Cap.-8 eleccion

4 0 0
                                        

El día era frío, y estabas afuera, cortando leña para la chimenea. El eco del hacha resonaba en el bosque mientras te concentrabas en la tarea, dejando que el aire fresco despejara tus pensamientos. Fue entonces cuando escuchaste un ruido apagado en el interior de la cabaña, como un golpe sordo. Te detuviste por un momento, mirando hacia la puerta. Pensaste que quizá Gojo había vuelto y estaba moviendo algo dentro.

Con la leña en brazos, te dirigiste a la cabaña y dejaste los troncos junto a la chimenea. Todo parecía en calma, pero había algo extraño en el ambiente, algo que te puso en alerta. Caminaste hacia la cocina, y fue entonces cuando lo viste.

Gojo estaba sentado en el suelo, respirando con dificultad, su cuerpo inclinado hacia un lado, su mano presionando el abdomen, donde la sangre manchaba su ropa y se filtraba entre sus dedos. En su brazo había otra herida, también sangrante, y su piel tenía un tono pálido que nunca antes habías visto en él. Al sentir tu presencia, levantó la vista y te miró, sus ojos cargados de dolor pero con un destello de reconocimiento.

"Lo siento... no quería asustarte," murmuró, con la voz débil, antes de que sus párpados se cerraran lentamente y cayera inconsciente en el suelo.

Te quedaste en silencio, viendo cómo su respiración se hacía más suave, sus heridas aún sangrando. En ese momento, una idea atravesó tu mente con claridad: él estaba indefenso. Por primera vez desde que te había traído aquí, él no tenía el control. Podrías huir. Podrías dejar esta cabaña, este bosque, esta vida, y escapar hacia la libertad que tanto anhelabas.

Tu corazón latía con fuerza, y miraste hacia la puerta abierta, hacia el bosque que podría ser tu ruta de escape. La posibilidad de ser libre estaba tan cerca que podías sentirla. Pero mientras tus pensamientos se dividían entre el deseo de libertad y el peso de lo que significaba dejarlo allí, algo dentro de ti dudaba.

Frente a ti estaba el hombre que te había arrancado de tu vida y te había puesto en este camino incierto, pero que también, en sus propios términos, había hecho esfuerzos por cuidarte, por darte un hogar. La decisión era tuya: salvarlo o tomar esta oportunidad para finalmente ser libre.

Te arrodillaste lentamente junto a él, tus manos temblando, mientras tomabas una profunda respiración y sopesabas la elección que cambiaría el resto de tu vida.













El impulso de escapar fue tan fuerte que saliste corriendo, sin mirar atrás, dejando a Gojo agonizando en el suelo de la cabaña. Sentías el corazón latiendo con fuerza, una mezcla de adrenalina y desesperación, pensando que esta era tu única oportunidad de recuperar tu vida, de liberarte de la prisión que Gojo había construido a tu alrededor. Sin embargo, después de correr unos cuantos metros, te detuviste en seco, con la respiración agitada y los pensamientos revoloteando en tu mente.

La realidad te golpeó de inmediato. No sabías cómo llegar a tu antigua casa, ni tenías idea de dónde estabas realmente. Y aunque pudieras regresar, recordaste lo que te esperaba allí: el rechazo de una familia que te había visto como una carga. No había nadie esperándote, nadie que realmente te recibiera. Tus recuerdos se entrelazaron con la amarga posibilidad de que, si Gojo sobrevivía, él volvería a buscarte. Y si no lo hacía, tu padre podría, en el mejor de los casos, venderte a alguien más.

Miraste hacia el camino que se extendía ante ti y sentiste cómo el peso de tus opciones, o más bien la falta de ellas, te empujaba a mirar hacia la cabaña. Con un suspiro profundo y una mezcla de resignación y decisión, comenzaste a caminar de regreso, sintiendo cada paso más pesado que el anterior. Regresar a la cabaña no significaba renunciar a la libertad; significaba aceptar que, por ahora, ese pequeño refugio en medio del bosque era lo más cercano a un hogar que tenías.

Al entrar, encontraste a Gojo en la misma posición, inmóvil y pálido, su respiración débil. Sin perder más tiempo, te arrodillaste junto a él, y con esfuerzo, lograste levantarlo y llevarlo a la cama. Cada movimiento le arrancaba un quejido de dolor, y aunque sus ojos permanecían cerrados, sabías que él sentía cada momento. Lo acomodaste como mejor pudiste, luego buscaste algunas vendas y agua, recordando las pocas veces que habías visto a alguien curar heridas.

Limpiaste sus heridas con cuidado, tratando de detener el sangrado. Tus manos temblaban, pero algo en ti se volvió fuerte y decidido. Mientras aplicabas presión sobre las heridas y lo vendabas, sentías cómo la distancia que alguna vez existió entre ustedes comenzaba a desmoronarse.

La noche avanzaba lentamente, y aunque no sabías si sobreviviría, te quedaste a su lado, velando su sueño febril.

METANOIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora