Al día siguiente, el día transcurrió con la normalidad de otra jornada de encierro. Se peinaba y se arreglaba como lo haría una dama, pero para mirar a través de la ventana y no para salir a lucirse. Lord Northland no la visitaría, pues como era el último día, no había razón para mantener la farsa por un día más.
Confiaba ciegamente en que ese hombre cumpliría, ya que los dos estaban tan desesperados, que no concebía que alguno de ellos fallara. Cualquiera diría que estaba loca y que era muy arriesgado escapar de su casa por algo incierto. Era un hecho, su institutriz pensaba lo peor de Matthew solo por no tener dinero, pero estaba segura de que él no era así. Era honesto, honorable y en verdad estaba enamorado de ella. No en vano habían compartido tiempo cepillando caballos y hablando sobre la vida, solo unos besos los habían condenado a separarse. Si todo hubiese seguido su curso normal, quizá estarían casados, mas no sabían en donde lo harían porque su padre no lo aprobaría en ningún pasado, presente o futuro. Él era muy anticuado. No creía en el romance o en el amor, para el marqués todo era conveniente o inconveniente. Un mozo cualquiera ni siquiera era una mosca; sin embargo, Matthew lo había estorbado demasiado. Él solo pensaba en su buen nombre y en que si se relacionaban con alguien así, la desgracia los perseguiría.
Para pasar el tiempo y no parecer sospechosa, cogió un lienzo para pintar un poco. Lo único que tenía cerca era un florero con una flor marchita. Comenzó a hacer sus trazos para darle forma a su pequeña diversión.
La señorita Clapton entró a su habitación en varias ocasiones para apreciar el trabajo que hacía. Aquella le había enseñado muy bien cómo debía pintar. Además, la instruyó con los instrumentos musicales y eso le gustaba. En aquellos tiempos de aprendizaje, ella era severa, pero no había llegado a los grados correctivos que tenía en estos últimos años. En lugar de parecer su pupila, parecía su enemiga a quien debía destruir y no le quedaba claro la razón para tanto desprecio, pero a eso solo le quedaban horas y lo único que volvería a ver de ella sería ese florero que terminaría y se lo dejaría en la recámara.
***
Había llegado el día en que Charles arriesgaría su pellejo por nada. No ganaría ni siquiera un gracias y lo sospechaba.
—Lord Northland ha venido, milord —anunció el sirviente.
—¿Crees que todavía puedo arrepentirme?
—No, usted ha dado su palabra.
—No recuerdo haberlo hecho, pero si tú lo dices lo más probable es que sí debí hacerlo en un momento de locura. Te pido que, si sigo con vida, me impidas caer en este tipo de asuntos que no me competen.
—Por supuesto, milord. Para otra oportunidad seré más rápido para impedirle tener buen corazón.
—Gracias.
No tenía mucho que hacer más que resignarse a lo que había dicho. En lo posible debía evitar cualquier peligro. Sacó su arma que guardaba en el cajón del escritorio y la guardó entre su frac y su pantalón.
Todavía pensaba en cómo lo había convencido Steven para unirse a semejante tontería. No entendía qué lo había convencido.
—¿Tan elegante para salvar a una dama? Tú eres un verdadero héroe, Charles —alegó Steven, burlón.
—¿Y tú? Eres el verdadero héroe, el más egoísta de la historia, por cierto —replicó lord Tyne.
—Jugaremos cartas mientras esperamos la hora. También tengo un poco de whisky. La pasaremos bien...
—Por supuesto, bien en medio del probable peligro de muerte.
—No, no, no, querido. No pienses así. —Steven cogió a Charles del brazo y cruzó el suyo con el de él para caminar juntos.
—¡Por Dios! ¡Evita tocarme! —Charles lo empujó sin remordimientos. No le gustaba la gente tan apegada y sabía que Steven tenía una especie de enamoramiento con él y no podía ponerle límites porque no le importaban.
—Solo quiero que entiendas que yo estaré contigo, cuidándote.
—Eso es lo que más miedo me da.
—Sé que no quieres insultarme.
—Estás equivocado, claro que quiero hacerlo. No vuelvas a meterme en tus tonterías. Tampoco quiero ser padrino de tus hijos, ¿escuchas?
—¿Qué culpa tienen mis hijos que no han nacido? Cambiarás de opinión más adelante.
—No cambiaré de opinión.
Ambos salieron de la residencia de Charles y subieron al carruaje de alquiler. Tenía un mal presentimiento, tal vez fuera alarmista, pero una corazonada le decía que ni siquiera debía bajar de ese carruaje.
El rostro confiado de Steven no le daba buena espina, lo hacía desconfiar, porque tenía algo que lo hacía pensar en que no estaba siendo sincero del todo. Sus nobles intenciones además de no ser tan honorables, podrían ser una gran forma de meterlo en un problema. Mientras el carruaje iba por las calles de Londres, Charles pensaba en qué podría estar ocultándole su amigo.
Al llegar cerca de la residencia, Steven repartió las cartas y sonrió al hacerlo. La desconfianza de Charles se acrecentaba. Nadie podía estar tranquilo con lo que estaban a punto de hacer. Se llevarían a una dama y eso solo podía acarrear problemas en cuanto su familia se diera cuenta de la ausencia. No quería ni pensarlo, pero ahí estaba su mente haciendo cálculos de todo lo que podría salir mal, con Steven eso era un asunto convencional. Se acostumbró a pasar vergüenza en su compañía, por lo que no había mucho que hacer respecto a su amigo.
Las cartas sirvieron para que se distrajera por un juego y el whisky también hacía lo suyo, aunque él no pensaba emborracharse como quizá Steven esperaba que hiciera, pues la situación no lo ameritaba. Todos los sonidos debían mantenerlos alertas.
Así pasaron un par de juegos hasta que se acercaba la hora de la verdad. Ya estaba ahí, lo único que debía hacer era tomar al toro por los cuernos y soportar lo que había tomado como decisión al apoyar a ese hombre sin juicio que era lord Northland.
Buen día...
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El círculo de los soltero #7
Ficção HistóricaCharles Coldwell, conde de Tyne, pensaba que su vida se centraba en su libertad y su conflictos con su cuñado; sin embargo, lo habían involucrado en algo inesperado: hacerse cargo de una joven que escapó de su casa, lo que causa que su nombre caiga...