de brazos mientras veía cómo los corredores tomaban sus posiciones.
El organizador de la carrera, un hombre robusto con gafas oscuras y una linterna en la mano, se acercó lentamente a la línea de salida. El ambiente se tornaba cada vez más denso, la expectación palpable en el aire. Los motores rugían, y el olor a gasolina y caucho quemado llenaba el lugar.
—¡A sus posiciones! —gritó el organizador.
Carlos ajustó su cinturón de seguridad y echó una última mirada a su alrededor. Los otros coches lo superaban en velocidad, pero eso no importaba. La carrera no solo se ganaba con poder bruto, sino con inteligencia y maniobras precisas. Eso era lo que Carlos sabía mejor que nadie. La carretera, llena de curvas cerradas y tramos traicioneros, era su aliada.
La linterna subió lentamente en la mano del organizador, y Carlos sintió cómo su corazón se sincronizaba con el rugido de los motores a su alrededor. Era su primera carrera, pero no su primera vez en las calles. Sabía exactamente qué hacer.
El organizador bajó la linterna de golpe, y en un instante, los autos salieron disparados, dejando nubes de humo y marcas de llantas en el asfalto. El sonido de los motores rugiendo era ensordecedor. Los corredores más rápidos, como el Shelby y el GTR, tomaron la delantera inmediatamente, alejándose del resto con facilidad. Pero Carlos no se dejó llevar por la emoción. Su plan era claro: conservar el control en los primeros tramos y atacar en el momento adecuado.
En los primeros metros, los otros corredores subestimaron el pequeño Picanto, riéndose mientras lo dejaban atrás. Pero Carlos sabía que la carrera no se ganaba en la salida. Con las manos firmemente en el volante, esperaba pacientemente la primera curva cerrada. Mientras los autos más potentes reducían la velocidad para no perder el control, Carlos aceleró. Con una destreza inesperada, cortó la curva por dentro, adelantando a dos autos en el proceso. El Picanto, pequeño y ágil, se deslizó sin esfuerzo, como si esa curva hubiera sido diseñada para él.
Layla observaba con atención desde un costado de la carretera, sus ojos se abrieron al ver cómo ese pequeño coche rojo, que todos habían subestimado, empezaba a abrirse camino entre los gigantes. “No está aquí solo para correr”, pensó. “Está aquí para ganar”.
El tramo siguiente era una recta larga, el lugar perfecto para que los autos más rápidos mostraran su verdadera potencia. El Shelby y el GTR aún lideraban, sus pilotos confiados en que su ventaja de velocidad sería suficiente para mantener a raya al resto. Pero Carlos no estaba dispuesto a ceder. Sabía que la siguiente curva era clave, una curva en S que había estudiado a fondo. Mientras los líderes se lanzaban a toda velocidad, él mantuvo una línea más conservadora, esperando el momento justo.
La curva en S se acercaba rápidamente, y justo cuando el Shelby intentó frenarla demasiado tarde, Carlos vio su oportunidad. El Mustang derrapó ligeramente, perdiendo tracción por un segundo, y ese fue todo el tiempo que Carlos necesitó. Con un giro preciso del volante, el Picanto se deslizó junto al Shelby, adelantándolo con una maniobra perfecta. Ahora solo quedaba el GTR.
El piloto del GTR miraba con incredulidad por el espejo retrovisor. ¿Cómo podía un coche tan inferior estar tan cerca de él? Desesperado, intentó ganar más velocidad en la última recta antes de la meta, pero la carretera estaba llena de pequeñas irregularidades que él no supo anticipar. Carlos, en cambio, conocía cada bache, cada pequeña grieta en el asfalto. Había recorrido esa carretera tantas veces que era como una extensión de sí mismo.
A medida que la meta se acercaba, Carlos apretó el acelerador al máximo. El Picanto respondió con todo lo que tenía, y en un último esfuerzo, logró ponerse a la par del GTR. Los dos coches avanzaban codo a codo, con el rugido de sus motores ensordeciendo a la multitud. Pero fue Carlos quien tuvo el control final, quien supo aprovechar el impulso justo en el último metro.
Cuando cruzó la línea de meta, el sonido de los motores se apagó, dejando solo el eco del silencio y el chirrido de las llantas frenando. Había ganado.
Carlos estacionó el Picanto y se bajó del coche, aún con la adrenalina corriendo por sus venas. A su alrededor, el silencio de asombro de los otros corredores se convirtió en murmullos de incredulidad. Nadie podía creer que ese chico, con su coche aparentemente inferior, había logrado lo imposible.
Desde las sombras, Layla sonrió. “Este chico es especial”, pensó. Sabía que esa no sería la última vez que lo vería correr.
Carlos miró hacia la carretera, con una sonrisa apenas perceptible en sus labios. Sabía que ese era solo el comienzo.
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Asfalto y Gloria: Redención
ActionUna historia sobre un piloto callejero, que pronto pasaría a la historia