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Jason:

Estar en el cumpleaños de Julia no era solo estar en una fiesta más. Siempre había sido diferente con ella, pero esa noche en particular tenía algo especial.

Entre la música, las risas y las conversaciones, había una tensión sutil que solo algunos podían notar, una corriente de emociones que fluía silenciosa pero constante. Y en el centro de todo, estaba Jules, deslumbrante como siempre.

Cada vez que nuestras miradas se cruzaban, había una chispa, una conexión que no necesitaba palabras. Su sonrisa, esa que me iluminaba el día sin importar qué, me hacía sentir que yo era el único en esa sala que realmente la conocía, que podía entender lo que ella no decía en voz alta.

Había un brillo en sus ojos que siempre me hacía recordar por qué había sido tan fácil enamorarme de ella.

Sin embargo, esa noche todo era diferente porque estaba Conrad. Su presencia, siempre impecable, me producía una mezcla de incomodidad y rabia. No porque él no fuera una buena persona, aunque obviamente no lo era, sino porque lo veía ocupar un lugar que durante años, en silencio, había sido mío, aunque nunca lo reclamé abiertamente.

Conrad la rodeaba con esa actitud de hombre perfecto, el novio ideal que parece diseñado para que todo el mundo lo adore. Sus regalos, cuidadosamente escogidos, susurraban "te conozco", pero el y yo sabíamos que no era así.

Cuando le dio el pequeño gato, algo que ella había querido por tanto tiempo, sentí que un pedazo de mí se quebraba. No porque lo hubiera hecho él, sino porque él se llevó el mérito de algo que yo siempre supe.

Lo único que me consoló fue cuando ella eligió el nombre. Ese nombre... Yo también lo había escogido, aunque ella no lo supiera.

Era nuestro pequeño guiño al pasado, un recordatorio de que por más que Conrad intentara ocupar cada rincón de su vida, no podía borrar lo que ya estaba grabado en su corazón.

Hubo un momento ese que fue el punto de quiebre. Cuando le pedí a Julia que me mostrara el cuadro, fue como si todo el ambiente cambiara de golpe. Conrad, que hasta ese instante había mantenido su postura impecable, dejó caer la bebida de manera tan calculada que me resultó imposible no darme cuenta de lo que estaba haciendo.

Vi cómo Julia se tensó, cómo me miró y luego a Conrad, con una expresión que mezclaba confusión y algo más profundo: duda. Era como si, de repente, se sintiera presionada a tomar una decisión, a decidir entre enseñarme el regalo o atender la incomodidad de su novio, que claramente estaba irritado por mi presencia.

Eso me enfureció. No podía soportar verla atrapada en esa encrucijada emocional, como si sus propios sentimientos estuvieran siendo controlados por alguien más.

Julia siempre había sido libre, había sido auténtica y real. Ahora, verla así, entre dos frentes, tratando de equilibrar las expectativas de Conrad y la amistad que compartíamos, me llenaba de una rabia contenida. ¿Qué derecho tenía él a hacerla sentir de esa manera?

Conrad, con su aire de perfección y control, estaba empezando a influir en ella, a moldear sus reacciones, sus pensamientos. Lo que me dolía no era que ella le prestara atención; eso era normal, estaban juntos. Lo que me dolía era ver cómo ella estaba empezando a perder esa chispa de independencia que siempre la había definido.

Como si, de a poco, él estuviera metiéndose en lugares que antes eran solo nuestros, desplazando los recuerdos y momentos que habíamos construido a lo largo de los años.

Sabía que no podía permitir que la situación explotara en ese preciso momento. No podía arruinar la fiesta de Julia, ni mucho menos hacer que ella sufriera por algo que, aunque me doliera, no era culpa suya.

Desearía...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora