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Ramsay observaba todo lo que había logrado, saboreando cada detalle como si fuera un manjar. Ante él, la mesa estaba colmada de viandas: carnes doradas y grasientas, pan fresco aún humeante, frutas brillantes y jugosas, una abundancia que jamás habría imaginado en los días de su niñez miserable. En ese entonces, una comida caliente era un lujo, y el frío era su eterno compañero, mordiendo su piel hasta los huesos. Ahora, sin embargo, una gran chimenea mantenía el salón cálido y resplandeciente, y sus manos, siempre vestidas con guantes de cuero fino, habían olvidado la sensación de la escarcha.

El terciopelo rosa de su jubón y los abrigos de piel que colgaban en su armario eran testimonio de su poder, símbolos de lo lejos que había llegado desde los andrajos que usaba cuando era solo un bastardo, trabajando hasta el agotamiento en la granja de su madre. Se había vestido con la ropa de los hombres a los que una vez miraba desde abajo, los nobles que lo despreciaban y le negaban hasta un saludo. Ahora, él era el señor, y los nobles venían a inclinarse y buscar su favor.

"Mi Lord, ¿ha oído las noticias?" La voz del maestre lo sacó de sus pensamientos. Ramsay dirigió una mirada fría al anciano y luego fijó sus ojos en el noble que esperaba ansioso su respuesta al frente del salón. Eso era lo que realmente disfrutaba: el respeto, la obediencia, y sobre todo, la dependencia de aquellos que solían verlo como un desecho.

"Padre," murmuró Domeric, tocándole el brazo con gentileza.

Domeric, su hijo y su heredero. Aunque en algún lugar, en algún rincón oscuro de su pasado, podía haber otros. Prostitutas que tal vez le habían dado hijos bastardos en esos primeros años de desesperación. No eran más que desechos, fruto de encuentros rápidos y brutales, con mujeres cuya miseria igualaba la suya. Para Ramsay, eran simples herramientas, algo que se podía usar y luego dejar atrás sin un atisbo de remordimiento.

Pero Domeric no era como ellos; era diferente. Tenía los ojos pálidos y el cabello oscuro que Ramsay reconocía en el espejo, y un carácter que combinaba astucia y fortaleza, tal como él lo había imaginado. Además, era hijo de Theon, sangre noble de verdad, no como aquellas mujeres sin nombre de su juventud. Ramsay siempre había visto en Theon una oportunidad: alguien de linaje, alguien digno de engendrarle un heredero verdadero. Cuando Sansa no pudo darle hijos, Myranda hasta se ofreció para darle un bastardo, pero ni hablar; ella era hija de un cuidador de perros. Domeric, en cambio, tenía un linaje que cualquiera envidiaría.

"¿Te pasa algo?" preguntó Domeric en voz baja, mirando la copa de Ramsay, como si quisiera descubrir algo que él aún no había logrado ver.

Ramsay había echado a Aeron la noche anterior, pero el muchacho aún no se había marchado. Aun eguían recogiendo sus cosas, y tal vez partiría al día siguiente. Pero Ramsay no estaba distraído pensando en Aeron; ese hijo despreciable no le importaba lo más mínimo. Lo que realmente lo perturbaba era Theon, su esposo, quien siempre protegía a Aeron con esa devoción inquebrantable, como si ese bastardo fuera más importante que él, el hombre que le daba todo. Ramsay odiaba ese amor de Theon, esa debilidad que lo hacía parecer menos suyo. La lucha por el control en su relación nunca había sido tan amarga. Ramsay lo miraba como un objeto más que como un compañero, y lo quería sumiso, siempre a su disposición.

«Eres mío, maldita sea». pensó Ramsay, con una posesión que le quemaba la piel.

"Sí," respondió Ramsay, levantándose con un movimiento brusco que casi lo hizo tambalear, pero Domeric, rápido como siempre, lo sostuvo antes de que pudiera caer. Ramsay lo apartó de inmediato, molesto. "Quédate aquí," ordenó, alejándose de la mesa, y Domeric asintió, observándolo en silencio con la prudencia que lo caracterizaba.

Ramsay caminó lentamente por el pasillo, apoyando una mano en las frías paredes de piedra, tambaleante. El peso de sus pensamientos y la ira acumulada lo hacían vacilar. Quería recostarse y descansar... ya que esa noche no podía tener a Theon. Su esposo, después de tantos años de casados, ahora creía tener el derecho de negarle el placer. El placer que Ramsay siempre había tomado como suyo, sin necesidad de pedir permiso a nadie.

El Vínculo Forjado en el Dolor [Thramsey] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora