Las luces de la ciudad se reflejaban en el pavimento húmedo, distorsionadas por la lluvia que caía sin cesar. Armando caminaba solo por las calles de Bogotá, dejando que la lluvia le empapara el rostro mientras sus pensamientos se desordenaban en su mente. El eco de las palabras de Mario en el bar seguía retumbando en sus oídos, resonando en cada paso que daba.
-"Hay juegos que no perdonan"- había dicho Mario, con esa intensidad tan propia de él. Armando sabía que su amigo tenía razón, pero admitirlo sería aceptar que había llegado a un punto sin retorno.
Desde ese último encuentro, la tensión entre él y Mario se había hecho casi palpable, como una cuerda que amenazaba con romperse en cualquier momento. Mario era la única persona en la que Armando confiaba realmente, el único que conocía sus secretos, sus verdaderos temores. Y, sin embargo, ahora sentía que esa cercanía le daba un poder sobre él que Mario utilizaba a su favor, consciente de que podía ver más allá de las mentiras.
De vuelta en su departamento, Armando intentó sumergirse en la tranquilidad del silencio, pero sus pensamientos no le permitían descansar. Había algo en la forma en que Mario lo había mirado esa noche, una intensidad que no lograba quitarse de la cabeza. Era como si en cada palabra, en cada gesto, hubiera un mensaje oculto, una verdad que él mismo no estaba listo para enfrentar.
El teléfono sonó, interrumpiendo el pesado silencio de la habitación. Armando se estremeció al ver el nombre de Mario en la pantalla. ¿Por qué lo estaba llamando a esa hora? Dudó un instante antes de contestar, pero, al final, la curiosidad y la necesidad de escucharlo fueron más fuertes.
-¿Aló? -respondió, intentando sonar despreocupado.
-Armando, necesito verte -dijo Mario, en un tono que denotaba urgencia. No era la voz despreocupada y sarcástica que solía usar; esta vez había algo más en su tono, algo que Armando no podía ignorar.
-¿Qué ocurre? -preguntó Armando, inquieto.
-No por teléfono. Nos vemos en el bar, en el mismo lugar de siempre -respondió Mario antes de colgar sin darle tiempo a responder.
Un extraño presentimiento se apoderó de Armando. No era normal que Mario lo llamara con ese tono, y menos aún que insistiera en verse a esas horas. Algo en su voz le había hecho sentir que esta vez no se trataba de una simple charla sobre el plan o de una advertencia sobre Betty. No, esto era algo mucho más serio.
Sin perder tiempo, se puso su abrigo y salió a la calle, ignorando la lluvia que aún caía con fuerza. La noche parecía aún más oscura que de costumbre, como si las sombras que lo rodeaban fueran un reflejo de su propio estado de ánimo. No podía negar que algo en su interior se removía con cada paso que daba, una mezcla de ansiedad y anticipación que no lograba comprender.
Cuando llegó al bar, Mario ya lo estaba esperando en la esquina de siempre, con el ceño fruncido y una expresión que Armando no lograba descifrar. Era extraño verlo así, tan serio, casi vulnerable. Sin decir una palabra, se sentó frente a él, esperando a que fuera Mario quien rompiera el silencio.
-Armando -comenzó Mario, en un tono que denotaba una mezcla de frustración y preocupación-. Necesito que seas sincero conmigo.
Armando lo miró, sorprendido. No estaba acostumbrado a ver a Mario tan... vulnerable. Sabía que había algo en su voz, en sus gestos, que denotaba una especie de tensión que no lograba entender.
-¿De qué estás hablando, Mario? -preguntó, intentando sonar calmado, aunque la mirada de su amigo lo hacía sentirse inquieto.
Mario lo miró a los ojos, como si intentara ver más allá de las palabras, como si buscara una verdad que Armando no estaba dispuesto a admitir.
-Sabes a lo que me refiero -dijo, con una intensidad que lo hizo estremecerse-. Quiero saber qué está pasando realmente, Armando. Quiero saber si alguna vez has pensado en... nosotros.
Hubo un momento de silencio en el que ambos se quedaron mirándose, compartiendo una complicidad que iba más allá de las palabras. Armando sintió que el aire en sus pulmones se volvía pesado, que el peso de lo no dicho se hacía cada vez más insoportable.
-Mario... -comenzó a decir, sin saber exactamente qué palabras usar.
-No me des excusas, Armando -lo interrumpió Mario, en un tono que denotaba una mezcla de dolor y desesperación-. Solo quiero la verdad. Estoy cansado de juegos, de mentiras. Solo quiero saber si alguna vez te has detenido a pensar en lo que hay entre nosotros.
Armando bajó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de los ojos de Mario. No sabía cómo responder, no sabía si estaba listo para enfrentar la verdad que había intentado ignorar durante tanto tiempo. Había algo en su relación con Mario que siempre había sido diferente, algo que había preferido enterrar bajo capas de racionalidad y excusas.
Pero en ese momento, en medio de aquel bar oscuro, con la voz de Mario resonando en sus oídos, supo que ya no podía seguir evadiendo la realidad.
-Mario, yo... -comenzó a decir, con la voz temblorosa-. La verdad es que no sé qué responderte. Todo esto... todo lo que he sentido... no es algo que pueda explicar con palabras.
Mario asintió, como si entendiera perfectamente lo que estaba tratando de decir.
-No necesito que me lo expliques, Armando -respondió, en un tono más suave-. Solo quería saber que no estaba solo en esto, que no soy el único que ha sentido... algo más.
Hubo un momento de silencio en el que ambos se quedaron mirándose, compartiendo una comprensión que no necesitaba de palabras. En ese instante, Armando comprendió que lo que había entre ellos iba más allá de cualquier plan, de cualquier ambición. Había algo en la relación con Mario que era único, algo que él mismo no lograba entender completamente.
-Nunca has estado solo, Mario -dijo finalmente, con una sinceridad que lo sorprendió a él mismo.
Mario sonrió, una sonrisa triste pero sincera, como si finalmente hubiera encontrado la respuesta que tanto había buscado.
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La Sombra del Desengaño - Armario
FanfictionBogotá en los años 90: una ciudad donde las luces nocturnas apenas logran disipar la oscuridad de los secretos. En las alturas de Ecomoda, Armando Mendoza lucha por salvar su empresa, aunque el verdadero precio podría ser su propia alma. A su lado...