Reflexion de un futuro

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Estaba a punto de terminar mi día. Había llegado a mi casa y me dispuse a cambiar mi maquillaje. Esta vez había elegido un tono rojo oscuro para mis labios, mientras que mis ojos se quedaron igual que antes. Dejé mis bolsos encima de la desastrosa cama de mi habitación y salí un rato a despejarme.
El próximo año, mi último año, me iban a cambiar de colegio. ¿Por qué? Realmente no sé. Sinceramente mi mamá quería que comenzara una nueva vida en otra institución y con otros amigos que no me metieran en problemas. Pero como yo siempre digo, malos somos todos...
Mi mamá había elegido un colegio multicultural de capital, en el cual iba mucha gente extranjera (¡el nombre lo dice todo!) y también enseñaban variedades de idiomas.
Como este colegio se iba a inaugurar, decidieron anotarme desde temprano para tener más posibilidades de ingresar.
Aún así, con mi nivel académico y mis altas notas, dudo que rechazen mi petición. Aunque en realidad, ese no era mi problema. Yo quería ver qué tipo de gente había ahí y si me sentía cómoda entre tantos extranjeros (recordando una de mis malas experiencias con gente de países limítrofes).
¡Vaya dios! ¡Volverme a encontrar con personas a las cual les tengo mucho afecto en lo cultural sin que ellos lo sepan!
Y si, hablo de los extranjeros.
Yo sentía una gran pasión por ellos, tanto por su acento como por su cultura. Ya me había cansado de conocer tanta gente del mismo estilo que esta oportunidad de cambiarme de escuela, era una gran salida a lo que hay afuera.
No lo hago por ser babosa, es que me encantan.
Esa pasión había surgido gracias a San google. ¡Maldita Internet! ¡Siempre haciendo adicta a la gente!
Había conocido muchachos de varias partes del mundo, y disfrutaba hablando con ellos.
¿Cuando iba a llegar el día en el que por fin conozca la verdadera cara de esa gente?
Después de tanto caminar, mis piernas ya dolían. En todos estos minutos que estuve caminando por la ciudad me había ahogado de pensamientos manipulativos y engañosos. ¡Fuera tentación, fuera!
De todos modos ya estaba regresando a casa. Observaba la ciudad y sus paisajes. Un humo negro que cubría las terrazas de aquellas casonas viejas y humildes. El aire pesado que intervenia en mi recorrido, pero que yo ignoraba. El suelo manchado con gotas invisibles. Gotas que no tenían color, ni textura, pero que contaban una historia.
Y me sentí como en casa. Al fin podía seguir con mi rutina de todos los días y volver a pensar en otra cosa antes que lo que me espera en un futuro.
Y así seria, hasta que el próximo año empezara mi nueva etapa.

Sembrar colorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora