El viaje

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El día que me fui de casa, después de un largo camino recorrido ya, me encontré con una pequeña niña sola, vestida de blanco, e inmediatamente le pregunté si necesitaba algo, pero ella respondió que no. Me pareció algo extraño y se lo volví a preguntar. Al ver mi insistencia, me preguntó si tenía un sitio a dónde ir. Me sorprendió su pregunta, y después de un breve momento de duda le dije que no. Acto seguido ella tomó mi mano y me guió durante un largo rato hacia una cabaña hábilmente escondida en el bosque. Me pregunté si ella vivía allí.

Entramos, y me condujo por el interior, hasta donde se encontraba sentada una mujer que parecía bordar con hilo dorado una prenda blanca. Al percatarse de nuestra presencia, la mujer levantó la vista y nos observó durante lo que me parecieron horas. Finalmente, pronunció palabra.

—¿Qué has hecho? —musitó gravemente. La pregunta iba dirigida a mi pequeña acompañante, que rápidamente se tensó.

—Es sólo alguien que me encontré —dijo, encogiéndose de hombros, e intentando aparentar calma—. Ella sólo quería ayudarme, así que la traje aquí, es todo. No tiene dónde quedarse —agregó, como si eso fuera a cambiar algo. Y aparentemente así fue, porque la mujer se giró hacia mí.

—¿Es eso cierto?, ¿que no tienes dónde quedarte?

—Esto... sí, es cierto —dije rápidamente, fallando en mi intento de sonar segura.

—¿Estás huyendo? —continuó interrogando. Demonios, ¿acaso esta mujer era psíquica?

—Algo como eso —dije, sin más detalles.

—Bien —a ella también le gustaba ser concreta y concisa. Le hizo algunas señas a la niña, y en seguida ella captó el mensaje. Me llevó fuera, y caminamos por espacio de diez minutos a lo que parecía ser otra cabaña escondida. Entonces me miró.

—Te quedarás esta noche aquí —comenzó —. Pero mañana te irás.

—¿A dónde? —inquirí.

—No estoy segura. Al parecer serás transferida a un refugio —dicho esto, se fue, dejándome completamente confundida. Me encogí de hombros y entré.

El lugar era cálido. Dejé mi escasa carga en el suelo y observé el modesto mobiliario: había una silla y una mesa de madera, y un colchón en el suelo. Parecía cómodo, o quizá se trataba del cansancio de la huida. También había una puerta trasera, así que me dirigí a ella y la abrí para encontrarme con algo parecido a un cuarto de baño. En una de las esquinas habían dos cubetas llenas de agua. Cerré la puerta y volví junto al colchón; me preparé rápido para dormir y me recosté. Esa noche no soñé.

Temprano en la mañana tocaron a mi puerta. Ya me había bañado, usando el suministro de agua del que me habían provisto. Abrí la puerta y me encontré a la pequeña que me había llevado a ese lugar, lo cual en absoluto me sorprendió.

—Hola —dijo. Le sonreí a manera de respuesta, instándola a continuar—. Tara me dijo que viniera para llevarte con ella —supuse que «Tara» era la mujer que bordaba —Creo que ya tiene un lugar para ti —. Bueno, eso sí me sorprendió.

—¿Ah sí? —dije, elevando las cejas.

—Sí —ella sonrió —. Y me permitió ir también.

No tenía ni idea del tipo de refugio al que Tara podría enviarme, pero el que una niña que acababa de conocer me acompañara, me hacía sentir extrañamente mejor. Recordé que no sabía su nombre.

—Eso es genial —mencioné, antes de sonreír y preguntar —. Y dime, ¿cuál es tu nombre?

—Me llamo Suré. 

 

Entre ruinas y secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora