Capítulo 2

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Fina salió con prisa del despacho, con la respiración agitada y apretando los labios para no decir nada de lo que pudiera arrepentirse. Le faltaba el aire; sentía una presión enorme en el pecho, como si le estuvieran estrujando el corazón como un trapo mojado. Al caminar por la oficina, notó cómo los ojos inquisitivos de Andrés la seguían, y sabía perfectamente que no era capaz de sostenerle la mirada, pues le recordaban demasiado el color azul de los ojos de Marta. Tampoco sería capaz de responder a ninguna de las preguntas que, con curiosidad y buena intención, seguramente su amigo planeaba hacerle, ni de escuchar sus palabras de apoyo. El nudo en la garganta y la humedad contenida en sus ojos lo evidenciaban. Así que decidió escaparse al baño para tener un momento de soledad.

Se encerró en el pequeño cubículo, apoyando la espalda contra la puerta y dejando caer la cabeza hacia atrás, intentando recuperar la calma. Cerró los ojos por un momento, permitiéndose sentir el dolor y la confusión que había querido ignorar. Los recuerdos se agolparon contra su mente, aquellos que había intentado reprimir durante años. Al final, una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla, pero se apresuró a secarla, inhalando profundamente varias veces.

Se sintió tonta por haberse comportado de esa manera, no había contemplado que el reencuentro pudiera afectarla tanto. De todos los escenarios posibles que había imaginado a lo largo de los años sobre cómo sería volver a verla, nunca se le ocurrió uno similar. No solo porque Marta no le dio la explicación que creía que le debía, eso podía entenderlo, ya que después de tantos años quizás no tenía sentido, o tal vez ni si quiera lo recordara. Incluso quizás ella no había significado tanto para Marta como Marta significó para ella, y eso podía comprenderlo y aceptarlo.
Pero no, el verdadero motivo de su aturdimiento, y lo que más le dolía, era que Marta ni siquiera le preguntó cómo estaba, que no mostró ni un atisbo de curiosidad por saber cómo había sido su vida. Era como si no solo no le importara en absoluto, sino como si nunca lo hubiera hecho. Como si fuera simplemente alguien más para ella.

Después de unos minutos, comenzó a sentir cómo su respiración se normalizaba y la presión en su pecho disminuía. Tenía que volver al trabajo, salir con la cabeza en alto y demostrar que podía soportar la presencia de Marta sin derrumbarse. Era hora de recomponerse.

Fina trató de continuar con su día como si nada hubiera pasado, intentando mantener su compostura. Cuando finalmente logró calmarse un poco, empezó a preguntarse si se había excedido. Después de todo, Marta era la jefa, y su forma de actuar no había sido la mejor. De hecho, no había sido profesional en absoluto. La ansiedad comenzó a consumirla, alimentando el miedo de que Marta pudiera despedirla por su reacción impulsiva.

A medida que pasaban las horas y nada sucedía, su preocupación fue disminuyendo poco a poco. Finalmente, cuando terminó la jornada laboral, Fina fue la primera en irse, deseando dejar atrás el tumulto emocional del día y poder encontrar un momento de paz.

Fina decidió que no dejaría que Marta la afectara; no lo permitiría. Así que había decidido ir a la casa de Carmen y olvidarse de todo.

Al llegar a su piso, se dio una ducha y se puso su vestido negro favorito. Caminó hacia la casa de Carmen, que vivía muy cerca, y de pasada se detuvo a comprar una botella de vino. Mientras el viento le rozaba suavemente la mejilla, disfrutaba del aire fresco. La caminata le venía bien para despejarse y liberar parte de la tensión acumulada del día.

Cuando llegó, Carmen le abrió la puerta, y al entrar vio a sus amigos y compañeros de trabajo. Claudia estaba preparando unos tragos junto a Jacinto, mientras Miriam bailaba con Jaime al ritmo de la música. Fina, sintiéndose como en casa, abrió la botella de vino, tomó una copa del estante y se sirvió, lista para disfrutar de la noche.

—Fina, ¿te encuentras mejor? —preguntó Carmen, apoyando una mano en su brazo con un tono amable.

—Sí, estoy más tranquila —respondió Fina, forzando una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. En el fondo sabía que estaba mintiendo.

Tú, Otra vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora