La Última Luz

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Sara no pudo dormir bien después de su segundo encuentro con el faro. Los sueños habían sido demasiado inquietantes: veía la medalla flotando, el faro rodeado de una niebla más espesa que nunca, y una figura, difusa y sin rostro, esperándola en lo alto de la torre. Se despertó varias veces durante la noche, con la sensación de que algo no estaba bien. ¿Qué había en el faro que la llamaba de esa manera tan insistente?

Al amanecer, decidió que debía volver, esta vez más preparada. Quería enfrentarse a lo que fuera que el faro ocultaba, pero también deseaba entender por qué estaba sintiendo esa conexión tan fuerte con un lugar al que nunca había estado antes. Recogió su equipo: una linterna, su cuaderno de notas, una cámara, y, por supuesto, la medalla que había encontrado. Apretó el pequeño objeto entre sus dedos mientras descendía las escaleras de la posada, como si le ofreciera algún tipo de protección.

Cuando llegó al comedor, Doña Emilia estaba allí, sirviendo café a los pocos huéspedes que se habían levantado temprano. La dueña de la posada la saludó con una sonrisa que, como de costumbre, parecía saber más de lo que decía.

—Vuelves al faro, ¿verdad? —preguntó Emilia mientras servía una taza de café para Sara.

—Sí, algo me impulsa a regresar. Necesito saber más —respondió Sara, aceptando la taza.

Emilia la miró con ojos cansados pero comprensivos.

—Ten cuidado, Sara. No todo el mundo que ha ido a investigar ese faro ha regresado igual.

Sara sintió un escalofrío recorrer su espalda ante esas palabras, pero no respondió. Sabía que Emilia estaba tratando de advertirle nuevamente, pero ya era demasiado tarde. Algo en su interior la empujaba a volver, y ella no podía ignorarlo.

El cielo estaba cubierto de nubes cuando Sara emprendió su camino hacia el faro por tercera vez. La neblina comenzaba a levantarse lentamente, dando al paisaje una atmósfera surrealista. A medida que ascendía por el sendero rocoso, sus pensamientos volvieron a la medalla que llevaba en el bolsillo. ¿Quién la había dejado allí? ¿Era un simple objeto perdido o formaba parte de algo más grande? Quizás las respuestas estaban en las cartas que había encontrado el día anterior en lo alto del faro.

Al llegar al faro, notó algo diferente. La puerta que había dejado entreabierta la noche anterior ahora estaba completamente abierta, como si la invitaran a entrar. Sara sintió un nudo formarse en su estómago, pero avanzó con cautela. Al cruzar el umbral, el crujido de la madera vieja bajo sus pies fue el único sonido que rompió el silencio absoluto.

La sala principal del faro estaba en penumbras, con la luz grisácea filtrándose a través de las ventanas cubiertas de suciedad. A un lado, había una vieja mesa de madera carcomida y una silla rota. Sara decidió subir nuevamente por las escaleras de caracol, buscando las cartas que había encontrado en su última visita. El aire en el interior era espeso, y mientras subía, podía sentir cómo la temperatura descendía a medida que ascendía por la estrecha escalera.

Finalmente, llegó a la sala de la linterna. Allí estaban las cartas, esparcidas en el suelo tal como las había dejado. Se arrodilló y comenzó a revisarlas nuevamente, buscando alguna pista que le explicara la historia de Lucía y el guardián del faro. A medida que leía, los fragmentos de la historia cobraban sentido: un amor prohibido, promesas hechas bajo las estrellas, y una tragedia que marcó para siempre a quienes estuvieron involucrados.

Una carta en particular captó su atención. La caligrafía, más desordenada que en las anteriores, sugería desesperación. En ella, Lucía escribía sobre cómo su amado había desaparecido en una tormenta, y cómo, desde entonces, cada noche había escuchado su voz en el viento. La carta terminaba con una frase inquietante: **“El faro guarda su alma, y yo lo veré una vez más, aunque me cueste la vida”**.

Sara sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. ¿Sería posible que Lucía hubiera permanecido allí, esperando, hasta el punto de perderse a sí misma? De repente, el aire en la sala pareció volverse más denso. Sentía que algo estaba cambiando en la atmósfera. Se levantó rápidamente y, al mirar por una de las ventanas, vio que la niebla había vuelto a rodear el faro, mucho más espesa de lo que había estado antes.

El viento comenzó a soplar con fuerza, y Sara escuchó un sonido que la dejó inmóvil. Era el mismo susurro que había escuchado en su primer encuentro con el faro, pero esta vez no era solo un eco en la distancia. La voz era más clara, como si alguien estuviera hablando justo detrás de ella.

—Lucía...

Sara se dio la vuelta de golpe, pero no había nadie. Su corazón latía con fuerza mientras miraba alrededor de la pequeña habitación, convencida de que no estaba sola. El susurro volvió, más insistente.

—Lucía... vuelve...

El sonido parecía provenir de la medalla en su bolsillo. Sara la sacó y, para su horror, notó que estaba más caliente al tacto. Algo estaba sucediendo, algo que no podía explicar. ¿Era posible que Lucía, o lo que quedaba de ella, estuviera intentando comunicarse? ¿O acaso el faro mismo, con todas sus historias y tragedias, había acumulado una energía que ahora buscaba liberarse?

Decidida a obtener respuestas, Sara bajó las escaleras rápidamente, dejando las cartas detrás. Sentía que el aire a su alrededor estaba cargado, casi eléctrico. La niebla se había colado en el faro, creando sombras que parecían moverse por las esquinas de su visión. Cuando llegó a la sala principal, la puerta estaba cerrada de nuevo. Intentó abrirla, pero no se movió. Era como si el faro no quisiera dejarla salir.

El pánico comenzó a apoderarse de ella, pero trató de mantenerse calmada. Recordó las palabras de Javier y Doña Emilia, las advertencias sobre las historias que no debían ser desenterradas. Y, sin embargo, allí estaba, atrapada en medio de uno de esos misterios.

Sara golpeó la puerta con fuerza, pero no había respuesta. El faro parecía haber cobrado vida propia, como si estuviera decidido a retenerla. De repente, una ráfaga de viento abrió una ventana cercana, y las velas que había encendido en la habitación parpadearon violentamente. El sonido del mar se hizo más fuerte, y en ese momento, Sara entendió lo que debía hacer.

La medalla. Era la clave. Con manos temblorosas, la sostuvo frente a ella. Era la misma que Lucía había mencionado en las cartas, el objeto que la conectaba con su amor perdido. Quizás, pensó Sara, el faro solo estaba esperando que alguien cerrara ese ciclo. Respiró hondo y, mirando hacia el cielo gris a través de la ventana, arrojó la medalla al mar embravecido.

Por un instante, todo quedó en silencio. El viento se detuvo, y la niebla comenzó a disiparse lentamente. Sara miró a su alrededor, y la puerta, antes cerrada con fuerza, ahora se abrió suavemente. No había ninguna explicación lógica para lo que acababa de ocurrir, pero Sara no estaba dispuesta a buscarla. Sabía que había algo más grande, algo que iba más allá de su comprensión.

Caminó lentamente hacia el exterior, sintiendo el peso de la experiencia en cada paso. Cuando llegó al borde del acantilado, miró hacia el mar. Las olas seguían rompiendo, pero de alguna manera todo parecía más tranquilo. El faro, detrás de ella, parecía haber vuelto a su estado habitual: una reliquia silenciosa, testigo de siglos de historias que ahora parecían haberse desvanecido.

Sin mirar atrás, Sara comenzó a caminar de regreso al pueblo, dejando el faro y sus secretos detrás. Sabía que lo que había experimentado era real, pero también sabía que algunos misterios, una vez desvelados, debían quedarse en el pasado.

Fin

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⏰ Última actualización: Oct 25 ⏰

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