Bajo las Sombras

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La noche envolvía la ciudad como un manto pesado, casi sofocante. El aire de Bogotá estaba cargado de un calor inusual, opresivo, que hacía parecer que cada respiro tenía una carga en lugar de un alivio. Armando había tenido un día tan agotador en Ecomoda que no podía recordar la última vez que se había sentido así de abrumado. A veces sentía que llevaba un peso imposible sobre sus hombros, un peso que él mismo había elegido soportar y que se negaba a compartir con nadie... excepto con una persona.

Como si Mario lo hubiera leído en su mente, esa misma tarde lo convenció de ir a su bar favorito, ese lugar donde el tiempo parecía detenerse y las luces apenas lograban iluminar las sombras que habitaban cada rincón. Era un sitio apartado, frecuentado por personajes de dudosa reputación, un lugar donde nadie hacía preguntas y todos parecían tener algo que esconder. Entre el humo espeso y los murmullos de conversaciones clandestinas, Armando y Mario se sentaban en una esquina apartada, casi ocultos del resto del mundo.

Mario lo observaba en silencio mientras jugaba con su vaso de whisky, girándolo suavemente entre sus manos, como si intentara encontrar las respuestas que Armando no lograba articular. Los ojos de Mario eran oscuros, perspicaces, y en ellos se adivinaba un aire de complicidad, una especie de comprensión silenciosa que no necesitaba de palabras.

-¿Cuánto tiempo más piensas seguir con este plan, Armando? -preguntó Mario finalmente, rompiendo el silencio, aunque su voz apenas era un susurro que se mezclaba con el murmullo del bar.

Armando lo miró con una mezcla de agotamiento y desafío. Sabía exactamente a qué se refería Mario. Sabía que estaba hablando de Betty, de ese juego perverso en el que él mismo se había sumergido, un juego en el que las mentiras y las falsas promesas eran su única moneda de cambio.

-¿Te refieres a lo de Betty? -preguntó Armando, intentando que su voz sonara despreocupada, pero el nombre de su asistente le cayó como una piedra en el estómago. Betty era la pieza clave de su plan, sí... pero también era una mujer, una persona a la que él estaba utilizando como si fuera un simple objeto, una ficha en un tablero.

Mario asintió, manteniendo su mirada fija en el vaso de whisky, sin levantar la vista. Parecía sumido en sus propios pensamientos, como si cada palabra que estaba a punto de decir fuera un reflejo de algo mucho más profundo.

-No sé cuánto tiempo más podrás mantener la farsa -dijo Mario, en un tono que sonaba casi a advertencia-. Es un juego peligroso, Mendoza. Uno de esos juegos en los que, si no tienes cuidado, puedes terminar perdiendo algo más que tu empresa.

Armando soltó una carcajada amarga, pero en su mirada se adivinaba una sombra de duda, una sombra que Mario conocía demasiado bien.

-Y tú siempre estás ahí para recordármelo, ¿no? -respondió Armando, intentando sonar despreocupado, aunque en el fondo sabía que Mario tenía razón. Había algo en este plan, algo en esta constante manipulación, que comenzaba a hacerle sentir que estaba perdiendo el control de su propia vida.

Mario lo miró entonces, con esa expresión que siempre lograba desconcertarlo. Había algo en su mirada, una intensidad que parecía ir más allá de la simple amistad o la preocupación por el negocio. Era como si Mario estuviera viendo algo en él que ni siquiera él mismo podía ver.

-Es mi trabajo -respondió Mario, sin vacilar-. No voy a dejar que te hundas sin hacer nada, Armando. Pero te advierto una cosa: hay juegos que no perdonan. Y este... este tiene todas las cartas en contra.

Hubo un momento de silencio en el que ambos se quedaron mirándose, compartiendo una complicidad silenciosa que iba más allá de las palabras. Era como si ambos entendieran, sin necesidad de decirlo, que había algo en esta relación que los mantenía atados, algo que no tenía nada que ver con la lealtad a una empresa o a un plan de negocios. En ese instante, en ese bar oscuro y lleno de sombras, ambos sintieron el peso de lo no dicho, de aquello que siempre quedaba entre líneas, en cada conversación, en cada mirada.

Armando desvió la mirada, incómodo. Sentía el corazón latir con fuerza en su pecho, una sensación que no lograba entender. No quería reconocerlo, pero había algo en la presencia de Mario, en su proximidad, que lo hacía sentir expuesto, vulnerable. Y esa vulnerabilidad era algo que él no podía permitirse, no ahora, no en medio de todo este caos.

-Estás exagerando, Mario -dijo finalmente, intentando recuperar su tono de voz firme-. Todo está bajo control. Betty es una pieza del plan, y cuando todo esto termine, cada uno seguirá su camino. Nada de esto es personal.

Mario soltó una risa, una risa que sonó amarga y cargada de escepticismo.

-¿Nada de esto es personal? Vamos, Armando. Sé que eres un buen actor, pero a mí no me engañas. Esta farsa que estás montando... no es solo por la empresa. Hay algo más. Algo que ni siquiera tú quieres admitir.

Armando sintió un escalofrío recorrer su espalda. Era como si Mario hubiera tocado una fibra demasiado sensible, una parte de él que él mismo había intentado reprimir. ¿Era posible que estuviera tan cegado por su ambición que había perdido de vista lo que realmente importaba? ¿O era simplemente que Mario lo conocía demasiado bien, al punto de poder ver más allá de las máscaras que él mismo había construido?

-No sé de qué hablas, Mario -respondió Armando, en un tono defensivo, aunque sabía que estaba mintiendo. Sabía que, en el fondo, había algo en este plan que iba más allá de lo racional, algo que él mismo no lograba entender.

Mario lo miró en silencio, con una expresión de comprensión y algo más, algo que Armando no lograba descifrar. Era como si Mario estuviera viendo a través de él, como si pudiera ver todas las dudas, todos los miedos que él mismo se negaba a admitir.

-Cuídate, Mendoza -dijo finalmente Mario, en un tono que sonaba casi a advertencia-. No vaya a ser que un día descubras que has perdido algo más que una empresa.

Las palabras de Mario quedaron suspendidas en el aire, como una sombra que se negaba a desaparecer. Ambos sabían que, aunque se negaran a admitirlo, había algo en esta relación que los mantenía unidos, algo que iba más allá de los negocios, de la lealtad o de la amistad. Y, en ese momento, en medio de las sombras de aquel bar, ambos comprendieron que el verdadero juego apenas había comenzado.

La Sombra del Desengaño - ArmarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora