Capítulo 1: El peso del deber

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Las campanas de Veyloria sonaban a lo lejos, anunciando el amanecer, pero para Everett, el nuevo día no traía ningún consuelo. Desde la ventana de su habitación en la mansión familiar, veía cómo los primeros rayos de sol se filtraban entre los altos edificios de piedra blanca. Las calles ya comenzaban a llenarse de actividad, preparándose para lo que sería una semana de celebraciones.

Faltaban solo dos días para su boda. Dos días para cumplir con su deber.

Se suponía que un matrimonio con la hija del consejero real era un honor. Le habían repetido esas palabras tantas veces que habían perdido sentido. Pero por más que intentaba convencerse de ello, la presión sobre su pecho no cedía. No había amor entre ellos, ni siquiera una verdadera amistad, solo un acuerdo entre familias poderosas que prometía mantener su estatus.

Es lo que debe hacerse —se repetía, aunque las palabras sonaban vacías en su mente.

El sonido de pasos interrumpió sus pensamientos. Era su madre, entrando con una sonrisa tranquila, como si todo estuviera en perfecto orden.

—Estás despierto temprano —dijo, ajustando una de las cortinas—. Tu padre quiere verte antes de que te marches a la academía. Quiere discutir los últimos detalles de la ceremonia.

Everett asintió, pero no dijo nada. Los detalles de la boda eran lo último en lo que quería pensar, pero sabía que no tenía opción.

—¿Cómo te sientes, hijo? —preguntó su madre, acercándose un poco más, su tono más suave ahora—. Sé que esto puede ser abrumador...

Everett la miró, buscando alguna señal de que entendiera lo que realmente pasaba por su mente, pero solo encontró la misma mirada cálida y expectante. ¿Qué se supone que debía decirle? Que estaba aterrado. Que no quería casarse. Que cada día que pasaba, sentía que se ahogaba más bajo el peso de las expectativas de su familia.

—Estoy bien, madre —murmuró finalmente.

Ella le sonrió, satisfecha con la respuesta, y dejó un beso rápido en su frente antes de salir de la habitación, dejándolo solo una vez más.

Cuando la puerta se cerró, Everett respiró hondo. Tenía dos días para casarse, dos días para aceptar el destino que otros habían elegido para él. Pero en el fondo de su corazón, una chispa de rebeldía comenzaba a arder.

¿Y si no lo hacía?

El corredor de la Academia Veyloriana estaba lleno de estudiantes a punto de terminar sus clases del día

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El corredor de la Academia Veyloriana estaba lleno de estudiantes a punto de terminar sus clases del día. Everett caminaba en silencio, intentando pasar desapercibido, pero no importaba cuánto lo intentara. Siempre había alguien que encontraba la manera de hacerlo sentir inferior.

—¡Miren, es el novio del año! —la voz burlona de uno de sus compañeros, Cael, resonó por el pasillo.

Everett apretó los dientes. No respondió, pero el rubor en sus mejillas traicionaba su incomodidad. Intentó acelerar el paso, pero Cael y su grupo lo alcanzaron sin problemas.

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