1. Encuentro

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Un Alfa era un hombre musculoso, exigente y agresivo. Líder de su familia.

Una Omega era una mujer pequeña, obediente y dulce. Cuidadora de sus hijos.

Un Beta era la clase común, mediocre o talentoso si el Dios Negro los bendecía. Una variable.

No sabías si era diferente fuera de la aldea, tenías la esperanza de que, tal vez lejos de aquí, podrías encontrar a alguien que te aceptara como compañera, a ti, una mujer Alfa, un error que debió morir después de pasar por la presentación demasiado joven. Sin embargo, sobreviviste, veintitrés años después todavía estás aquí viviendo en una cabaña alejada de los demás pero dentro de los límites de seguridad, trabajando para los ancianos de la aldea que te tratan con odio y desprecio.

¡Qué vida!

Pero apenas tenías dinero para sobrevivir, el Duque te había dicho cuánto necesitabas para poder irte y el precio era algo que no podrías ahorrar por mucho que trabajaras. Así que seguiste con tu día, esperando un golpe de suerte o un licántropo que acabara con tu vida.

"Repara mi cerca, no quiero que los animales arruinen mis cultivos", te había pedido Juan, un viejo granjero, la madera estaba podrida y tuviste que rehacer gran parte de la cerca, sin embargo sabías bien que no te pagaría más de lo que ya te había dado. Por eso te dieron trabajo en primer lugar, sabían que nadie más aceptaría trabajar tan duro por tan poco.

Cuando terminaste, el sol ya se había puesto y la temperatura había bajado considerablemente. Emprendiste el camino a casa con el hacha bien agarrada en la mano, aunque morir sonaba más fácil no estabas dispuesto a aceptarlo sin luchar primero.

—¡Mierda! —El grito proveniente de los árboles llamó tu atención de inmediato. Te debatiste si acercarte a ayudar o ignorarlo, después de todo no era tu problema, el fuerte olor a ansiedad, rabia y dolor llegó a tu nariz, una Omega, una Omega sin pareja. Tus instintos tomaron el control y cuando te recuperaste ya estabas frente a la mujer que se sostenía del tronco del árbol.

—Mierda hace frío. —Su vestimenta era la de una cazadora, tal vez la hija de una quiso rebelarse y terminó mal. Se abrazaba a sí misma con una capa que la cubría y una capucha que le cubría el rostro. Pudiste notar con sorpresa que era más alta que tú. Te acercaste con cuidado, teniendo en cuenta la tensión en su cuerpo.

—Te voy a llevar a mi casa, mañana podrás volver a la tuya, pero no puedes quedarte aquí; si el frío no te mata los licántropos lo harán. —Un rugido interrumpió tu conversación, un varcolac emergió de entre los árboles, casi como si tu comentario lo hubiera convocado, la bestia estaba cubierta de heridas pero aun así quería pelear.

Dejaste que el salvajismo dentro de ti saliera gruñendo a la bestia frente a ti, desafiándola, mientras te alejabas de la chica. Cuando la bestia saltó la evadiste y pusiste toda tu fuerza en tu brazo, clavando tu hacha en su cuello a tal punto que no pudiste sacarla de nuevo.

Corriste hacia la mujer y sin esperar permiso la tomaste en tus brazos, huyendo de la bestia que se retorcía de dolor. No te detuviste ni siquiera después de salir del bosque, tu mente tenía un solo pensamiento: regresar a tu territorio donde estarías a salvo. Evitando las trampas que colocaste alrededor como seguridad, abriste la puerta con tu hombro.

Intentando controlar tu respiración miraste a la chica que te observaba con cautela o eso creías, la oscuridad no te dejaba verla con claridad. La colocaste con delicadeza encima de lo que llamaste cama, un pequeño colchón que habías comprado del Duque, cubierto con la piel del oso más grande que habías logrado cazar junto con las costuras de otras pieles de animales más pequeños a modo de manta, te quitaste la chaqueta que llevabas puesta y se la diste para que se tapara más, tenía demasiado frío.

Dulce Alfa, Peligrosa Omega || Cassandra DimitrescuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora