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La galaxia respiró un suspiro de alivio cuando el infame Lord Sith, Malakar, fue llevado ante la justicia intergaláctica. Las noticias de su captura se propagaron por todos los sistemas, convirtiéndose en símbolo de esperanza para quienes habían sufrido bajo la amenaza de sus seguidores y la oscuridad que él representaba. Kira, Yoran, Lana y Rolan fueron reconocidos como héroes, aunque todos ellos se mantenían en un discreto segundo plano, evitando el protagonismo innecesario. Cada uno sabía que su trabajo no estaba completo, que la paz debía cuidarse y preservarse.

El juicio de Malakar fue un evento sin precedentes, llevado a cabo en una fortaleza estelar blindada, donde se congregaron miembros del Senado galáctico y la Orden Jedi, entre otros líderes intergalácticos. La sentencia fue clara: Malakar sería confinado en la prisión K24, una instalación impenetrable construida en un remoto y árido asteroide, en donde los poderes de la Fuerza, tanto oscuros como luminosos, quedaban totalmente anulados por la tecnología de aislamiento. Allí, Malakar no tendría ninguna posibilidad de ejercer su poder mental o influir en otros. Fue transportado bajo máxima seguridad, con un despliegue de naves y cazas custodiándolo hasta su destino final.

Días después, Kira regresó a su planeta natal, decidida a restaurar el templo Jedi que había descubierto. Para ella, el templo simbolizaba no solo la herencia de los Jedi, sino también el sacrificio y las lecciones de vida que había aprendido junto a Yoran. Fue un trabajo arduo; los cimientos estaban deteriorados, y las antiguas cámaras y pasadizos requerían restauración. Sin embargo, Kira lo hizo con paciencia y dedicación. Con el tiempo, las ruinas volvieron a convertirse en un lugar de aprendizaje y meditación, un refugio para aquellos que buscaban la luz.

Rolan, su fiel compañero, decidió quedarse con ella, protegiendo el templo y ayudándola en sus tareas. Aunque ya no empuñaba el sable de luz, había encontrado su lugar como protector del templo y asistente de Kira, compartiendo con ella no solo la misión de preservación sino una sincera amistad. Su lealtad y valentía eran inquebrantables, y a menudo se convertía en la voz de razón y realismo en medio de las meditaciones y reflexiones filosóficas de Kira.

Lana, por su parte, continuó como cazarrecompensas, viajando de un planeta a otro, persiguiendo objetivos, y ganándose la vida en la galaxia, siempre moviéndose en las sombras. Sin embargo, nunca pasaba demasiado tiempo sin visitar a Kira. Con frecuencia, aparecía sin previo aviso en el templo, compartiendo historias y noticias sobre la galaxia, llevando rarezas y artefactos, incluso algunos de la antigua Orden Jedi que encontraba en sus misiones. Cada encuentro era una oportunidad para fortalecer su amistad, un recordatorio de la camaradería que las había unido en tiempos oscuros.

Yoran, el viejo maestro Jedi, también regresó a su propio templo, un lugar oculto en un planeta sereno y alejado de los conflictos galácticos. Desde allí, se comunicaba regularmente con Kira, manteniendo un vínculo de maestro y aprendiz que ahora se había convertido en una amistad y mentoría profunda. A través de sus comunicaciones, discutían ideas, compartían enseñanzas y analizaban el estado de la galaxia, siempre preocupados por mantener el equilibrio y preparados ante cualquier nueva amenaza.

Con el tiempo, el templo Jedi de Kira se convirtió en un lugar de referencia. Aunque no era una escuela formal de Jedi, atraía a quienes buscaban entender la Fuerza de una forma nueva y equilibrada. Viajantes de toda la galaxia, jóvenes con potencial en la Fuerza y personas comunes acudían en busca de sabiduría, deseosos de conocer la historia de la Orden Jedi y su legado. Kira, con la humildad que la caracterizaba, se dedicaba a enseñar a cada uno de ellos, transmitiendo no solo técnicas y habilidades, sino también la filosofía que Yoran le había enseñado, el verdadero poder del control interno y la compasión.

Un día, mientras Kira meditaba sola en la sala principal del templo, sintió una presencia familiar. Al abrir los ojos, vio a Yoran de pie, mirándola con una sonrisa. El maestro Jedi había decidido visitarla en persona, sorprendiéndola con su llegada. Ambos recorrieron el templo, recordando las aventuras y desafíos que habían vivido juntos. Yoran estaba orgulloso de ver lo que Kira había logrado y la serenidad que ahora emanaba. Ambos sabían que, aunque la galaxia siempre enfrentaría nuevas amenazas, la esperanza se mantendría viva mientras existieran personas dispuestas a proteger la paz y el equilibrio.

Con el tiempo, Kira se convirtió en un símbolo de resistencia y paz, una Guardiana de Tython, comprometida con la luz y la preservación del conocimiento. Su historia inspiraba a otros, recordándoles que la oscuridad, por poderosa que fuera, nunca podría derrotar a una voluntad firme y un corazón puro.

El Último Guardián de TythonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora