Capítulo 2

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La noche había avanzado en silencio tras el abrupto enfrentamiento, pero el impacto de lo ocurrido aún latía en la mente de Disney. La rabia y el desconcierto luchaban por tomar el control mientras, inmóvil en el mismo lugar, intentaba racionalizar el impulso que había surgido entre él y DreamWorks. El beso, ese maldito beso, había encendido una chispa peligrosa que llevaba años guardando en las sombras, sin querer admitirlo, sin querer reconocer siquiera la posibilidad de esa conexión.

Al cabo de unos minutos, Disney se recompuso. Apretó los puños y se enderezó, adoptando de nuevo esa máscara de frialdad inquebrantable que lo caracterizaba. Él era el rey de la ciudad, y nadie, mucho menos DreamWorks, iba a hacer tambalear su imperio. Caminó hacia su despacho privado, dejando atrás el resplandor del casino y las miradas indiscretas de sus propios hombres.

***

Al otro lado de la ciudad, DreamWorks llegó a su propio territorio, un edificio viejo y en penumbra que contrastaba con el lujo opulento del casino de Disney. Sus hombres lo esperaban con miradas curiosas y expectantes, pero él los ignoró, dirigiéndose directamente a su oficina en el piso superior. Cerró la puerta y se dejó caer en el sillón de cuero desgastado, exhalando un suspiro que llevaba contenido desde el momento en que había dejado el casino.

DreamWorks no sabía qué lo había impulsado a dar ese paso, a cruzar una línea que nunca había pensado cruzar. Pero algo en la arrogancia controlada de Disney, en esa mirada helada que escondía una furia latente, siempre lo había atraído de una forma que él mismo encontraba desconcertante. Durante años, su rivalidad se había convertido en el centro de su vida, en una razón para seguir adelante, para intentar desestabilizar aquel castillo perfecto que Disney había construido.

"Disney…" murmuró, con una sonrisa sarcástica en los labios. Se recostó en el sillón, repasando el momento en su mente, la manera en que Disney había respondido, devolviéndole el beso con igual intensidad, como si también se debatiera en un dilema que ni él mismo entendía. Pero, ¿qué significaba eso? ¿Había sido solo el calor del momento, o realmente había algo más?

***

Al día siguiente, Disney retomó sus funciones, volviendo a la rutina que mantenía el orden en su imperio. Pero en cuanto los informes de sus hombres comenzaron a llegar, la alarma se encendió. Varias de sus rutas comerciales habían sido interceptadas. “DreamWorks,” pensó Disney, apretando la mandíbula. Era un golpe calculado y preciso, uno que él no había anticipado. Ese maldito había estado jugando con él, ganándose su atención para distraerlo y lanzar un ataque cuando menos lo esperaba.

Su pecho se llenó de furia. Soportar aquel desafío a su autoridad no era una opción. Ordenó a sus hombres preparar un contraataque para restaurar el control sobre las rutas y, en secreto, decidió que él mismo se ocuparía de DreamWorks esa misma noche. Si quería guerra, la tendría.

***

Horas después, el ambiente en el bar de DreamWorks era tenso. Él sabía que Disney vendría por él, que tomaría represalias. Estaba preparado para enfrentarlo, pero algo en su interior le susurraba que esta vez el enfrentamiento no sería como los anteriores.

Cerca de la medianoche, Disney entró en el bar. Llevaba una expresión de calma calculada, una máscara perfecta que ocultaba la tormenta de emociones que sentía. Sus hombres se desplegaron rápidamente, asegurándose de que todos los presentes entendieran la gravedad de su llegada. Pero DreamWorks no se movió. Desde su lugar, lo observaba con esa sonrisa arrogante, como si disfrutara de cada segundo de la tensión creciente.

—Has cruzado una línea, Dream —dijo Disney, su voz fría como el hielo—. Te advertí que no jugaras con fuego.

DreamWorks se encogió de hombros, manteniendo su postura desafiante. —¿Y qué? ¿Vas a quemarme, Disney? —respondió, provocador—. Sabes tan bien como yo que no puedes resistirte a este juego.

—Este juego —replicó Disney, avanzando hacia él hasta quedar a pocos centímetros—. Es una batalla que terminará con uno de nosotros.

Por un momento, ambos quedaron en silencio, atrapados en esa cercanía que era tan peligrosa como tentadora. Sus miradas se encontraron, y Disney pudo ver un destello de algo más en los ojos de DreamWorks, algo que se reflejaba en su propia mirada. Era esa misma chispa que los había llevado a compartir aquel beso, una conexión extraña y confusa que ninguno de los dos parecía querer reconocer, pero que estaba allí, palpable y latente.

DreamWorks fue el primero en moverse. Con un suspiro casi resignado, extendió la mano y rozó el hombro de Disney, un gesto que era tanto de desafío como de atracción. —Si vas a acabar conmigo, hazlo ya, Disney. Porque mientras no lo hagas, yo seguiré siendo esa espina en tu costado. O algo más… si te atreves a admitirlo.

Disney cerró los ojos por un breve instante, luchando contra el deseo de responder a aquel contacto. La furia y la atracción se mezclaban dentro de él, creando una mezcla que lo llevaba al borde de su autocontrol. Pero no era tan débil como para caer en la trampa de DreamWorks. No esta vez.

—Esto se acaba aquí, DreamWorks. —La voz de Disney era un susurro peligroso, lleno de una promesa de destrucción.

Sin embargo, DreamWorks no retrocedió. En cambio, se inclinó hacia él y susurró al oído de Disney: —Nosotros somos iguales, aunque no quieras verlo. Somos dos lados de la misma moneda, y tú lo sabes.

Disney sintió cómo aquellas palabras se infiltraban en su mente, golpeando con fuerza sus convicciones. Durante años, había negado esa realidad, intentando mantener intacta su imagen de perfección y control. Pero la presencia de DreamWorks era como un reflejo de sus propios deseos reprimidos, de los anhelos que se negaba a aceptar.

Sin pensarlo, Disney lo tomó de la chaqueta y lo atrajo hacia él, atrapando sus labios en un beso que era tanto un desafío como una rendición. Ambos se aferraron el uno al otro, como si en aquel contacto encontraran la única verdad que podían compartir. Era un beso violento, lleno de rabia y necesidad, de promesas y amenazas.

Cuando se separaron, sus respiraciones estaban agitadas, y el ambiente a su alrededor era un caos de emociones reprimidas. Pero esta vez, ninguno de los dos pronunció palabra. Habían cruzado una línea, y ambos lo sabían. Ahora, el destino de sus imperios, de su rivalidad y de aquella conexión inexplicable, pendía de un hilo.

Sin una palabra más, Disney dio media vuelta y salió del bar, dejando a DreamWorks con la mirada fija en él, consciente de que esa guerra silenciosa había tomado un giro inesperado y profundamente peligroso. Ambos sabían que algo había cambiado, y que, a partir de ahora, las reglas de su juego no serían las mismas.

La batalla por la ciudad continuaría. Pero, entre las sombras, una lucha mucho más compleja, una que involucraba sus propios corazones y deseos ocultos, había comenzado.

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