SUPLENCIA

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AVISO: ESTO SOLO ES UN ESCENARIO FICTICIO QUE HE DESARROLLADO COMO UNA HISTORIA CORTA (O RELATO, COMO LO QUERAIS LLAMAR).

«No puedo creer que esté haciendo esto», pensó mientras se ajustaba el top de lentejuelas frente a un espejo largo. La pequeña sala en la que se encontraba estaba en la parte trasera del bar. Apenas daba para cambiarse de ropa y retocarse el maquillaje, pero el resto de las bailarinas de Pole Dance la habían llenado de plumas y espejos, consiguiendo que las frías paredes de hormigón fueran un poco menos deprimentes.

Repasó de nuevo su reflejo y respiró hondo. 

Lo hacía por él. Por su mejor amigo, el jefe del local. Una de sus bailarinas había sufrido una baja de última hora y necesitaba alguien para cubrirla. 

A pesar de tener el corazón disparado, no dejaba de repetirse que podía hacerlo. Solo serían unos minutos. Solo eso.

Justo cuando estaba a punto de salir del camerino, la puerta se abrió.

—¿Nerviosa? —le preguntó su amigo, apoyándose en el marco de la puerta.

Ella soltó una risa nerviosa.

—Mucho.

Él dio un paso hacia ella, mientras sus ojos la recorrían de arriba abajo. Ella sintió que le quemaba la piel bajo la mirada gris de su amigo.

—Estás perfecta —dijo él, acercándose lo suficiente como para que el espacio entre ellos se volviera incómodo. Alzó la mano y, sin pensarlo mucho, le apartó un mechón de pelo rubio que caía sobre su frente—. Después de esto te debo lo que quieras. Lo prometo.

—No sé por qué acepté ayudarte con esto... —murmuró ella.

—Aceptaste porque eres increíble. Y lo harás genial.

Se miraron en silencio durante unos segundos de más.

—Sales en dos minutos —añadió él—. Suerte.

Y desapareció, rompiendo la calma y el silencio que había traído consigo.

La chica esperó durante esos dos minutos, sintiendo que eran horas lo que transcurría en cada segundo.

Llegó el momento. Subió los escalones que llevaban al escenario. El bar estaba lleno, mucho más de lo que esperaba para un martes noche. Quiso salir corriendo, desaparecer entre la multitud, pero ya era demasiado tarde como para que fuese menos ridículo que hacer el pase.

Lo había ensayado numerosas veces. Sabía lo que debía hacer y sabía hacerlo bien. Solo necesitaba olvidarse de la gente.

Se colocó frente a la barra, sintiendo el frío metal bajo las palmas de las manos. Esperó el ritmo adecuado de la nueva canción y, cuando lo vio claro, se impulsó hacia arriba, dando un giro perfecto sobre sí misma. A partir de ahí, se dejó guiar por el compás de la música.

Miles de luces neón bañaban su figura semidesnuda, mientras sus piernas y brazos se aferraban con fuerza, subiendo, girando, deslizándose con soltura y elegancia por el poste metálico.

Se dio la vuelta con un movimiento sensual, dejando que su cabello cayera en cascada por su espalda.

Fue en ese instante cuando lo vio. En la barra. Su mejor amigo la observaba con una atención que no se comparaba con ninguna de las miradas del resto de la multitud.

Volvió a sentir ese calor abrasador a ras de la piel, y se olvidó de la gente. De pronto, solo quería bailarle a su amigo.

A él, mientras, se lo llevaban los demonios. Estaba tan arrepentido como excitado. Deseaba con todas sus fuerzas que todos los hombres de aquella maldita sala fueran ciegos. Y, en la misma medida, que aquella chica no lo considerara solo su amigo.

Ella le sostuvo la mirada fijamente, encajó la barra entre sus glúteos y dio un último giro hacia atrás. Él se humedeció los labios, desesperado, y apuró las últimas gotas de su copa.

El pase vio su final cuando ella se deslizó hasta el suelo, donde quedó completamente extendida en un perfecto espagat lateral, con una pierna estirada a cada lado de su figura. 

Escenario Ficticio: SUPLENCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora