Preferiría ver la cara a mi miedo:
es mil veces peor vivir con el temor a encontrarla.
***
En cuanto salió de las mazmorras, el tiempo pareció precipitarse. Caminando tan rápido como le permitía su túnica, dejó atrás la torre de Ravenclaw y subió ágilmente las grandes escaleras de caracol, sin prestar demasiada atención a los retratos que se movían entre los marcos de las paredes. Los movimientos inquietos de los peldaños ya eran prácticamente una extensión de sí misma, y los conocía tan bien que permitió que la llevaran a donde quería sin poner ningún impedimento.
Nada más llegar al tercer piso, siguió de frente por el estrecho pasillo, poco iluminado incluso a esas horas del día, y giró a la derecha, buscando la vieja puerta de madera que daba al aula. Estaba cerrada, pero las voces de sus alumnos podían escucharse desde interior, un murmullo tan familiar para ella que hizo que sus pulsaciones se calmaran de inmediato. Inhalando profundo, empujó la puerta y entró dentro.
Lo primero que notó fue que no había ni un solo pupitre libre en toda la clase; filas y filas de niños la contemplaban con esos ojitos expectantes, sentados con sus varitas sobre la madera y el libro que les había encargado abierto por la novena página. La mayoría de ellos estarían acostumbrados a convivir con la magia, tendrían familiares que les habrían explicado desde pequeños que algún día se convertirían en grandes magos o brujas— pero otros no tendrían la misma suerte. Y era por ellos, por esos alumnos que solo empezaban a comprender quiénes eran realmente y que la observaban con un rastro de fascinación en la mirada, por los que Marta había decidido años atrás ser profesora.
Fijó la mirada en una alumna sentada en la cuarta fila. Era la única que le estaba dando la espalda, y a medida que avanzaba entre las mesas, se dio cuenta de que sus manos estaban temblando. El corazón le dio un vuelco en el pecho. No podía estar segura al cien por cien, pero apostaría veinte galeones a que la carta de Hogwarts había sido una sorpresa bien grande para ella y su familia.
Cuando por fin llegó al frente de la clase, se detuvo frente a su mesa y, acariciando suavemente la punta de su varita con el índice, anunció:
—Buenos días —su voz sonó alta y clara en medio de la sala—. Me llamo Marta de la Reina y voy a ser vuestra profesora de Artes Oscuras este año.
Algunos de los alumnos empezaron a murmurar, seguramente aquellos que estaban al corriente de la mala fama que precedía a su apellido. Era de esperar. Incluso si los crímenes que había cometido Jesús no fueran de dominio público, Damián de la Reina tampoco podía presumir de tener buena reputación; todo el mundo sabía que era un Ministro serio, intransigente y estricto, por mucho que por el momento nadie pudiera reprocharle su falta de competencia.
—La lección de hoy será sencilla —continuó, dejando que la máscara a la que tanto tiempo atrás se había acostumbrado cubriera su rostro. Les miró uno a uno, sus ojos azules recorriendo caras adormecidas, desconfiadas y cautivadas por igual—. Hoy vais a aprender cuál es la base de esta asignatura.
Pocos metros más allá, un niño de pelo negro y lacio soltó un ruido molesto, cruzándose de brazos sobre el pupitre. Marta arqueó una ceja, elevando ligeramente la barbilla para señalarle.
—¿Cómo te llamas?
El niño tardó un par de segundos en darse cuenta de que se estaba dirigiendo a él. Mirando de un lado a otro a sus compañeros, se encogió de hombros antes de contestar:
—Tasio.
—Tasio —repitió—, ¿me puedes decir cuál es la base de las Artes Oscuras?
El alumno la miró aburrido, sus ojos negros como el azabache sugiriendo que no se la estaba tomando en serio.
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Amortentia
FanfictionMarta de la Reina lleva diez años siendo la profesora de Artes Oscuras del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, y solo cinco arrastrando el infame peso de su apellido. Juzgada por los pecados cometidos por su hermano mayor, deberá enfrentarse a l...