Capítulo III.

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Desayuno con los Prince y Callejón Diagon.

La mañana estaba en calma cuando la familia Black apareció justo fuera de las barreras mágicas de la mansión Prince. Regulus y Magnus Black caminaban con pasos firmes, acompañados de su hijo Heeseung, quien lucía emocionado mientras cargaba en brazos a su gato siberiano, Frost. Frente a ellos, las altas rejas de hierro forjado de la mansión Prince se alzaban imponentes, rodeadas de hechizos de protección.

Del otro lado de las rejas, Marius Prince los esperaba con Sunghoon a su lado, quien llevaba a su conejo Snow bajo el brazo. Sunghoon lucía especialmente tímido y nervioso, rodeado por una pequeña tropa de peluches que habían decidido acompañarlo en su espera. Cuando Heeseung los vio, una sonrisa amplia y juguetona se formó en su rostro.

—¡Heeseung! —exclamó Sunghoon con alegría inesperada, corriendo hacia él, seguido por sus peluches que brincaban y giraban alrededor.

Heeseung dejó a Frost en el suelo para recibir a Sunghoon con un abrazo apretado, su sonrisa aún más grande al ver la alegría en el rostro de su amigo. Los padres de ambos intercambiaron miradas de aprobación al ver cómo los niños parecían cada vez más cómodos juntos.

—Es adorable ver cómo se llevan tan bien —comentó Regulus a Marius mientras cruzaban las barreras y se acercaban al grupo.

Marius asintió, con una leve sonrisa—. Sunghoon ha hablado de este encuentro durante toda la semana.

Sunghoon, aún emocionado, le presentó uno a uno sus peluches a Heeseung, señalando a cada uno con una pequeña presentación mientras Heeseung asentía con interés genuino, acariciando a los muñecos como si fueran pequeños compañeros de aventuras.

—Este es Jasper —dijo Sunghoon, señalando a un peluche de dragón rojo—. Y esta es Daisy, mi lechuza de peluche.

—Son geniales, Sunghoon. Seguro que nos acompañan en muchas aventuras, ¿verdad? —dijo Heeseung, notando cómo los ojos de Sunghoon se iluminaban.

Sunghoon asintió, emocionado—. ¡Sí!

La familia Prince los guió hacia el jardín trasero, donde el desayuno estaba dispuesto bajo un conjunto de árboles altos y frondosos, bordeados por arbustos de flores de colores brillantes y cuidados con esmero. Un grupo de elfos domésticos esperaba junto a una elegante mesa de madera que lucía delicadas tazas de porcelana, fuentes de frutas frescas, pasteles encantados y té humeante.

Alrededor de la mesa, los adultos comenzaron a conversar sobre los días de Hogwarts mientras los niños disfrutaban de su desayuno.

—Heeseung, parece que Sunghoon está un poco ansioso, pero tú te ves listo para el desafío —comentó Magnus, lanzándole una mirada cómplice a su hijo.

—Es que... mi padre me ha contado tantas historias, ¿verdad? —respondió Heeseung, mirando a Sunghoon con una mezcla de emoción y seguridad—. Me dijo que Hogwarts está lleno de lugares secretos y de encantamientos antiguos que, si sabemos buscar, podríamos descubrir.

Sunghoon lo miró con asombro, un atisbo de valentía asomando en su expresión.

—¿Crees que... que también podamos descubrir cosas así? —preguntó en voz baja, como si no se atreviera a soñar demasiado.

Heeseung sonrió, apoyando una mano en el hombro de su amigo—. Seguro que sí, Sunghoon. Iremos juntos.

Después de disfrutar de la comida y de las risas, las dos familias se dirigieron al Callejón Diagon, un lugar que estaba particularmente animado aquel día. Los niños miraban fascinados las tiendas y los escaparates; entre risas y murmullos emocionados, se apresuraron a recoger la lista de materiales de Hogwarts.

Cuando llegó el momento de probarse las túnicas en la tienda de Madame Malkin, Sunghoon notó que le quedaban un poco largas y frunció el ceño con una expresión insegura.

—Creo que eres un poquito bajo para tu edad, pero, querido, crecerás —dijo Madame Malkin mientras ajustaba los dobladillos.

—No te preocupes, Sunghoon, siempre podrás pedir ayuda para alcanzar cosas en lo alto —bromeó Heeseung, dándole un codazo con una sonrisa divertida.

Finalmente, la familia Black y la familia Prince llegaron a la famosa tienda de varitas, Ollivanders. El lugar parecía casi místico: las paredes estaban cubiertas de estanterías repletas de cajas de varitas, y el aire tenía un leve aroma a madera antigua. Una suave luz dorada provenía de lámparas de aceite, iluminando el camino hacia el mostrador donde esperaba el señor Ollivander.

—Ah, jóvenes Black y Prince. Estaba esperando este momento —dijo Ollivander, observando a ambos niños con ojos astutos y brillantes—. Veamos, primero, al joven Black.

Heeseung se adelantó, intentando mantenerse calmado. Sin embargo, la emoción y la curiosidad se apoderaban de él. El anciano comenzó a medir su brazo y luego fue a las estanterías, sacando una caja de una fila alta.

—Aquí tienes, prueba esta. Caoba, núcleo de pluma de dragón, 12 pulgadas, algo rígida.

Heeseung la tomó y agitó la varita ligeramente. Sin embargo, nada sucedió, y Ollivander frunció el ceño, casi intrigado.

—Interesante. Veamos otra. —Sacó otra caja, esta vez de una estantería baja—. Probemos con esta: madera de abedul, núcleo de corazón de dragón, 10 pulgadas, flexible.

Heeseung la tomó de nuevo, pero esta vez un pequeño destello de chispas doradas salió, seguido de un chasquido que hizo estremecer a Ollivander.

—Oh, definitivamente no —dijo Ollivander, tomando la varita con rapidez.

Regulus y Magnus intercambiaron miradas divertidas mientras Heeseung miraba a Ollivander, esperando con impaciencia. Finalmente, el anciano seleccionó otra caja, abriéndola con cuidado.

—Nogal negro, núcleo de pelo de unicornio, 13 pulgadas, firme.

Al sostener la varita, Heeseung sintió una conexión instantánea; una cálida vibración recorrió su brazo y un suave resplandor dorado llenó el aire. Era la señal: había encontrado su varita ideal.

—Increíble —murmuró Magnus, observando la armonía entre su hijo y la varita.

Sunghoon, que había observado todo en silencio, se adelantó tímidamente cuando Ollivander hizo una seña. El anciano lo miró detenidamente y tomó una caja de una de las estanterías bajas.

—Para ti, pequeño, creo que este sauce, núcleo de nervio de dragón, 9 pulgadas, será perfecto. Pruébala.

Sunghoon la tomó, pero la varita tembló en sus manos y un chorro de chispas verdes salió disparado, causando que el chico la soltara de inmediato.

—No, no... no es la indicada —dijo Ollivander, casi murmurando para sí mismo.

Luego, le pasó otra, esta vez de madera de pino y pluma de fénix, 10 pulgadas. Al intentar hacer un movimiento, un pequeño rayo de luz estalló en el aire, sobresaltando a Sunghoon, quien miró a Ollivander con una mezcla de nervios y esperanza.

—Definitivamente no, pero ya sé cuál podría ser la indicada —dijo Ollivander mientras caminaba hacia el fondo de la tienda, sacando una caja polvorienta—. Aquí tienes: sauce, núcleo de pluma de fénix, 11 pulgadas, flexible.

Sunghoon la tomó y al instante sintió un cálido resplandor plateado que iluminó la tienda. Su rostro se llenó de asombro y satisfacción mientras el rayo de luz plateada le confirmaba que esa era su varita.

Marius, conmovido, colocó una mano en el hombro de Sunghoon—. La varita perfecta, hijo mío.

Ambos niños salieron de Ollivanders, sosteniendosus nuevas varitas y sintiéndose aún más listos para la gran aventura que losesperaba en Hogwarts.

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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