Capítulo 1

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Una vez dentro, Chiara observó con detenimiento todo lo que se encontraba a su alrededor. En el lado derecho de la sala estaba el recibidor, una especie de secretaría en la que esperaban dos guardias; al frente se podían observar varias puertas, todas comunicadas con recepción por un pasillo blanco; y a su izquierda estaba la sala de espera, con sillas y mesas que no aparentaban ser demasiado cómodas.

Se acercaron a donde se encontraban los dos guardias y allí les recibió una mujer rubia uniformada que no paraba de sonreír, cosa que agradeció Chiara debido a su nerviosismo, aunque no es como si una simple sonrisa fuera a cambiar algo de la situación que estaba viviendo.

—Buenos días, mi nombre es María Isabel —se presentó—. Usted debe ser Chiara Oliver, ¿no es así?

Chiara asintió.

—Bien, acompáñeme por aquí, por favor.

Acompañada por los dos agentes de policía, siguió a la rubia por el pasillo en el que se había fijado anteriormente; recorrieron más o menos la mitad hasta llegar a una de las puertas, tras la que encontraron una sala igual de blanca que el pasillo, custodiada por varios guardias de la prisión.

En el lugar había una mesa con varios papeles encima, un ordenador y algunos aparatos que la menorquina no había visto en su vida. Allí le quitaron las esposas, la sentaron en una silla y dijeron a los dos policías que la habían llevado allí que ya podían irse.

María Isabel se sentó al otro lado de la mesa y comenzaron con el papeleo.

—No te voy a mentir —dijo nada más empezar—. El proceso de registro en prisión es largo, así que probablemente no ingreses con el resto de reclusas hasta la tarde-noche.

—No hay problema, tampoco es que tenga muchas ganas de entrar —Ambas rieron con el comentario.

La mujer no mentía en lo que había dicho; Chiara pasó todo el día en aquellas salas entre papeles y pruebas para asegurar que todo estaba en orden.

Primero comprobaron sus datos personales, tomaron sus huellas, y le hicieron las fotos reglamentarias de frente y de perfil; después le requisaron todos los objetos personales que llevaba encima, que prácticamente eran sólo las prendas de ropa, y le dieron un mono grisáceo bastante antiestético; luego tuvo que someterse a un reconocimiento médico, por el cual, los especialistas de la prisión comprobaron su perfecto estado de salud, pero también aprovechó para informar de su TDAH, ya que no constaba en ningún sitio; y por último, tuvo una entrevista con una trabajadora social y otra con su abogado, que le explicaron todos los derechos que tenía dentro de la cárcel y los servicios de los que podía disponer allí.

—Ya hemos terminado, señorita Oliver —dijo María Isabel en cuanto el abogado se fue—. El agente Rouss te llevará a tu celda.

—Vale, gracias.

Un hombre alto y con pelo rizado, quien supuso que era el agente Rouss, se asomó a la puerta. No dijo nada, simplemente agarró a Chiara de un brazo y se la llevó de aquella sala hacia el que sería su nuevo dormitorio.

Continuaron hacia el final del pasillo y pudo ver cómo, en determinado punto, el blanco de las paredes se acababa para dejar paso a un color gris oscuro que bañaba todo a su alrededor. Finalmente, llegaron a una reja enorme de metal tras la que se podía ver un amplio pabellón con muchas celdas, unas escaleras en el centro, y varios carteles en los que se podía leer: "Sector 4".

Rouss acercó su tarjeta de identificación a un lector que había en la pared y la verja se desplazó hacia la izquierda.

Chiara no sólo vio cómo se abría esa puerta hecha de tiras de metal, sino cómo se abría ante ella un mundo desconocido, intrigante y peligroso.

La cárcel || KiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora