"En la danza silenciosa de la desesperación, incluso la mariposa más vibrante puede perder su caminó."
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Dolor. Esa era la única palabra que podía describir lo que sentía Sienna. Cada día se había vuelto una lucha por sobrevivir, una batalla constante contra la desesperación que la consumía. La soledad y la angustia pesaban sobre ella como una losa, aplastándola bajo su inmenso peso. El mundo, que una vez había sido un lugar lleno de posibilidades, se había vuelto hostil y frío, sus esquinas afiladas cortándola con cada paso que daba.
La cuerda colgaba del techo de su habitación, una promesa de escape, de liberación. Sus manos temblorosas la tocaron, sintiendo la rugosidad contra su piel suave. ¿El mundo estaría mejor sin ella? ¿Alguien notaría su ausencia? Tal vez su familia lloraría por un tiempo, pero las lágrimas se secarían y la vida seguiría su curso. Nadie echaría de menos a la chica invisible.
Con una determinación sombría, tomó la soga. Su corazón, roto y desgastado por años de sufrimiento, apenas latía en su pecho. Las lágrimas que corrían por sus mejillas eran testimonio de las innumerables noches que había pasado llorando en silencio, oculta en la oscuridad de su habitación. Ya no más.
La cuerda apretaba su cuello, la presión aumentando con cada segundo que pasaba. Los demonios en su cabeza susurraban sin cesar, reviviendo cada momento de burlas y desprecio que había sufrido. Cada palabra hiriente, cada mirada de desdén, cada risa cruel resonaba en su mente, una tormenta de recuerdos dolorosos que no cesaba.
La cuerda se tensó aún más, el aire se le escapaba y sus pulmones gritaban por oxígeno. Fue entonces cuando la puerta de su habitación se abrió de golpe.
-¡Sienna! -El grito resonó en la habitación, pero ya era demasiado tarde. La oscuridad se cerró sobre ella, envolviéndola en su abrazo frío e implacable.
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Desperte en un habitación blanca, las paredes desnudas me miraban con indiferencia. Un espejo sin marco colgaba de una de ellas, reflejando mi imagen pálida. Mi cabello, que alguna vez fue un rico manto de color marrón chocolate, ahora parecía desnutrido y sin vida, alineado con la almohada. Un suave olor a desinfectante se colaba por mi nariz, haciéndome estornudar.
Escuché las voces de mis padres y de un hombre desconocido fuera de la habitación.
—Señores Reese, contacten al departamento de psicología para que conecten a su hija con un psicólogo -dijo el hombre.
—Doctor, ¿estará bien? —preguntó mi madre con sollozos en su voz.
—Con el cuidado adecuado y la terapia, podremos ayudarla —aseguró el desconocido.
Dejé salir un suspiro pesado. ¿Por qué tuvieron que salvarme? ¿Por qué? No quería seguir aquí. No era tan difícil de entender. Solo quería alejarme de este mundo.
La puerta de mi habitación se abrió y el doctor, quien supongo estaba hablando con mis padres, entró.
—Buenos días, Sienna —dijo con amabilidad—. Soy el doctor Lee. Tu mamá y papá se preocupan por ti.
Mi corazón se encogió. No podía soportar que me miraran con ojos llenos de preocupación. Me daba la sensación de ser un peso muerto que arrastrar.
El doctor esperó pacientemente mi respuesta, pero las palabras se quedaron atascadas en mi garganta. No estaba lista para hablar con mis padres, no podía soportar ver sus miradas preocupadas y llenas de lágrimas. Sabía que si los miraba a los ojos, mi determinación se desvanecería y me derrumbaría frente a ellos. No quería que sufrieran más por mi culpa.
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El Jardín de las Almas Perdidas
Teen FictionEn el vasto lienzo de la vida, cada uno de nosotros es una pincelada única, una combinación de colores y texturas que dan forma a nuestra existencia. Como una mariposa que emerge de su crisálida, buscamos la belleza y la transformación en los lugare...