Se balanceó. Permitió que el viento golpeara su cuerpo y tarareó en contemplación. El día era hermoso, el sol brillaba y la Brisa veraniega daba una rica sensación de frescor. Naruto lo odio de inmediato. Su café humeaba dulcemente, no pudo evitar deleitar su paladar con el agrio líquido y temblar en una placentera sensación de calor. Con la edad, el café se había convertido en una parte importante de su vida.
—¡Naruto!
Se detuvo. No era extraño que su nombre resonará de entre los habitantes del pueblo y sabía que la regularidad se estaba volviendo irritante. Para él, al menos. Un hombre grande se acercó, corpulento y de brazos y cuello anchos. Conocía bien a este hombre, aunque su primera interacción fue más a causa de una necesidad que por el simple placer de una charla ociosa.
—Hola, señor Graham.
Lo miro con calma, el hombre bufo cual toro de Lidia y resoplaba debajo de su tupida barba. Era un herrero, así que su imponente figura no era de sorprender. Sin embargo, no negaría que un pequeño atisbo de envidia no se formó en lo profundo de su pecho. Ser pequeño tenía sus ventajas, pero la dependencia a alcanzar cosas altas no era una de ellas. Se consuela con saber que la magia lo había desechó de ese tipo de problemas.
—Ah, muchacho, ¿Dónde te metiste? Tu padre te busca desde ayer.
Hizo una mueca al escuchar eso. No era raro que desapareciera por algunos días, pero había prometido no desaparecer tan seguido. Claro, cruzó los dedos hasta de los pies y siguió haciéndolo, pero tenía un compromiso al que asistir y nunca había faltado a su palabra con anterioridad, no iba a comenzar ahora.
—Ya veo, ¡¡Se lo agradezco mucho, señor!!
Sonrió lo mejor que pudo, una sonrisa que no llegó a sus ojos, Pero que había practicando lo suficiente como para ser apenas notable, además este era un herrero, dudaba que ser un juez de carácter entre en sus habilidades más destacadas. Cómo espero, el herrero no lo noto. Sonrió en grande y acaricio sus cabellos con cariño. Lucho con la necesidad de cortarle la mano ante el atrevimiento, Pero logro mantener sus impulsos perfectamente a raya.
-X-
Golpeó. La madera crujió con sus nudillos sobre ella y la puerta resonó en un aviso evidente a su presencia. Espero por algunos segundos, no demasiado. Al menos, considerando que su padre caminaba lo suficientemente lento como para hacer realidad la fábula de la tortuga y la liebre. No, la mota de nieve y el par de esmeraldas que lo recibieron fueron diferentes a lo que espero.
—Oh, eres el mismo niño de ayer.
Si, algo así le hacía conocido en ella. Claro, imposible olvidar a la mujer que se burló de su lindo intento de una sonrisa. Lo había intentado, le dolieron los músculos de la cara después de eso, Pero aún así solo provocó la risa de su contrario.
—Y tu la elfa con quién choque, ¿Que haces en la casa de mi padre?
Eso parecía congelarla, asustarla. Lo miro como si hubiera visto un fantasma y su piel, de por sí pálida, había perdido todo atisbo de color en cortos segundos. Tampoco paso por alto las ligeras gotas de sudor que caían por su rostro.
—¿Tu padre?
Pregunta retórica, ella no parecía necesitar una respuesta. En realidad, estaba demasiado ensimismada en sus pensamientos como para poder oírla. No obstante, la cordialidad nunca había sido algo que faltará en él.
—Si, mi padre.
La miró por algunos segundos, ignorando deliberadamente los nervios que eso le causaban a ella. Al final, tuvo que golpearse mentalmente por su estupidez. Le avergonzaba no haberla reconocido de inmediato, tomando en cuenta que su padre había hablado de ella con insistencia y había visto su rostro durante los últimos cincuenta años.