En la metrópolis de Elysia, el futuro ya había llegado, pero no de la forma en que la humanidad lo había imaginado. Los rascacielos tocaban el cielo, cubiertos de luces de neón que parpadeaban entre hologramas publicitarios. Los drones patrullaban los cielos, y los coches volaban por calles tan abarrotadas que era difícil imaginar que hubiera espacio para respirar. La civilización parecía haber alcanzado su punto máximo, pero a un alto costo.
En el corazón de la ciudad, la torre más alta de todas dominaba el horizonte. La sede de Eterna Corp, la megacorporación que había regalado a la humanidad el Cristal de la Vida. Una promesa de longevidad, salud y... milagros. Los anuncios prometían lo imposible: vidas más largas, cuerpos más fuertes, y en algunos casos, poderes extraordinarios. Pero lo que no contaban era el oscuro secreto detrás de ese brillo resplandeciente.
Dentro de una pequeña habitación oscura, en un barrio apartado de la opulencia de la ciudad, Kai estaba sentado en el borde de su cama, observando su mano con detenimiento. Su piel, una vez suave y juvenil, ahora estaba marcada por fractales de cristal que comenzaban a extenderse lentamente desde sus dedos hasta su muñeca. Líneas afiladas, geométricas, brillaban débilmente bajo la luz tenue del cuarto.
El joven suspiró. El frío de la cristalización lo estaba alcanzando. Podía sentirlo en sus huesos.
—Se está extendiendo... —murmuró para sí mismo, con un toque de resignación.
Kai se levantó y caminó hacia el pequeño espejo que colgaba de la pared. Su reflejo le devolvía la mirada con ojos cansados. Parte de su rostro ya estaba marcado por el proceso: una pequeña mancha de cristal que cubría su mejilla derecha, un recordatorio constante de su destino. Se ajustó la capucha de su chaqueta, tratando de ocultarlo. Sabía que no podía permitir que lo vieran así, no en público.
"No me queda mucho tiempo", pensó mientras se preparaba para salir.
Era un pensamiento que no lo dejaba en paz, una cuenta regresiva que resonaba en su mente desde aquel día. El día en que casi murió.
Tres meses antes, todo era diferente. Había sido un adolescente normal, con sueños y preocupaciones como cualquier otro. Pero el accidente cambió todo. Recordaba el sonido metálico del choque, el crujido del metal doblándose, el dolor insoportable que recorrió su cuerpo al ser lanzado al asfalto. Sus pulmones quemaban, y la oscuridad lo envolvía poco a poco.
Y luego, la vio.
A través de la niebla de la inconsciencia, una mujer de cabello oscuro y ojos afilados apareció ante él. Llevaba una bata blanca, y sus manos se movían rápidamente mientras examinaba su cuerpo herido. Airi. Ella fue la que tomó la decisión.
—Tenemos que usar el Cristal de la Vida —había dicho, con la determinación de alguien que no tenía dudas—. Es la única manera de salvarlo.
En ese momento, la promesa de salvación parecía un milagro. Pero nadie le advirtió de lo que venía después.
De vuelta al presente, Kai salió de su pequeño apartamento. Las calles estaban abarrotadas, y aunque el ruido de la ciudad llenaba el aire, todo parecía distante para él. Caminaba como una sombra entre la multitud, su capucha baja, ocultando las marcas en su rostro. Cada paso lo acercaba más al callejón oscuro, al lugar donde encontraría respuestas... o, al menos, compañía.
Las pantallas gigantes que cubrían los edificios brillaban sobre él, llenas de imágenes de hombres y mujeres sonrientes, todos inmortalizados por el milagro del Cristal de la Vida. "¡Vive más! ¡Vive mejor! Con el Cristal de la Vida, el futuro es eterno", proclamaba uno de los anuncios, mientras mostraba a una familia perfecta, eternamente joven y feliz.
Kai apretó los puños. Sabía la verdad. Sabía que el Cristal de la Vida era una bendición envenenada.
Dobló una esquina y llegó a un callejón estrecho. La luz neón desapareció detrás de él, sustituida por la penumbra y el olor a humedad. Al final del callejón, una puerta metálica con un símbolo de cristal tallado en ella lo esperaba. Kai golpeó tres veces, y la respuesta no tardó en llegar.
—¿Contraseña? —dijo una voz masculina, profunda y firme, desde el otro lado de la puerta.
—La vida es frágil como el cristal —respondió Kai con calma, el código que había aprendido hacía semanas.
Hubo un breve silencio antes de que la puerta se abriera con un chirrido. Detrás de ella estaba Shin, un hombre de treinta años, alto y corpulento, con el rostro endurecido por la batalla. Kai lo había conocido poco después de su despertar, y desde entonces, Shin se había convertido en una especie de mentor para él.
—Llegas tarde —dijo Shin, cruzado de brazos mientras lo miraba de arriba abajo—. La cristalización ha avanzado más de lo que pensaba.
—No hay mucho que pueda hacer al respecto —respondió Kai con frialdad mientras entraba.
El interior del lugar era oscuro y frío, un antiguo almacén abandonado que el grupo de Héroes de Cristal había convertido en su base de operaciones. Varios otros como Kai ya estaban dentro, algunos en peores condiciones, con partes de su cuerpo casi completamente cristalizadas. Los ojos de todos reflejaban la misma mezcla de miedo y desesperación.
—Airi te está esperando —añadió Shin, señalando una puerta al fondo del lugar.
Kai asintió y se dirigió hacia la puerta. Sabía que Airi estaba trabajando sin descanso para encontrar una cura para la cristalización, pero hasta ahora, los resultados no habían sido esperanzadores.
—Kai —lo llamó Shin antes de que se alejara—. No pierdas la esperanza. Aún no es tu fin.
Kai solo respondió con un breve asentimiento. La esperanza era algo que se desvanecía con cada día que pasaba, pero tenía que seguir adelante. No solo por él, sino por los demás que estaban en la misma situación. El brillo del cristal en su piel era un recordatorio constante de que el tiempo se agotaba, pero también era la chispa que lo empujaba a luchar.
Y mientras el mundo seguía avanzando, cegado por la promesa de una inmortalidad falsa, Kai sabía que su destino, al igual que el de los demás Héroes de Cristal, brillaba con una fragilidad que solo ellos podían entender.
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Héroes de Cristal
AçãoEn un futuro cercano, la humanidad ha logrado avances impresionantes en tecnología, pero a un alto costo. Para resolver problemas globales como la sobrepoblación y la falta de recursos, un grupo de científicos ha creado una tecnología revolucionaria...