Bogotá se extendía bajo la ventana del despacho como un laberinto de cemento y asfalto, iluminado por las luces intermitentes de una ciudad que jamás dormía. El rugido lejano de los motores y las voces dispersas de la gente parecían fundirse en un murmullo constante, un susurro inquietante que recordaba a Armando Mendoza el peso de sus decisiones. Con la mirada perdida en el horizonte, sostenía en su mano un vaso de whisky, sintiendo el líquido ámbar quemar en su garganta. Había sido un día largo en Ecomoda, uno de esos días en que hasta respirar parecía una tarea agotadora.Por supuesto, los problemas no eran nuevos. Ecomoda estaba en una línea peligrosa, un abismo en el que un solo paso en falso podía significar la ruina. Armando había tenido noches en vela, estudiando papeles, revisando balances, intentando descifrar cómo mantener a flote una empresa que él mismo había llevado al borde. Betty, su asistente, era una pieza clave en su plan, una carta bajo la manga que él manejaba con maestría... o al menos, eso era lo que se decía a sí mismo cada noche antes de intentar dormir. Pero había algo que comenzaba a carcomer su conciencia, un vacío que ni el mejor whisky lograba llenar.
De repente, el sonido de la puerta al abrirse sacó a Armando de su ensimismamiento. Mario Calderón, su amigo y confidente, entró al despacho con la confianza de quien sabe que no necesita invitación. Su andar era seguro, su postura relajada, y en su rostro llevaba esa sonrisa cínica que siempre usaba como un escudo. Armando sabía que, detrás de esa expresión de burla constante, Mario guardaba sus propios secretos, tan oscuros y profundos como el whisky en su vaso.
Mario no esperó que Armando le diera la bienvenida. Cerró la puerta tras de sí y se acercó al ventanal, quedando a su lado, observando la misma vista, el mismo vacío.
-¿Qué miras, Armando? -preguntó Mario, con un tono de voz que parecía a medio camino entre la burla y la curiosidad.
Armando no apartó la vista de la ventana. Era más fácil hablar cuando uno no tenía que mirar a los ojos del otro.
-Mirando al vacío, Mario -respondió con un suspiro-. A veces siento que toda esta... pantomima, esta empresa, es solo una forma de distraerme de algo más.
Mario soltó una carcajada suave, esa risa que usaba para disimular su incomodidad.
-¿Tú, Mendoza, distraído? No me hagas reír. Sabes perfectamente lo que haces. A ti te gusta vivir al borde del abismo. No me engañas.
Las palabras de Mario flotaron en el aire, cargadas de una ambigüedad que Armando prefería ignorar. Se había acostumbrado a esa tensión no dicha, a esa mezcla de lealtad y rivalidad que siempre existía entre ellos. Sin embargo, en el silencio que siguió, había algo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar. Era como si ambos estuvieran atrapados en un juego de sombras y secretos, uno donde las reglas no estaban claras, pero en el que ambos sabían exactamente cuál era el riesgo.
-¿Qué te pasa, Mario? -preguntó Armando finalmente, rompiendo el silencio. Su voz era baja, casi un susurro.
Mario lo miró con esa expresión de suficiencia que siempre llevaba consigo, como si no hubiera nada que le importara en el mundo. Sin embargo, Armando conocía a su amigo lo suficiente para saber que esa fachada escondía algo más.
-Me preocupas, Mendoza -respondió Mario, cruzándose de brazos-. Últimamente te he visto... diferente. Más distraído, quizás. Como si algo te pesara.
Armando soltó una risa amarga y tomó un sorbo de su whisky.
-No me vengas con psicología barata, Mario. Si tengo algo en la cabeza, es porque estoy tratando de salvar esta empresa. Tú sabes lo que está en juego.
Mario asintió, sin perder su sonrisa.
-Claro, claro... la empresa. Siempre la empresa. Pero, ¿y tú? ¿Alguna vez te has detenido a pensar en lo que realmente quieres? Porque, si me permites decirlo, Armando, hay algo en tus ojos... algo que me dice que ni tú mismo estás seguro de lo que quieres.
Armando sintió que las palabras de Mario le golpeaban con fuerza, aunque intentó disimularlo. No era fácil para él admitir que, tal vez, su amigo tenía razón. Había momentos en que sentía que todo esto, toda esta farsa, no era más que un intento desesperado por llenar un vacío que ni él mismo lograba entender.
-No estoy aquí para psicoanálisis, Mario -dijo Armando, con un tono defensivo-. Estoy aquí para hacer lo que sea necesario para salvar Ecomoda, y si eso significa utilizar a Betty como parte de ese plan, entonces lo haré.
Mario lo miró fijamente, sus ojos oscuros brillando con una intensidad que Armando rara vez veía en él.
-Sabes, Armando, hay una línea muy delgada entre la ambición y la autodestrucción. A veces me pregunto cuánto estás dispuesto a perder antes de darte cuenta de lo que realmente importa.
Hubo un momento de silencio en el que ambos se miraron, como si intentaran leer en el otro las respuestas que no encontraban en sí mismos. Armando podía sentir el peso de la mirada de Mario, una mirada que parecía atravesarlo, desnudándolo de toda máscara, de toda pretensión. Era una sensación incómoda, y sin embargo, había algo en ella que le resultaba... necesario.
-¿Sabes qué, Mario? -dijo finalmente, con una sonrisa que apenas alcanzaba a disimular su frustración-. Me gusta pensar que tú estás aquí para recordarme todos mis errores, como si eso te diera algún tipo de placer.
Mario se rió, esta vez con una risa sincera, casi divertida.
-Tal vez lo haga, Mendoza. Tal vez me guste ver cómo te consumes en tus propios problemas, pero... también estoy aquí para asegurarme de que no termines ahogándote en ellos. Alguien tiene que hacerlo, ¿no?
Armando no respondió. En lugar de eso, volvió a mirar hacia la ciudad, hacia las luces que parpadeaban en la distancia como un recordatorio constante de la vida que se desarrollaba más allá de las paredes de Ecomoda. Había momentos en que deseaba poder escapar, alejarse de todo esto... pero sabía que ese era un sueño imposible.
-Tienes razón, Mario -dijo finalmente, con una resignación que no intentó ocultar-. Tal vez estoy perdiendo el control, y tal vez... solo tal vez, eres la única persona en quien puedo confiar para no dejarme caer.
Mario no dijo nada, pero en su mirada había una mezcla de compasión y algo más, algo que Armando no logró descifrar. Sin embargo, en ese momento, ambos supieron que, por más oscuro que fuera el camino, siempre tendrían al otro como una sombra fiel, una presencia constante en el laberinto de sus propias decisiones.
FIN del Capítulo 1
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La Sombra del Desengaño - Armario
FanfictionBogotá en los años 90: una ciudad donde las luces nocturnas apenas logran disipar la oscuridad de los secretos. En las alturas de Ecomoda, Armando Mendoza lucha por salvar su empresa, aunque el verdadero precio podría ser su propia alma. A su lado...