—Creí que no volvería a verte —comenzó—, creí que... que... —dejó la frase suspendida en el aire.
—Sí —dije—. También lo creí así.
Más silencio.
Quería decir tanto, pero como muchas otras veces, no lo decía. A veces simplemente no sabía cómo hacerlo.
—Eres buena con eso.
— ¿Con qué? —inquirí, sorprendida.
—Con los niños.
—Oh —bajé la mirada y sonreí un poco, fuera del alcance de su vista—. Gracias.
Después de ese breve intercambio, sentí que todo volvía a ser como antes. Dimos una caminata por los alrededores y me sentí de repente feliz. Completa.
Luego de eso, esperaba con ansia sus visitas al refugio, las cuales no ocurrían muy seguido, pero eso no importaba si me daban la oportunidad de volver a verle. Ya en el mundo real, permanecí sujetando estos recuerdos.
Pasados unos cuantos minutos más, Ian volteó a verme.
—Te traje algo —ante mi mirada de sorpresa, agregó— que te gustará.
Entonces tomó algo que no había notado que traía consigo.
—Oh —musité, al ver lo que tenía en sus manos. Por un instante me quedé muda, observando la prenda moverse suavemente de lado a lado con la brisa.
—Es hermoso —dije al fin, con la mirada fija en el bello vestido blanco que Ian sujetaba delicadamente. Entonces encontré sus ojos—. Realmente no debiste de...—comencé a protestar, pero callé al observar una extraña expresión formarse en su rostro— Gracias —sonreí. Y para sorpresa suya y mía, lo besé. Lo besé como si en el mundo no hubiese nadie más que él y yo, como si no hubiera más que hacer, como si de eso dependieran nuestras vidas. Él acortó la corta distancia que nos separaba y sujetó mi cintura mientras yo enroscaba mis brazos alrededor de su cuello. Las risas lejanas de los niños de pronto se apagaron, el sonido de la lluvia al tocar el suelo se detuvo, el susurro del viento cesó. Estábamos sólo él y yo. Entonces fue cuando ocurrió todo.
Como si de repente me quitara unos tapones del oído, me llegaron de golpe los gritos y pasos apresurados, salpicando al pisar los charcos.
— ¡Nissa! ¿Nissa, dónde estás? —vociferaba Tara. Podía sentir el nerviosismo en su voz— Hay que marcharnos ahora, Lía —dijo en un aparte.
Mi corazón se detuvo de golpe y recordé lo que me había dicho tara tiempo atrás.
—Estas prendas tienen magia —respondía Tara a una pregunta que yo le había formulado sobre la ropa blanca que usábamos siempre—; el hilo es mágico, y por eso se torna dorado. El bordado en nuestra ropa sirve como barrera y nos protege de los seres que viven en este bosque.
— ¿Qué seres? —mi curiosidad aumentaba con cada palabra que decía— ¿son malos?
—Son los espíritus que custodian el bosque, y no son malos, pero sí muy volátiles.
— ¿Y eso qué significa?
—Que algunas veces está de acuerdo en que vivamos aquí mientras sea pacíficamente, pero hay algunas otras veces que simplemente ya no lo están; y cuando eso ocurre, hay que marcharse inmediatamente.
— ¿Y si alguna vez pasa eso? —pregunté, asustada por la sola idea— ¿adónde iríamos?
—No lo sé —dijo en un susurro—... no lo sé.
Al igual que Tara, yo no creí que alguna vez tuviésemos algún problema con los extraños y misteriosos seres del bosque, ya que nuestra estancia era simple y pacífica.
Me encontraba totalmente paralizada, hasta que Ian me sacudió ligeramente.
—Niss... Nissa —me llamaba, intentando traerme de vuelta a la realidad— ¡Nissanit! —el uso de mi nombre cual largo era me sacó de mi trance— ¿qué es lo que ocurre? —por supuesto, él no tenía idea de lo que estaba asando, pero no teníamos tiempo para explicaciones.
No dije palabra, e inmediatamente me apresuré a tomar las cosas que serían estrictamente necesarias, revisando la construcción para asegurarme de que nadie se quedaba. De repente me encontré a una niña pequeña sentada en el suelo. Me detuve. No vestía de blanco.
Tara me había dicho que los espíritus eran bastante tramposos, y les gustaba poner trabas. Una de ellas era tomar la forma de niños. Inmediatamente me alejé; me volví hacia Ian y tomé el vestido que aún tenía en las manos. Lo guardé, ya que lo necesitaría. Al voltear, él ya no estaba. Me tensé.
— ¿Ian? —oh, no— ¡Ian! —maldición. Avancé rápidamente y entonces, lo vi. Se acercaba a la niña espíritu— ¡Ian, no...! —era demasiado tarde. Él se había aproximado a ella y la había tomado en brazos. La niña se desvaneció al instante, en una especie de polvareda café. Ian volteó, confundido y sus ojos se encontraron con los míos; lo suficiente como para leer el peligro en mis ojos. De repente, se vio rodeado del mismo polvo en el que la niña se había convertido.
Sentí la urgencia de correr hacia él y ayudarlo, pero sabía que no tenía caso.
—Cuando ellos te atrapan, ya no hay más que hacer —Tara había dicho.
Mientras Ian luchaba inútilmente, yo me sentía bloqueada. Parte de mí quería escapar, e ir hacia Tara y los niños; pero otra parte más poderosa de mí quería volver y pedir ocupar su lugar. Mi cuerpo no reaccionó de ninguna forma, como si mis pies estuvieran anclados al piso. Sentí una fuerte frustración y no pude hacer más que sucumbir a la desesperación. No sabía qué hacer, y la creciente punzada de dolor que albergaba mi pecho no ayudaba. Rápidamente la suprimí. La mejor manera de ayudar a Ian era escapar de ese lugar lo antes posible, e intentar salvarlo por otros medios. Con el dolor creciente implorando salir y los ojos húmedos, me di la vuelta y me alejé de allí sin mirar atrás.
ESTÁS LEYENDO
Entre ruinas y secretos
FantasíaEntre las profundidades de un bosque remoto, cerca de unas ruinas en apariencia deshabitadas, se esconden muchos secretos. Nissanit, una joven que escapó de casa, se interna en él, encontrando algunas sorpresas por el camino. La primera de ellas es...