Prólogo

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Que empiece el show...

"El día que mi odio hacia los alfas se resquebrajó, solo un poco... creo..."

Se abre la puerta en la sala de tortura B7, mi querida sala B7.

Entre dos trabajadores beta perfectamente uniformados -me encantan los betas y aun más, con ese ajustado atuendo- traen al alfa 352, lo sientan en la silla de interrogatorios. Lo atan de muñecas y tobillos, respetando la distancia que solicito para mi "sesión". Le ponen el collar antimordidas y proceden a salir de la impoluta habitación, dejándonos solos. No hay cámaras, no hay vigilancia, únicamente acompañados por la mesa repleta de mis preciadas herramientas de trabajo y un reloj digital anclado a la pared de mi espalda.

Observo al alfa aprovechando que está tranquilo. Alto, 190cm (lo pone en su ficha) no me intimida, yo mido 188cm. Pelo negro azabache que le cae por los hombros. Brazos musculados, en el bíceps derecho lleva el pañuelo blanco que lo identifica como "preso intocable" no apto para la tortura física. La tela de la camiseta de tirantes está tensada al límite. Espalda ancha, abdomen plano ¿Se le marcan los abdominales a través de la camiseta?. Pantalones grises del uniforme apretados en caderas y muslos. ¿Es que no tienen nada de su talla? Joder, como odio a los putos alfas.

Al fin le escucho murmurar, parece que despierta.

Me acerco lentamente y con mis dedos índice y corazón le levanto el mentón. Aprovecho estos segundos en los cuales aun no está consciente del todo y le hago un escrutinio del rostro.

Podría estar horas describiendo ese rostro, pero mis ojos se clavan en una cicatriz a la altura de la ceja izquierda, esta le hace una especie de efecto piercing que pasa totalmente desapercibida en la precaria foto de la ficha. Mmmm como me ponen las cicatrices...

El sujeto ya empieza a despertarse, le aprieto la mandíbula inferior y le subo más el mentón para que se fije en mi y en mis ojos color ámbar, llenos de fuego. Dios, como me gusta mi trabajo.

Después de unos segundos sus ojos me enfocan. Aun los tiene algo nublados a causa de la sedación. Unas largas y espesas pestañas rodean unos ojos rasgados de un color azul mar, azul fondo del mar, que resaltan por el color aceituna de su piel. De repente me mira de manera penetrante e intuye el peligro en el que se encuentra. Abre sus preciosos ojos de par en par con una expresión entre asustado y asqueado.

Imagino que no se esperaba ver ante él a un omega como yo. La palidez casi nívea de mi piel, en contraste con mi pelo rojizo, siempre llama la atención de los asquerosos alfas.

Con una sonrisa cruel ¿y porqué negarlo? También de gozo, doy comienzo a mi show, mi show de feromonas de omega dominante.

Mi aroma lo envuelve todo, se cuela por todas partes, por sus fosas nasales, por sus pulmones, por su boca y hasta por cada poro de su piel, de su tersa y perfecta piel aceituna.

352 abre mucho los ojos, con pavor. Mi olor le afecta enseguida. Empieza a respirar de manera agitada, a jadear, incluso a gruñir. Aprieta la mandíbula tan fuerte, que por la comisura de sus labios empieza a caer un hilo de saliva. De sus ojos, empiezan a deslizarse unas lágrimas de pura rabia, de ira y miedo. Me encanta esa mirada de pavor, me excita ver a un alfa aterrado.

352 Intenta inútilmente desatarse, aprieta los puños de tal manera que se le ponen blancos los nudillos. Estira el cuello, esto hace que se le clave más el collar antimordidas, abrasándole la piel de alrededor. Sacude la cabeza, en un vano intento de liberarse de mi perfume. Este le carcome, lo posee, le empieza a crecer el bulto de la entrepierna de manera obscena. Al sentir que va a sucumbir, empieza a liberar sus feromonas, sus patéticas e insignificantes feromonas de machito alfa, en un intento de defenderse, de deshacerse de mi control.

Café y cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora