Capítulo 23. Elevador.

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                          CAPÍTULO XXIII

A la mañana siguiente, me gire y me encontré con su dulce rostro mañanero, y esas ligeras pecas salteadas que estaban en su rostro junto a sus lunares perfectos.

— Buenos días preciosa. — Dijo con la voz grave.

— Bueno días guapo. — Dije acercándome más a su cuerpo y lo besé dulcemente.

Nos dimos un baño juntos, entre risas, un par de besos y caricias nada más, salimos de aquella habitación después de una hora de arreglarnos.

Llevaba conmigo un vestido blanco hasta las rodillas, con unas pequeñas zapatillas bajas blancas igual, y un abrigo beige desabotonado por el clima  fresco. Me hice una media cola en el cabello con un moño blanco que hacia juego. Y sostuve una bolsa lisa de color negro colgada en los hombros.

Noah llevaba puesta una camisa negra de mangas cortas desabotonada del pecho, dejando lucir una joyeria discreta, unos pantalones de vestir blancos y zapatos a juego. Con lentes para el sol que lo hacían lucir espectacular.

Siempre llevaba un reloj caro en las muñecas y rara vez alguna pulsera.

Parecíamos la pareja ideal de las revistas.

Estoy segura que los chicos de Gossip Girl estarían orgullosos de nosotros.

Pasemos por la ciudad, hicimos una visita al museo Guimet, luego la plaza del Trocadero, atravesamos el río Sena y al final terminamos en la torre Eiffel.

Comimos en algún restaurante de ahí, y tomamos muchas fotografías a la distancia, sentados en el césped, nos mirábamos mutuamente, platicamos de lo increíble que estaba siendo el viaje.

— ¿Y vamos a poner nuestro candado en el puente? — Preguntó recordando esa idea como si fuese la mejor del mundo.

Yo solté una risa. — ¿Y contaminar el mar lanzando la llave al río?, no gracias. — Me burlé.

— Anda vamos, no podemos ser novios y venir a París sin dejar huella. — Dijo en súplica.

— Créeme, a nadie le importará si dejamos huella en París o no, tenlo por seguro. — Dije burlándome otra vez.

Es que esas cosas no van conmigo, pensé.

Probablemente en unos años, los quitan para hacer espacio a más turistas.

— Bueno, no era pregunta, vamos allá. — Se puso de pie dando esa orden y no me quedo más que seguir a mi chico enamorado.

Tomamos transporte hasta estar frente al Palais Royal de París, en uno de los puentes más famosos del Sena (por el cual ya habíamos pasado desde otra distancia).

Había cientos de candados en variedad de colores y tamaños. Que cliché ¿no?

— Noah no hay ni un hueco para poner el nuestro. — Me reí mirando tal escena.

Con el candado en manos, Noah no se rindió y busco por ahí un hueco donde poner nuestro candado de “amor”.

— Aquí. — Grito en una orilla.

Había montones y montones de turistas buscando un hueco igual, pero Noah se aferro al suyo como un niño pequeño sin moverse de ahí para que yo llegase.

— ¿Tienes el plumón? — Pregunté mirándolo y él sonrió con cara de satisfacción.

— Creí que era el único ridículo que quería dejar su huella en París. — Se burló.

Yo rodé los ojos y solté una risita. — Anda si, ya estamos aquí ¿no?, dejemos ese candado.

Colocamos nuestros nombres encerrandolos en un ridículo y cursi corazón flechado y lo cerramos.

Del amor y la serotonina ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora