📚Capítulo 33📚

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Cuando entré al aula, algo fue diferente

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Cuando entré al aula, algo fue diferente. Lo noté inmediatamente. Cristina. Estaba ahí, pero no era la misma que había dejado la noche anterior. Su presencia era imposible de ignorar, aunque su mirada nunca se cruzó con la mía. Desde el momento en que puse un pie en la sala, pude sentir el cambio en la atmósfera. Sabía que estaba intentando algo, tal vez protegerse, tal vez olvidarme. Pero el aire entre nosotros estaba cargado de todo lo que había pasado, como si las paredes mismas hubieran absorbido la tensión.

Cristina llevaba un vestido corto, algo que no había visto en ella antes. No era su estilo habitual. Estaba radiante, pero no de la manera en la que la había visto antes, sino con una fuerza nueva, casi desafiante. Sabía lo que estaba haciendo: estaba proyectando una imagen, queriendo demostrar algo. Para sí misma, para los demás. Para mí.

Me detuve por un momento, observando desde el umbral. Todos la miraban, sus amigos a su lado, como si celebraran su transformación. La vi reír con ellos, y aunque sus labios dibujaban una sonrisa, podía ver la rigidez en sus gestos. Estaba jugando un papel, uno que no estaba segura de cómo manejar, pero lo hacía con la determinación de quien busca ocultar algo más profundo.

Sabía que no me miraría. No porque no quisiera, sino porque no podía. Nos habíamos dicho tantas cosas en esa habitación la noche anterior, pero ninguna palabra podía realmente capturar lo que había ocurrido entre nosotros. Y ahora, en este espacio público, ella quería marcar la distancia.

Caminé hacia mi escritorio, sintiendo las miradas de algunos estudiantes, pero nada me importaba en ese momento más que la forma en que Cristina me estaba ignorando. Era intencional, y me irritaba más de lo que me gustaría admitir. Quería que me mirara, que reconociera lo que había pasado. No me molestaba su intento de desafiarme, de reconstruir su control. De hecho, era algo que admiraba en ella. Pero esto no había terminado, no aún.

La clase comenzó con la misma rutina de siempre, pero no podía concentrarme del todo. Cada vez que pasaba la mirada por el aula, me obligaba a no fijarme en ella, pero no podía evitarlo. Hablé de la lección, intenté mantener la compostura.

—Hoy discutiremos la anatomía del sistema nervioso, —comencé, aunque mi mente estaba en otra parte—. Es la red de control del cuerpo. Cada impulso eléctrico que recorre nuestros nervios determina nuestras acciones, movimientos, e incluso nuestras emociones.

Me detuve un segundo, mis ojos involuntariamente buscando a Cristina, pero ella mantenía su vista fija en el otro lado, como si yo no existiera. Sabía lo que estaba haciendo.

—El cerebro —continué— Emite señales que viajan por la médula espinal, alcanzando el resto del cuerpo. Esos impulsos nos permiten movernos, reaccionar... sentir. Pero, —añadí con una leve pausa— El cerebro no siempre es racional. A veces responde a estímulos emocionales, mucho más poderosos que los físicos.

Había algo irónico en lo que decía, pero nadie lo notaba. Solo ella. La forma en que sus dedos jugueteaban con el bolígrafo, la forma en que se inclinaba ligeramente hacia adelante cuando hablaba con sus amigos. Sabía que me estaba provocando.

Cuando terminé la clase, los estudiantes comenzaron a recoger sus cosas. Mi corazón se aceleró cuando vi a Cristina levantarse. No podía dejar que se fuera así. Necesitaba hablar con ella.

—Cristina, —la llamé antes de que pudiera salir por la puerta.

Ella se detuvo por un segundo, sus amigos mirando hacia mí con curiosidad. Pero no se giró. Me quedé inmóvil, esperando, mientras ella murmuraba algo a Mariana y Manuel, quienes se apartaron, dándole espacio.

Finalmente, Cristina se volvió hacia mí, su mirada fría, calculada. Pero había algo más detrás de sus ojos, algo que solo yo podía ver.

—¿Sí, profesor? —respondió, con una neutralidad casi desafiante.

Ese "profesor" me golpeó como una pared. Era la primera vez que usaba ese título conmigo desde lo que había pasado. Me tomó un segundo responder, consciente de las miradas de los demás estudiantes que aún quedaban en la sala.

—Necesito hablar contigo, —dije, bajando la voz—. No puedes simplemente ignorarlo.

Cristina desvió la mirada por un segundo, su mandíbula apretada.

—¿Ahora? —preguntó, cruzando los brazos frente a ella. Un gesto defensivo.

—Sí, ahora. —No quise dar espacio para más discusiones.

Cristina respiró hondo, como si estuviera debatiendo consigo misma. Finalmente, asintió levemente y le indicó a Mariana y Manuel que se adelantaran.

Cuando nos quedamos solos, el aula parecía más pequeña, más cerrada. Ella se quedó a un par de metros de distancia, mirándome con esos ojos que ahora intentaban construir una barrera que no estaba allí antes.

—¿Qué quieres? —dijo, rompiendo el silencio, su voz tensa.

—Sabes que tenemos que hablar de lo que pasó, —dije, bajando la voz—. No puedes simplemente ignorarlo.

Cristina desvió la mirada por un segundo, su mandíbula apretada.

—Para mí fue solo una noche, —respondió, sus palabras cortantes, aunque había algo en su tono que no era tan firme como quería aparentar.

Me acerqué un poco, pero ella no se movió. Sabía que estaba luchando consigo misma.

—¿De verdad lo crees? —pregunté, manteniendo la calma. No era el tipo de hombre que presionaba, pero tampoco iba a permitir que mintiera, ni a mí ni a ella misma.

Cristina me miró, y por un segundo vi la vulnerabilidad en sus ojos. Pero fue solo un instante antes de que la máscara volviera a caer.

—Sí, lo creo, —dijo, con una frialdad que no me convenció—. Y te sugiero que lo creas también.

El silencio que siguió fue intenso, pero no incómodo. Sabía que esto no había terminado. Cristina podía querer jugar a ser fuerte, a ser indiferente, pero lo que había entre nosotros era mucho más complejo que eso. No se podía borrar con una simple conversación.

Ella tomó su bolso y se dirigió hacia la puerta. La vi irse, su espalda rígida, como si llevara el peso de toda esa actuación. Pero sabía que, por dentro, estaba tan confusa como yo.

Y mientras la puerta se cerraba detrás de ella, una cosa quedó clara: esto no había terminado, y ambos lo sabíamos.

La Consentida Del ProfesorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora