SUPLENCIA (ultima parte)

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Con los aplausos resonando todavía a sus espaldas, bajó las escaleras y se dirigió al camerino. En su prisa, chocó de frente con alguien.

—Ho..hola... —saludó la mujer.

Ella frunció el ceño al reconocerla. Era la bailarina a la que supuestamente debía sustituir esa noche.

—Espera, tú... El jefe me dijo que no podías venir hoy.

La mujer parecía tan confundida como ella, abrió la boca para hablar, pero alguien se le adelantó.

—¿Qué haces aquí? —preguntó el jefe, apareciendo tras su amiga—. Te di el día libre.

La aludida pidió perdón, excusándose en que había olvidado algo personal en el vestuario.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó la chica, volviéndose hacia su amigo—. Me dijiste que te había fallado en el último momento, ¡no que le habías dado el día libre!

—Lo siento, ¿vale? Fue un error mío. Ella necesitaba un descanso y se me ocurrió. Además, tampoco lo has pasado tan mal. Te he visto disfrutarlo.

Ella soltó una carcajada incrédula.

—¿En serio? ¿Yo o tú? ¿Eh? ¿Quién crees que lo ha disfrutado más?

El chico se mantuvo en silencio, con la mandíbula tensa y la mirada plomiza fija en la de su amiga.

—Antes me prometiste que después de esto me deberías lo que quisiera.

—Así es —respondió él.

—Bien, pues dime qué sientes en realidad por mí.

La mujer notó como el aire se tensaba, dio un paso atrás y desapareció, dejándolos solos.

Él desvió la mirada al suelo.

—¿Es en serio? —dijo—. ¿Ahora?

—Ahora —repitió ella, cruzando los brazos.

Él respiró hondo, dejando salir el aire en un suspiro cargado.

—No lo sé... —admitió—. Solo sé que no es nada parecido a la amistad.

Ella dio un paso en su dirección.

—Yo tampoco estoy segura —confesó—. Pero tenía miedo de perderte si lo admitía.

Él la rodeó suavemente por la cintura. Ella intentó resistirse, pero simplemente no pudo.

—Eso nunca podría pasar —dijo el chico, con toda la sinceridad con la que lo creía, y entonces sus labios se encontraron.

Un beso lleno de todo lo que habían callado.

Fue lento, intenso, y lo dijo todo: lo que sentían, lo que negaban, y lo que, al final, ya no podían seguir ocultando.

Cuando se separaron, apenas unos centímetros, él susurró:

—¿No querrás hacer mañana otra suplencia?

Ella le sonrió con complicidad.

—Si lo que quieres es verme bailar en ropa interior, solo tienes que decirlo. 

Escenario Ficticio: SUPLENCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora