El frío de la madrugada se aferraba a los huesos de Ailynn, calando hasta lo más profundo. La densa niebla envolvía las callejuelas estrechas de la ciudad, un laberinto de sombras y susurros donde pocos se aventuraban a esa hora. En un rincón semioscuro, entre cajas rotas y trapos desgastados, ella se acurrucaba para intentar conservar el calor que se le escapaba lentamente.
Habían pasado tres inviernos desde que había abandonado el palacio. Tres años desde que su vida lujosa y dorada se había reducido a una lucha diaria por la supervivencia. Las heridas en su piel se habían cerrado, pero las cicatrices en su alma seguían abiertas, sangrando en silencio cada noche. Se había convertido en una más de los invisibles, aquellos que la ciudad ignoraba en su prisa diaria. Era mejor así, pensaba. Ser olvidada significaba que nadie la buscaría. Nadie la encontraría.
Ailynn se levantó con esfuerzo, sintiendo los músculos adoloridos protestar con cada movimiento. La capa de lana que llevaba encima apenas servía para protegerla del viento cortante, pero era lo mejor que tenía. A su alrededor, la ciudad comenzaba a despertar, con los primeros mercaderes abriendo sus puestos y los olores de pan recién horneado llenando el aire. Su estómago gruñó, recordándole que la última vez que había comido algo fue hacía dos días. No podía permitirse ser exigente con la comida; cualquier cosa que pudiera encontrar serviría.
Mientras se dirigía a la plaza central, sus pensamientos la llevaron al pasado, a un tiempo en que la rutina de su día estaba cuidadosamente orquestada por damas de compañía, y el desayuno era un festín de frutas exóticas y dulces de miel. ¿Cómo había llegado hasta allí? Se lo preguntaba a menudo, aunque ya sabía la respuesta: la noche en que su prometido la había convertido en una sombra de lo que alguna vez fue. Esa noche lo cambió todo. Los gritos que nadie escuchó, la impotencia, el dolor... y el miedo que la obligó a huir sin mirar atrás.
Sacudiendo esos pensamientos, Ailynn observó a su alrededor con cautela. El mercado comenzaba a llenarse y sus habilidades para moverse sin ser vista eran esenciales para robar algún pedazo de pan o fruta sin ser detectada. No siempre tenía éxito, pero había aprendido a valerse de su agilidad y astucia para sobrevivir. Su mirada se desvió hacia un grupo de soldados que patrullaba la zona, y sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Aun en la lejanía, la visión de los uniformes le producía una mezcla de pavor y furia.
En ese momento, una figura llamativa entre la multitud captó su atención. Era un hombre, claramente extranjero por sus ropas y porte. Llevaba una capa oscura, y su rostro, enmarcado por mechones de cabello negro azabache, mostraba una expresión que le resultaba familiar, aunque no podía precisar por qué. Había algo en sus ojos, en la forma en que miraba a su alrededor con la misma desconfianza que ella, que la hizo sentir una conexión inmediata, por débil que fuera.
Ailynn apartó la mirada y se obligó a centrarse en lo importante: conseguir algo para comer. Se deslizó entre la multitud, buscando el momento adecuado para tomar una hogaza de pan del puesto más cercano. Justo cuando sus dedos se cerraron alrededor del pan, una mano fuerte la atrapó por la muñeca.
—¿Qué crees que haces, niña? —gruñó el tendero, con una voz tan áspera como su agarre.
Antes de que pudiera responder, otra mano se posó sobre la del tendero, soltando a Ailynn de su agarre.
—Déjala —dijo una voz profunda.
Era el hombre de la capa oscura. Sus ojos se encontraron con los de ella por un breve instante, y algo inexplorado pareció encenderse en su interior.
—¿Y quién te crees tú para decirme lo que debo hacer? —replicó el tendero, frunciendo el ceño.
—Solo un hombre que sabe cuándo alguien tiene hambre —contestó el desconocido con calma, sin apartar la mirada de Ailynn—. Te pagaré por el pan.
El tendero dudó, pero ante la mirada fija y autoritaria del extranjero, finalmente soltó a Ailynn.
—Está bien, llévatelo. Pero que no vuelva por aquí —masculló, volviendo a su puesto.
Ailynn, sin saber si debía agradecerle o huir, tomó el pan y se alejó rápidamente. Sin embargo, una sensación extraña la impulsó a voltear la cabeza una vez más para mirarlo. El hombre la observaba desde la distancia, con una mirada que parecía atravesar sus capas de dolor y sufrimiento.
—¿Estás bien? —preguntó él, dando un paso hacia ella.
Ailynn no respondió de inmediato. Sus dedos se aferraron al pan, sintiendo el peso de la deuda que no quería aceptar.
—Estoy bien —respondió al fin, con voz firme—. No necesitaba tu ayuda.
—Parecía que sí —replicó él, arqueando una ceja—. Pero no te preocupes, no espero gratitud.
Ella lo miró con desconfianza, sin saber si sus palabras eran sinceras o si buscaba algo más.
—No todos los que ayudan esperan algo a cambio, muchacha. A veces, solo es una forma de evitar que el mundo sea un poco más cruel de lo que ya es.
Ailynn se quedó inmóvil, con la hogaza de pan entre las manos, mientras el extraño la observaba. Había algo en su mirada que parecía analizarla con una mezcla de interés y diversión. Sus labios esbozaban una ligera sonrisa, como si encontrara algún tipo de entretenimiento en la situación, mientras su postura despreocupada reflejaba una confianza casi insolente.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Ailynn, tratando de sonar desafiante, aunque su voz tembló apenas un poco.
El hombre inclinó la cabeza con una expresión pícara y dejó escapar una sonrisa ladeada, sus labios curvándose con una coquetería descarada, mientras sus ojos oscuros se entrecerraban, evaluándola.
—Digamos que busco respuestas —dijo, y sus labios se separaron apenas un poco, como si se preparara para revelar algo importante, pero la chispa juguetona en su mirada sugería lo contrario—. ¿Y tú? No pareces encajar en este lugar.
Ailynn apretó la hogaza contra su pecho, incómoda bajo su mirada escrutadora. El descaro en su expresión le daba un aire de arrogancia, pero no había agresividad en él, solo una especie de curiosidad distante que la descolocaba.
—Eso no es asunto tuyo —replicó, dando un paso hacia atrás—. No tengo por qué explicarme ante un extraño.
La sonrisa del hombre se ensanchó, y en lugar de retroceder, avanzó un paso, acortando la distancia entre ellos. Ailynn podía sentir su presencia como una presión sutil en el aire.
—Tienes razón —dijo con voz baja, que parecía contener una risa contenida—. Pero quizás tú podrías ayudarme a encontrar lo que busco.
Antes de que Ailynn pudiera responder, un hombre corpulento apareció detrás del extraño. Tenía una cicatriz visible en la mejilla y una expresión de impaciencia en el rostro. Sus ojos se posaron en la joven por un instante, antes de dirigirse al hombre con quien ella hablaba.
—Mi señor, no podemos demorarnos más —dijo en tono firme, ignorando por completo la presencia de Ailynn—. Todavía no hemos encontrado lo que vinimos a buscar, y el tiempo apremia.
El extraño no apartó la mirada de Ailynn, como si la súplica del hombre no tuviera ninguna importancia. De hecho, parecía casi entretenido por la interrupción, y la chispa en sus ojos se avivó.
—¿Qué dices, entonces? —le preguntó, volviendo a dirigirle una mirada intensa—. ¿Conoces este lugar lo suficientemente bien como para ayudarme a encontrar algunas respuestas?
Ailynn sintió que había algo más en sus palabras, una intención oculta que le provocaba un escalofrío. Aunque la sonrisa del hombre seguía en su rostro, sus ojos transmitían una seriedad que no coincidía con su tono ligero.
—No sé qué clase de respuestas buscas —respondió ella con firmeza, tratando de mantener la compostura—. Pero te aseguro que no tengo nada que ofrecerte.
El hombre encogió los hombros con una sonrisa burlona.
—Tal vez no —dijo, pero su voz sonaba casi como un desafío—. O tal vez las respuestas aparezcan donde menos las esperas.
Sin decir más, se dio la vuelta y se alejó junto con su ayudante, dejándola en la niebla. Ailynn sintió un nudo en el estómago mientras los veía desaparecer, preguntándose si volvería a cruzarse con aquel extraño y por qué algo en su actitud le parecía tan familiar... y tan peligroso.
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UN CUENTO INVERNAL
Novela JuvenilEn un paraje donde el invierno nunca termina, dos almas se encuentran entrelazadas por un lazo invisible, destinado a unirlas más allá del tiempo y el espacio. Sin embargo, bajo la fría superficie de la nieve, se ocultan oscuros secretos y anhelos p...