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La puerta de madera al fin se abre.

—¿Qué haces aquí? —pregunta una señora de cabello blanco, cargada de joyas de oro.

—Traigo lo que acordamos —responde Rebeka, señalando la pesada maleta que ha venido arrastrando tras ella todo el camino.

—Pasa.

La señora la guía hacia un salón. Las paredes de madera oscura apenas reflejan la luz de las bombillas amarillentas que cuelgan desnudas del techo. En el centro, alrededor una mesa cuadrada, Dos hombres hablan en voz baja.

Uno de ellos lleva una visera de pádel y gafas de sol, y al verla, le hace un gesto para que se acerque. Rebeka obedece.

—Traigo lo que acordamos —repite ella.

El hombre le pide que abra la maleta. La cremallera chirria mientras tira de ella para abrirla, dejando a la vista montones de fardos de cocaína.

El olor a químico asciende a su cara y entonces recuerda esa noche, en su antigua casa, cuando Cayetana tuvo que hacerse pasar por una pirada para que esos tipos no entraran. Se recordó a sí misma junto a Guzmán, tirados en el suelo fingiendo haber sido asesinados.

Se le escapa una pequeña sonrisa nostálgica.

—¿Qué te hace tanta gracia? —le pregunta el hombre, a la vez que encaja un cigarrillo entre sus dientes amarillentos.

Rebeka vuelve a ponerse de pie.

—Bueno, ¿la queréis o no? —dice, hundiendo las manos en los bolsillos de su chándal de leopardo.

—¿Cómo te llamas? —La señora se coloca a su lado.

—Reb...nata. Renata —¿Ha estado a punto de decir su nombre real a los mayores narcotraficantes de todo Colombia? Sí, justo eso. Muy poco inteligente por su parte.

—Venga, Rebeka, no nos tomes por tontos —interviene de repente el otro hombre, sentado en el extremo más cercano pero de espaldas, lo que le impide ver su cara—. ¿Por qué nos mientes?

La señora se acerca a la mesa, y sonriendo pregunta:

—¿Qué pasa? ¿No te fías de nosotros? —Sin esperar respuesta se dobla sobre la mesa y arrastra la nariz sobre una línea blanca de polvo hasta hacerla desaparecer.

—¿Os fiáis vosotros de mí?

—¿Cuántos kilos hay ahí dentro?

—Veinte.

—Te damos cincuenta millones. Ni un peso más —añade la señora, sorbiéndose los mocos cargados de la sustancia.

Cincuenta millones de pesos no son más que unos diez mil euros, y con eso no tiene ni para empezar. No si quiere pagar la fianza y sacar a su madre de la cárcel. No le importa lo que pueda intimidar un puñado de yonkis, saldrá de ahí con los cuarenta mil o con nada.

—Y una mierda —replica—. Lo necesito en euros, y de cuarenta mil no bajo.

En ese momento, el que estaba de espaldas a ella se levanta de un salto. Rebeka siente que la respiración se le detiene en la garganta cuando la atraviesan un par de ojos grises...

De una mujer.

Le había despistado su pelo corto y su voz grave, pero es una chica. La misma que en este preciso instante le apunta entre ceja y ceja con un arma.

—Mira, muñeca, o te vas con los cincuenta millones de pesos y todos contentos. O no sales de aquí. Tu eliges.

Ella aprieta los dientes con fuerza.

—Dispara, entonces —dice rezándole a todos los dioses para que no se le ocurra disparar—. Porque no pienso aceptar esa miseria.

Sus palabras impactan de manera extraña en la expresión de la chica; su ceño fruncido se suaviza, y un pequeño destello de luz cruza el acero de sus ojos. Baja el arma y señala con ella una de las sillas libres que rodean la mesa.

—Siéntate.

Ella hace lo que le dice. Ya ha tentado bastante a la suerte...

—Te daré lo que pides, pero a cambio tendrás que trabajar para nosotros.

Rebeka sopesa sus palabras unos instantes. Es un buen trato. Dependiendo del trabajo, claro.

—¿Y qué tengo que hacer?

La chica se dirige ahora a los otros dos:

—Dejadme sola con ella. —La señora de pelo canoso levanta la cara de la mesa, con media raya de cocaína todavía colgando del orificio de su nariz. El hombre con gafas de sol despega el culo de su silla con pereza. —¡Ahora!

—Cuidado, jovencita—advierte el hombre—, que seas la hija del jefe no significa que tú lo seas.

Los dos desaparecen por un pasillo oscuro al fondo de la habitación.
La chica vuelve a centrar su atención en Rebeka.

—Tu trabajo va a ser distribuir esta droga para nuestro cártel —se encoge de hombros—. Eso, o irte de aquí con cuatro pesos. Tu eliges. Tienes dos días para darme una respuesta.

Ella asiente despacio con la cabeza. 

—Vale, me lo pensaré. —Baja la vista al suelo, donde todavía reposa la maleta abierta. —Pero mientras tanto, esa mercancía se vuelve conmigo.

Ninguna dice nada más. La chica se enciende un cigarrillo. Ella recoge la maleta y la arrastra consigo hasta la puerta.

—Por cierto —dice Rebeka—, ¿cómo te llamas?

—No te interesa.

—Tranquila, eh, chula. Solo quería saber cómo dirigirme a ti.

—Claro, me llamo: "No te dirijas a mí".

—Ya, y de apellido gilipollas, ¿no? —Gira la manilla y da un portazo al salir.


Habrá actualizaciones del fanfic cada semana. A poder ser, todos los viernes tendréis capítulo nuevo. Si no puedo publicarlo ese día, os lo avisaré a través de mis redes sociales y lo subiré otro día de la misma semana (no os dejaré sin actualización, a menos que sea por causas de fuerza mayor).

Espero que lo disfrutéis. ¡Se vienen cosas muy, pero que muy interesantes!

¿Con quién de Las Encinas os gustaría que se reencontrara Rebeka?

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⏰ Última actualización: 13 hours ago ⏰

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