| 𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 Ⅱ |

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| ENTRE MIS BRAZOS |

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Las estrellas, tan distantes, siempre nos llaman con su resplandor en las noches, su fulgor bello y misterioso. Aunque estén tan lejos, no podemos evitar tratar de comprenderlas, preguntándonos qué secretos ocultan, qué conocimientos guardan que no alcanzamos a desvelar. Desde tiempos inmemoriales, aprendimos a leer sus señales, a interpretar los hechos que parecían anticipar, aunque sus mensajes no fueran evidentes a simple vista. No fue hasta que pequeños fragmentos del cosmos cayeron en nuestras tierras, que pudimos acceder a un conocimiento más profundo.

Nuestro arte, basado en las piedras refulgentes, nace de estos fragmentos estelares. ¿Pero cuál es la verdadera naturaleza de su poder? Estas piedras son el ámbar del cosmos, conteniendo la vida residual, la vitalidad misma de las estrellas. Al final, nuestra hechicería es el estudio de los astros, de la vida encapsulada en ellos.

Desde niña, sentí una fascinación natural hacia este conocimiento. Mi familia, los Caria, una noble casa con linaje real que se remonta a la era de los gigantes de fuego, figura en los archivos históricos. Sin embargo, mi sangre noble no me ofrecía ventaja alguna en el aprendizaje, aquí lo único que importa es el poder y el conocimiento que pueda obtenerse. Estudié la hechicería estelar, pero mi enfoque fue más hacia los Lazuli, las artes derivadas de la luna, una rama despreciada desde su origen, considerada la más débil, casi inútil por muchos.

A pesar de las críticas, algo dentro de mí siempre cuestionaba esas afirmaciones. La luna, el astro más cercano a nosotros, debía ocultar un poder mayor, algo que estábamos pasando por alto. ¿Por qué centrarse tanto en los astros distantes, cuando teníamos ante nosotros un astro que se dejaba contemplar noche tras noche?

Cuanto más estudiaba esta rama de la hechicería, más me daba cuenta de sus particularidades. La luna tenía un poder extraño, casi hipnótico. A veces, sentía como si me guiara, como si poseyera conciencia propia. Teoricé en exceso, viajando a lugares donde creía que su luz me conducía, pero rara vez encontraba algo de valor, solo restos de piedras refulgentes con una esencia peculiar, aunque inútiles para mi propósito. Sin embargo, esta vez fue diferente, la luz de la luna parecía centrarse en un solo lugar, atrayéndome irremediablemente.

Rápidamente, reuní mis materiales y partí. El camino no era corto, más allá de los límites de Liurnia. Llegué a tierras que ningún astrólogo suele pisar. Limgrave, así se llamaba aquel lugar. Me dirigí al sur, tomando rutas inteligentes para evitar enfrentamientos o ser detectada. Era una playa hermosa, rodeada de pequeños campos y vastos pastizales. Y allí, cerca del mar, bajo la luz de la luna, vi una figura.

Me acerqué con cautela, pues en esas tierras la paz es escasa, y sabía que incluso algunos hechiceros de Lucaria, alejados para continuar sus investigaciones, se volvían violentos. Sin embargo, al avanzar, distinguí a un joven muchacho. Respiraba con fuerza, su mano izquierda se alzó, y ante mis ojos conjuró una espada con un hechizo. Lo que hizo me intrigo, lo hizo con demasiada facilidad, y la espada que se proyecto con su magia era demasiado refinada.

"¿Qué tipo de magia uso?, ¿debería acercarme? Aunque no creo que sea lo adecuado viendo que tiene un arma, pero..."

Lo más desconcertante era verlo ahí, en el suelo, inmóvil. No parecía que fuera a levantarse. Fue entonces que la luz de la luna, tenue pero suficiente, reveló más detalles. Mis ojos se abrieron con asombro, un frío recorrió mi espalda: estaba herido, y gravemente. Era innegable. Su cuerpo, cubierto por una armadura negra que dejaba su cabeza al descubierto, se alzaba y caía en un esfuerzo agónico por respirar. Su pecho apenas se movía, el sonido de su respiración entrecortada resonaba en el aire nocturno.

𝐄𝐥𝐝𝐞𝐧 𝐑𝐢𝐧𝐠  | 𝐈 𝐀𝐦 𝐍𝐨𝐭𝐡𝐢𝐧𝐠 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora