Capítulo 5: Christian

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   Al escucharme a mí misma siento un momento de paz. Me siento a mí. Siento que por un efímero y transcendental segundo, he sido yo misma la que he escuchado. No ha sido algo que he dicho para contentar o agradar a otra persona.

He dicho lo que pienso. Y decir lo que piensas, te hace tener consecuencias que debes decidir cómo afrontar.

   Mis consecuencias son un hombre de brillantes y enfadados ojos azules, que se tensa y respira con fuerza enfadado. Es un hombre al que veo que la rabia le hace palpitar con fuerza su pulso en el cuello.

   Es un hombre que me agarra los brazos y me acerca a su cuerpo duro y enloquecido. Me acerca su cara a la mía. Su rabia en su mirada, su ceño fruncido y su mandíbula apretada. Su aliento en mi piel quemando mi interior con cada una de mis respiraciones.

- ¿Qué has dicho, niñata? - su susurro entre dientes es falso. Noto el temblor en sus manos que me agarran, pero no me hieren. Noto su control sobre mí. De una forma que nada tiene que ver con la fuerza de su agarre, sino con su mirada perforando la mía. Su mirada que me arranca una respuesta. Que me la exige.

- Sólo he dicho la verdad. Sólo he respondido a tu pregunta.

   Por unos segundos, lo único que hacemos después que mi voz cale en el silencio del pasillo, es mirarnos fijamente. Tan cerca que nuestras narices casi se rozan. Noto en todo mi ser cómo se va calmando. Cómo si mi voz nos hubiese congelado a ambos. Sus ojos intentan conseguir alguna respuesta a una pregunta que no me ha formulado. Veo su confusión. Veo...su miedo. Abro mucho los ojos cuando un destello de miedo cruza en su azulada mirada. Yo lo veo y él sabe que lo he visto Y su rabia se enciende de nuevo soltándome bruscamente.

-Escúchame bien, niñata. No me vuelvas a insultar en tu puta vida- me dice con los dientes apretados. Yo niego rápidamente con la cabeza, confundida.

- Yo no...

   Sonríe, y esa repentina sonrisa me produce escalofríos, se acerca a mi oído y susurra. – Te puedo asegurar de que te arrepentirás te haberte cruzado en mi camino.

   Dicho esto, se aleja por el pasillo, yo me quedo mirando su ancha espalda hasta que desaparece por las escaleras. Sólo entonces el silencio del pasillo y las paredes grises, me engullen. Mi corazón se acelera y busco con la mirada desesperada la puerta de mi habitación. Cuando la encuentro, la abro y la cierro apoyándome en ella. No miro mucho alrededor. Veo gris. Gris allí donde me puedo mirar. Con un suspiro de derrota me deslizo por la puerta hasta sentarme en el suelo.

   Mi cerebro intenta ponerse al día con lo que ha pasado. Me toco los brazos, me los miro. Espero grandes marcas de manos allí, pero no hay nada. Esperaba que hubiera y, a la vez, sabía que no estarían.

   Una sonrisa rompe en mi cara sin proponérmelo. Él ha borrado todo. Durante el tiempo que estaba frente a mí, sólo veía colores. No había blanco ni negro. No estaba ese espantoso gris que persigue este lugar. Había...azul.

   Pienso en su sonrisa. Su hermosa y, diseñada para asustar, sonrisa. Sé que intentó que le tuviese miedo. Sé que intentaba esconderse de mí. Sé que no lo logró. Una risa burbujeante aflora en mi pecho al revivir el encuentro.

Sé que, por un instante, él vio todos los colores al mirar en mis ojos.

   Tengo mucha experiencia en mecanismos de supervivencia. Siempre he sido de proteger y guardarme las cosas para mí. Embotellar los sentimientos, preocuparme por el resto. Pero él tiene otra defensa. Hace que sus sentimientos se vuelvan oscuros. Ataca antes de que te ataquen. Puedo entenderlo. Si fuese tan fuerte como él, Richard no hubiese tenido ninguna oportunidad. Mi madre estaría bien. Mi hermano estaría bien. Yo no estaría tirada en el suelo del cuarto de un internado replanteándome si seguir a un chico con posibles problemas de ira, sólo porque me siento en paz a su lado.

Sí...te quiero, idiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora