Isla de los Ecos

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(Día 1 en la isla)

Eirik con el suave murmullo del viento entre las hojas y el canto de las aves que llenaban el aire. El sol se filtraba a través de las copas de los árboles, dándole la bienvenida a un nuevo superviviente en la isla desierta. Al abrir los ojos después de recordar su pasado, sintió una mezcla de incertidumbre y emoción; estaba lejos del horror de su pasado, pero aún no sabía qué le depararía el futuro.

Mientras se levantaba, Eirik miró a su alrededor. La vegetación era densa y exuberante, con árboles altos que se perdían en la bruma. El aroma a sal del océano se mezclaba con el dulce perfume de las flores silvestres. Sin embargo, el silencio del lugar era inquietante, como si la isla guardara secretos antiguos.

Decidido a explorar su nuevo hogar, Eirik se adentró en la selva. El suelo era blando bajo sus pies, cubierto de hojas caídas y raíces entrelazadas. Cada paso le revelaba un paisaje nuevo: lianas que colgaban como serpientes delgadas, flores de colores vibrantes que parecían sonreírle y pequeños animales que corrían a refugiarse ante su presencia.

Tras un rato de caminar, llegó a un claro donde una cascada caía con fuerza, sus aguas cristalinas formaban un pequeño estanque. Eirik se acercó, llenando sus manos con el agua fresca, sintiendo cómo la vitalidad regresaba a su cuerpo. Se agachó para beber, sintiendo la frescura y el sabor puro, un contraste marcado con la dura vida que había llevado.

Con renovada energía, se puso en marcha nuevamente, esta vez en busca de alimentos. Recordó las historias que había oído sobre la flora de lugares lejanos; no obstante, en su corazón había un temor latente a encontrar algo venenoso. Se acercó a un árbol frutal y, tras un breve examen, recogió algunas frutas de un rojo brillante, su aspecto prometía dulzura.

Mientras se sentaba bajo la sombra de un árbol, Eirik mordió una fruta. El sabor jugoso y dulce lo llenó de alegría. En ese momento, la imagen de su madre, Astrid, le vino a la mente. Ella siempre había enseñado a Eirik a apreciar las pequeñas cosas de la vida.

"La naturaleza es generosa, hijo mío"

le decía.

"Debes aprender a leer sus señales."

Con el estómago algo más lleno, Eirik sintió que era el momento de buscar algo más sustancial. Recordó que había visto un arbusto con vayas en su camino hacia la cascada. Con una nueva determinación, se levantó y regresó por el sendero, manteniendo los ojos abiertos para cualquier otra fuente de alimento.

Al llegar al arbusto, se encontró con un espectáculo vibrante: las vayas eran de un profundo color azul y negro, brillando bajo el sol como joyas. Se agachó y comenzó a recolectar con cuidado, asegurándose de no dañar las plantas. Las vayas eran jugosas y dulces, un excelente complemento para su desayuno.

Mientras recogía, una idea surgió en su mente: necesitaba un cuchillo. Con un cuchillo, podría preparar mejor la comida y defenderse si fuera necesario. La idea lo emocionó y se puso a pensar en cómo podría hacer uno.

Decidido a forjar un cuchillo, Eirik comenzó a buscar piedras adecuadas que pudieran servir como herramientas. Después de un tiempo, encontró una roca afilada, con un borde que parecía prometedor. Con la piedra en mano, buscó una rama robusta y flexible, que podría servir como mango. Una vez que tuvo todo lo necesario, se sentó en el suelo, concentrándose en su tarea.

Con movimientos cuidadosos, comenzó a dar forma a la piedra, golpeando el borde contra otra piedra más dura. La primera vez, la piedra se le resbaló, y sintió una punzada de frustración, pero recordó las palabras de su madre:

"La paciencia es una virtud, hijo mío."

Respiró hondo y continuó trabajando. Después de un tiempo, logró afilar un trozo de la piedra lo suficiente como para hacer un cuchillo rudimentario.

Con su nuevo cuchillo en mano, Eirik se sintió un poco más seguro. Era un símbolo de su adaptación y supervivencia. Decidió que era hora de regresar a la cascada, donde podría buscar más comida y probar su nueva herramienta.

De regreso a la cascada, Eirik se sintió más fuerte, más seguro. El agua cristalina lo invitaba a sumergirse, pero tenía un nuevo objetivo: encontrar algo de proteína. Después de observar la vida silvestre, notó que había pequeños peces nadando en el estanque. Con su cuchillo, ideó un plan para atraparlos.

Buscó una rama larga y flexible, y con su cuchillo, comenzó a cortarla, dándole forma para que se asemejara a una lanza. La rama era resistente, y Eirik se sintió orgulloso de su trabajo. Cuando la lanza estuvo lista, se acercó al borde del estanque. La emoción le recorría el cuerpo; sabía que la caza era tanto una prueba de habilidad como un momento de conexión con la naturaleza.

Mantuvo la calma mientras se agachaba en la orilla, observando el movimiento de los peces. Con el corazón acelerado, Eirik esperó el momento perfecto. Cuando uno de los peces nadó lo suficientemente cerca, lanzó su lanza con todas sus fuerzas. La lanza se hundió en el agua, pero el pez logró esquivarla. Frustrado, Eirik se tomó un momento para recuperar la calma, recordando que el arte de la caza requería práctica y paciencia.

Tras varios intentos fallidos, finalmente logró atrapar un pequeño pez. La emoción lo invadió. Había conseguido su primera presa. Con la lanza y el pez en mano, regresó al lugar donde había encendido el fuego la noche anterior.

Al llegar a la playa de la isla , Eirik sintió una mezcla de orgullo y hambre. Era hora de preparar su cena. Con su cuchillo afilado, comenzó a limpiar el pez. Primero, hizo una pequeña incisión en la parte posterior de la cabeza, sintiendo la textura resbaladiza de la piel. Con movimientos precisos, deslizó la hoja del cuchillo a lo largo del vientre del pez, abriéndolo con cuidado para no romper los órganos internos.

Eirik trabajó con destreza, recordando las enseñanzas de su madre sobre la importancia de cada parte del animal. Retiró las vísceras con cuidado, asegurándose de no dejar residuos que pudieran atraer a depredadores. Cada movimiento le daba una sensación de conexión con la vida que estaba sosteniendo en sus manos.

Una vez que el pez estaba limpio, Eirik lo enjuagó en el agua fresca del estanque antes de volver a la fogata. Colocó el pescado sobre una rama robusta, improvisando un asador, y lo colocó sobre las llamas danzantes. El aroma del pescado cocinándose se mezcló con el humo de la madera, y su estómago rugió en respuesta.

Mientras el pescado se cocinaba, Eirik se dedicó a construir su refugio. Recordando su instinto y lo que había aprendido sobre la supervivencia, decidió crear un espacio que lo protegería de los elementos. Reunió ramas, hojas grandes y hierbas, creando una estructura que lo protegería de los insectos y serpientes.

Finalmente, con el refugio listo y el pescado cocinándose, encendió una fogata más grande, asegurándose de que las llamas fueran lo suficientemente altas para ahuyentar a los insectos y mantener a raya a cualquier serpiente curiosa. La luz del fuego iluminaba su entorno, y el crepitar de las llamas le ofrecía un sentido de compañía en su soledad.

Mientras el pescado chisporroteaba sobre el fuego, Eirik miró hacia el océano, sintiendo una mezcla de gratitud y tristeza. Había encontrado comida, refugio y protección, pero el vacío de su familia seguía presente. Se prometió a sí mismo que no se detendría hasta reunirlos. Era un guerrero decidido, y esta isla sería solo un paso en su camino hacia la libertad de su familia.

La noche avanzaba, y Eirik se sintió más conectado con la isla. Se dio cuenta de que, aunque estaba solo, la naturaleza lo rodeaba, ofreciéndole consuelo y compañía. La brisa marina soplaba suavemente, y mientras el fuego chisporroteaba, Eirik cerró los ojos y permitió que el sonido del mar lo acunara.

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Espero q les guste

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