Capítulo 38: El Condado de Whingbury.

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Jane.

Cabalgamos sin descanso durante toda la noche. La oscuridad transformó al bosque en un laberinto de sombras inquietantes, que gracias a Dios, Ansel parecía conocer muy bien. Pero más desesperante era el silencio que nos obligamos a tener, preocupados por si quedaba algún saqueador siguiéndonos el rastro, o algún animal salvaje rondando la zona.

El único sonido que escuchamos durante horas, fueron las hojas y ramas caídas, aún húmedas por el rocío, las cuales crujían bajo los cascos del caballo mientras nos abríamos paso entre los árboles. La luna, un faro apenas visible tras un velo de nubes y árboles altos, iluminaba nuestros rostros con su luz tenue.

  

Es sorprendente las vueltas que da la vida. Es increíble como de una boda, pasamos a un ataque sorpresivo en medio de la nada. Me sentía atrapada en una pesadilla. Mi corazón latía desbocado, y cada latido parecía un eco de los gritos de los guardias, de la brutal emboscada que había transformado un día planeado por semanas en una lucha por la supervivencia. Sentía el sudor frío deslizándose por mi espalda, y el aire se me hacía denso y difícil de atravesar cada vez que recordaba la masacre de la que acabábamos escapar.

Desde alante no podía verlo mucho, solo sentía su respiración constante en mi nuca y su pecho golpear sutilmente en mi espalda por el movimiento de la cabalgata. A cada rato, lo miraba de reojo, su brazo izquierdo estaba envuelto en un trozo de tela de mi vestido, manchado de rojo oscuro. Sentía que mi corazón se rompía cada vez que mis ojos se posaban en ese vendaje improvisado. Sin embargo, a pesar del dolor y la molestia que debía de estar experimentado, él mantenía la cabeza erguida y los ojos fijos en el sendero, como si nada pudiera quebrantar su determinación de llegar al palacio al amanecer.

Nuestro principal objetivo era llegar lo más pronto posible, y así enviar a un grupo de guardias para que trajeran los cuerpos de los guerreros caídos, antes de que los animales salvajes hicieran más estragos en ellos.

A medida que avanzaba la noche, el cansancio se asentó en mis huesos como una roca pesada. Todo mi cuerpo temblaba, fatigado por las emociones del día, por la angustia que me oprimía el pecho. La adrenalina de la emboscada había mantenido a raya mi agotamiento, pero ahora, a medida que la fría brisa de la mañana comenzaba a colarse entre los árboles, el cansancio se volvía casi insoportable.

Finalmente, cuando el primer destello de luz se filtró entre las ramas, un alivio abrumador se apoderó de mí. Era como si el sol, al emerger, llevara consigo las sombras de la noche. El bosque se volvió menos amenazante a la luz del día, y con cada paso que dábamos hacia la salida, el peso del miedo comenzó a levantarse.

—Llegamos... —Escuché a Ansel decir, y una sensación de alivio se apoderó de mí.

Salimos del bosque hacia una pradera con un fino pasto verde que terminaba en una extensa colina, y al comenzar a subirla, mis ojos no daban reparo a lo que veían.

—Hubiera querido que conocieras el Condado tal y como lo planee: sin muertes, ni miedo... —Volvió a decir. Su voz, a pesar de querer escucharse neutral, notaba una nota de tristeza al final, pero aún así, no pude evitar sentirme maravillada, pues nunca había visto algo como esto.

Sabía que el Condado de Whingbury era conocido por su hermoso paisaje, pero una cosa era saberlo a través de alguna revista o de la palabra de alguien, y otra muy distinta era verlo con tus propios ojos.

—Es hermoso… —Lo miré de reojo —No importa el miedo, ni las circunstancias... sigue siendo hermoso. —Una sonrisa se apoderó de mis labios al ver tan hermoso lugar y no podía creer que éste iba a ser mi nuevo hogar.

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