Capítulo 1. Caída.

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Oscuridad, frío, dolor...

Eso era todo lo que él niño podía sentir. Su frágil cuerpo levitaba inmerso en una infinita oscuridad que lo abarcaba todo a su alrededor.

La desesperación comenzó a invadirlo. ¿Dónde estaba? ¿Es que acaso se había quedado ciego de repente? ¿Cómo había llegado a esa situación? Pero, por mucho que intentase recordar lo que le había pasado, tan solo unas imágenes difusas aparecían en su mente. Una montaña nevada y escarpada, un bosque verde y frondoso, una cabaña de madera, la silueta lejana de una persona. Nada parecía desvelar aquella información que tanto ansiaba.

Un pitido agudo apareció en sus oídos expandiéndose hasta el interior de su cabeza, donde el dolor comenzó a aumentar considerablemente. Trató de poner sus manos en la cabeza, sin embargo, por mucho que lo intentase, parecía que su cuerpo no respondía. ¡No podía mover ni un solo músculo!

De pronto, notó como su cuerpo dejaba de levitar y sintió cómo caía en picado sin poder hacer nada para evitarlo. Intentó externalizar el terror que sentía con un grito, pero ningún sonido salió de su boca.

La caída cesó de forma abrupta al notar que se encontraba tumbado sobre una superficie firme. A pesar de la velocidad con la que había sentido que descendía de donde fuera que estaba, su cuerpo no parecía haber sufrido ningún daño.

Unos murmullos lejanos comenzaron a escucharse a su alrededor y el calor de los rayos del sol se posaron en su joven rostro dándose cuenta de que realmente tenía los ojos cerrados y no abiertos como él había creído. Los abrió lentamente, acostumbrándose al repentino brillo del sol que presenciaba el celeste cielo. Inconscientemente, movió su brazo pare cubrirse el rostro, aún estaba deslumbrado, y en ese momento comprobó que su cuerpo ya respondía.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué ha sido ese estruendo? — Hablaba una mujer con tono preocupado.

—¡Oh! ¡Mirad! ¡Se está despertando! —. Exclamó un hombre.

—¡Ah! ¿Cómo es posible que esté vivo? ¿Es acaso un milagro de los dioses? —. Comentó una señora anciana.

—¿De verdad que este niño acaba de caer del cielo? —. Dijo un niño pequeño que se agarraba a la mano de su padre.

La vocecilla infantil de aquel pequeño retumbó en los oídos del jovencito que permanecía tumbado en el suelo. Aquella frase le hizo percatarse de la extraña situación en la que se encontraba. ¿Cómo que si acababa de caer del cielo? ¿Qué clase de locura era esa? Apartó la mano de su cara y observó a su alrededor, descubriendo que una muchedumbre de campesinos lo rodeaba clavando sus ojos curiosos en él.

Decidió incorporarse. Al apoyar sus manos descubrió que había estado tumbado sobre un montón de escombros de madera que parecían haberse roto por un gran impacto. Un impacto que parecía haber sido provocado por él. No fue hasta ese instante cuando empezó a sentir algo de dolor en su cuerpo, como si su cuerpo estuviera reconociendo poco a poco que había sufrido un gran golpe. Al observarse a sí mismo, descubrió que él también vestía los ropajes típicos de un campesino, pero, al contrario de los colores tierra que llevaban las personas que lo rodeaban, su túnica había sido originalmente de un blanco brillante. Ahora, estaba salpicada de barro y sangre. Tenía varios cortes en brazos y piernas, pero nada muy grave. Sin duda alguna, era un milagro que tan solo tuviese esas heridas superficiales después de ese supuesto impacto.

—¡Oh no! ¡Oh no! ¡Mis lechugas! ¡Mi querido puesto de lechugas! ¿Pero cómo ha podido ocurrir esto? —gritaba alarmado un señor con una larga barba blanca y rostro malhumorado que apartaba a la gente a su paso. Luego, señaló al niño que estaba sobre los escombros con un dedo amenazador —¡Tu! ¡¿Qué demonios has hecho con mi preciado puesto de lechugas?!

Bajo el velo del cielo inmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora