"INSUFICIENTE".
Me desperté exaltado. Esos sueños volvieron.Me hacen recordar a cuando era un inútil.
Flashback
Desde que tengo memoria, mi vida fue una prueba constante.
A los cuatro años, entendí lo que otros niños nunca deberían aprender: el amor es condicional.
Mi padre, Kurokawa Laurent, era un hombre de pocas palabras y menos emociones, y mi madre, Kurokawa Rei, solo me veía como un accesorio para mantener el prestigio familiar.
A esa edad, ya había pasado incontables días en habitaciones frías con tutores que repetían la misma lección: "No falles."
Y fallar, para los Kurokawa, significaba desaparecer.
No recuerdo haber recibido abrazos ni palabras de aliento. Solo evaluaciones y más evaluaciones.
A los tres años, dejé de intentar complacerlos. Comprendí que su afecto no estaba a mi alcance.
Fue un momento definitivo en mi vida, un punto de no retorno: si nunca me iban a amar, entonces, me convertiría en alguien que no necesitara su amor.
Pero esa decisión no fue suficiente para detener las pruebas.
No había descanso.
Fui obligado a resolver ecuaciones complejas antes de poder escribir bien mi nombre.Aprendí piano, violín y artes marciales sin que me dieran un respiro.
Cada fracaso significaba que me quitaban algo: comida, juguetes, incluso el derecho a hablar.
Mis padres no necesitaban levantar la voz ni las manos. El silencio era suficiente para aplastar cualquier esperanza.
Una de las pruebas más brutales llegó cuando tenía apenas 6 años.
Me encerraron en una habitación oscura por tres días con nada más que agua.
Cuando finalmente abrieron la puerta, mi padre estaba allí. Lo primero que dijo fue:
"Si no puedes soportar esto, nunca serás un verdadero Kurokawa."No lloré. No le di esa satisfacción.
Esa fue la primera vez que comprendí que el sufrimiento es una herramienta.
Lo soporté, porque sabía que cuanto más soportara, menos poder tendrían sobre mí.
Con 7 años, mis habilidades ya eran excepcionales. Había enfrentado pruebas físicas y mentales que destruirían a cualquier niño ordinario, pero mis padres siempre querían más.
En uno de esos momentos, mi padre me llevó a una reunión en un salón privado. Allí conocí a alguien que cambiaría mi perspectiva por completo: Ayanokouji Kiyotaka.
Era diferente de cualquier otro con quien me hubiera enfrentado. Silencioso, sin emociones visibles, como una sombra sin forma.
La prueba consistía en resolver una serie de acertijos imposibles en un tiempo limitado. Ambos teníamos las mismas condiciones.
Al principio, pensé que esto sería fácil. Yo no fallaba. No podía fallar. Pero a medida que avanzábamos en la prueba, noté algo inquietante: Ayanokouji no cometía errores. Sus movimientos eran precisos, casi inhumanos.
Terminó el último acertijo dos segundos antes que yo. Esa fue la primera vez que alguien me superó.
Mi padre me observaba desde la sombra de la habitación. No dijo nada, pero su mirada lo decía todo:
"Eres insuficiente."