Capítulo 2: Primer hilo roto

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Desperté, volví a dejar la almohada mojada con mis lágrimas, falté ese día al trabajo, ya no podía más, seguía sin aceptar lo ocurrido, mi mente se llenaba de recuerdos, me cayó la depresión, y salí a caminar en el parque, me relajé un poco, me senté en una banca, cuando sentí que ya podía apartar mi mente en algo más, volví para pedir una pizza, prendí el smart tv y vi algunas caricaturas, unos documentales, algunas películas de acción, unos animes, solo quería que mi mente esté ocupada, no podía volver a faltar a mi trabajo, sabía que mis jefes no respetarían este duelo, después de todo él fue mi mejor amigo, aunque bromeaba conmigo siempre estuvo ahí cuando más lo necesite, ahora yo me quebré en su funeral, no pude seguir escuchando esas oraciones, simplemente me salí y no me despedí de sus padres, ni siquiera de Samantha y Michelle, por cierto era la primera vez que la veía lagrimar, su rostro estaba perdido. Por otra parte, Samantha se la pasó con una manta tapando su rostro que estaba deshecho de tanto llorar.

Una reunión de emergencia –dijo Samantha, ella me llamó tres horas después, eran las cuatro de la madrugada

–De acuerdo, espera dos días amiga, le comentaré a Michelle –le contesté

–Me parece bien, cuídate –dijo Samantha colgando

Empecé a llorar de nuevo luego de esa llamada, aún estaba reciente, era normal romper todo lo que me encontraba en el camino, mi garganta se sentía como si tuviera un nudo, cuando el coraje se apagó, dormí tres horas y me fui al trabajo. Al día siguiente fue cuando decidí faltar, era una mala decisión atender a los clientes con un rostro demacrado, yo estaba sensible y no soportaba ningún comentario, creo que por eso el jefe me retiró temprano ese día.

Al día siguiente era viernes, solo era resistir esa jornada de ocho horas vendiendo libros en la librería. Cuando llegué a casa estaba deshecho, el cansancio me consumía y toda la costumbre de aguantar los días del trabajo ya no surtía efecto, era como si mis energías no terminaran de cargar por completo, la depresión no permitía la paz interna de mi ser. Llegó el sábado y contacté con Michelle, ella me respondió al instante y quedamos en reunirnos en mi casa, también Samantha confirmó su visita. Entonces en tres horas intenté limpiar mi asquerosa casa.

Había mugre y mi sobrecama estaba muy sudada, la cambié por una limpia, barrí toda la casa, trapeé de forma rápida y acomodé algunos libros regados en el suelo de mi habitación, sacudí algunos muebles y limpié la mesa junto con los individuales. Por un momento pensé en qué les ofrecería a mis amigas para almorzar, no se me ocurría nada y andaba algo corto de dinero, pero no quise que la reunión fuera mediocre así que pedí una orden de nachos y un refresco de tres litros, sabía que la cerveza no era necesaria o eso es lo que yo pensaba. Tocaron la puerta, Samantha fue la primera como de costumbre en llegar antes de la hora acordada.

–Qué tal Samantha, pasa, toma asiento, puedes estar en la sala o en el comedor, donde te sientas a gusto –le dije

–Compré algunas botanas cuando pasé por la tienda, también algunas latas de cerveza –dijo ella

–Bueno pensé que no era el momento adecuado para estar tomando, pero si así te sientes mejor entonces adelante –le comenté

–Con este calor no puedo desaprovechar la oportunidad –dijo

De repente tocó la puerta, era Michelle, me sonrió y se sentó a lado de Samantha, se quitó los audífonos y despegó su rostro de la pantalla de esa consola portátil, era la rata amarilla con su entrenador aquel juego que estaba jugando.

–Ya saben, hay que despejar la mente, nada como los videojuegos, pásame una lata necesito hidratarme –dijo Michelle

Al menos esta vez haces más contacto visual con nosotros –comentó Samantha

–Sabes, después de todo si tengo sentimientos, tomen les traje algo –dijo Michelle sacando de su bolso azul unas envolturas–, son unos chocolates en forma de conejos, son nuevos y algo caros, pero esta ocasión es especial

–Mira qué considerada, entonces Gustavo, ¿cuánto tiempo esperaremos el almuerzo? –preguntó Samantha, abrió otra lata de cerveza

–Según la aplicación de mi smartphone faltan como cinco minutos –dije

–Entonces acércame esas botanas, muero de hambre –dijo Michelle tomando la segunda lata de cerveza

– ¡No seas amargado Gustavo! Traje más cervezas, toma algunos –dijo Samantha acercándome una lata, le di un sorbo y escuché al repartidor pitando con su moto

Almorzamos, surgieron algunos recuerdos de la infancia, pero cuando había algo relacionado a nuestro difunto amigo, enseguida Samantha desviaba el tema de conversación, era evidente la intención. Michelle nos contó un poco más sobre lo que le había pasado durante esos cinco años en que nos distanciamos. Samantha por su parte dijo que apenas terminara su doctorado intentaría buscar trabajo cerca de la ciudad para lograr asistir a más reuniones como esta.

–Yo también quisiera hacer eso, intentaré ahorrar para acercarme más a la ciudad –comentó Michelle

–Después de todo no he sentido nada de alegría en todo este proceso, uno se entretiene investigando, pero el ocio es suprimido –dijo Samantha

–No esperaría que pensaras de esa forma, es bastante curioso, eres inteligente como para sufrir por eso –dijo Michelle

–Bien ¿desean ver alguna película? O está bien seguir conversando –comenté

–Lamentablemente ya estoy a punto de irme, sigo con la investigación –dijo Samantha

–Igual yo, tengo trabajo en la noche, necesito descansar un rato luego de llegar a mi casa –dijo Michelle

Mis amigas se despidieron, en ningún momento tocaron el tema reciente, no sabía si eso era bueno o malo, pero por respeto no decidí forzar aquel suceso. De nuevo hubo silencio, prendí el smart tv y puse documentales de animales. Luego escuché música, decidí escribir una historia, pero solo avancé unas cuantas hojas, el tema era sobre el existencialismo y la razón de vivir de manera monótona todos los días, solo ese suceso cambió muchos aspectos de mi vida, era el comienzo para sentir más temor a la vida. 

Hilos rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora