Capítulo 2: Intercambio

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La curiosa bienvenida al club me rondó en la cabeza por días. 

Gretta estaba emocionada de que, al fin, seríamos compañeras en ese grupo al que tanto me insistió unirme. Decía que me haría bien, que necesitaba algo así para desconectar. Y tenía razón. Mi vida últimamente parecía un mal guion de novela dramática de las que ni Netflix aceptaría producir.

Lidiar con los problemas de la adultez resultaba agotador. A veces desearía poder congelar el tiempo en mis años de facultad, cuando lo más estresante era el examen final y el villano más temido era ese profesor baboso. Ahora, en cambio, lidiaba con mi ex, que, curiosamente (y ahora que lo pienso, un tanto irónicamente), resultó ser el padre de mi hija. Sorpresa, sorpresa.

Hasta escribir sobre esto me aburre. En serio, la adultez puede ser tan increíblemente tediosa que esto explica por qué todavía leo fanfics adolescentes.

Quizás esa sea también la razón por la que escribí una novela romántica. Un poco para evadirme de mi vida y otro tanto para reírme de mis propios dramas. Pero ese manuscrito nunca se lo pasé a Gretta. Me daba demasiada vergüenza. Ella me conocía tan bien que leería entre líneas y me dejaría al descubierto. No me juzgaría, claro. Pero tiene un talento especial para hacerlo gracioso y fastidiarme un poquito.

En eso pensaba mientras me dirigía a la segunda sesión del club de lectura. Entré al auditorio y, como siempre, el lugar tenía ese aroma tan peculiar, mezcla de papel viejo y madera. Me tranquilizaba. ¿Sería porque lo asociaba con cosas buenas?

¿Cosas buenas? Ahí estaba una de ellas, en medio del auditorio, Arnar. Absolutamente solo, sentado en el suelo, con sus audífonos puestos, vestido de negro como siempre. Leyendo.

Ni me escuchó entrar. Decidí no interrumpirlo y busqué mi teléfono para mandarle un mensaje a Gretta. Por supuesto, ella brillaba por su ausencia. Puntualidad y Gretta no eran amigas, claramente. Revisé la hora y...«¡recórcholis!», esta vez la impuntual era yo. Había llegado antes.

—¿Qué haces? —escuché una voz justo detrás de mí, y casi me da un infarto.

—¡Mierda! —exclamé, soltando el teléfono, que cayó al suelo como si fuera de plomo y retumbó por todo el auditorio.

—Tranquila, soy yo —dijo Arnar, riéndose mientras recogía mi teléfono del suelo.

—¡Ay, qué susto! Pareces un ratón de biblioteca silencioso —le dije, tratando de sonar relajada, aunque mi corazón todavía hacía cardio.

—¿Ratón? Creo que soy más grande que un ratón, ¿no te parece? —respondió, esbozando una sonrisa de medio lado.

—Bueno, vale, quizás un ratón mutante de gimnasio —dije, devolviéndole la sonrisa, mientras intentaba guardar el teléfono con un mínimo de dignidad.

Arnar se alejó riendo en busca de su mochila, y mis ojos, muy poco profesionales, decidieron seguirlo. ¿Qué puedo decir? Su espalda y su trasero guardaban perfecta armonía con el resto de su cuerpo, mientras sus pasos marcaban el ritmo de mi minucioso escaneo.

Tan alto, rudo y con esos tatuajes que contaría una y mil veces deslizando mis dedos por cada uno de ellos...

«¡Detente, Brida!» me dije, mientras intentaba disimular mi escrutinio.

Entonces dio media vuelta y, justo cuando él volvía hacia mí, ambos volteamos al escuchar la puerta abrirse. Silvestre, Aaron y Maya entraron en fila india. En cuanto Maya vio a Arnar, se iluminó como un árbol de Navidad y, sin pensarlo dos veces, se lanzó sobre él como un canguro desbocado, abrazándolo con todo el entusiasmo del mundo.

Efecto ArnarOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz