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Al día siguiente, Cancelo mandó a llamar a Félix para desayunar juntos en el comedor del palacio y poder hablar más tranquilamente. Al llegar, Félix, apoyado en sus muletas, se acercó a la mesa donde el príncipe le hizo una seña para que tomara asiento. Cancelo lo miraba con una sonrisa relajada.

—Me informaron que al final comiste todo —comentó intentando romper el hielo.

Las mejillas de Félix se tornaron rojas de vergüenza, pero no respondió.

Tierno.

—¿Cómo te llamas? —preguntó el príncipe.

—João Félix…

El nombre resonó en la mente de Cancelo, trayendo consigo una imagen de la familia campesina que lo había ayudado. La familiaridad cobró sentido. Pero antes de que pudiera expresar su sorpresa, el mayordomo se acercó e inclinó respetuosamente.

— Su Alteza, la reunión de la corte ha comenzado.

Cancelo asintió y se levantó, lanzando una última mirada al chico antes de irse. —Puedes moverte por el castillo si quieres. Estarás vigilado, pero… no tienes que quedarte confinado en la habitación —dijo, con una pequeña sonrisa antes de retirarse.

———

Félix aprovechó la libertad, recorriendo los pasillos y explorando el castillo. La tarde lo encontró en los jardines, donde se quedó podando las flores, concentrado en ordenar cada planta. Entonces, sintió una mirada sobre él y al alzar la vista encontró a Cancelo observándolo.

—Así que aquí estabas —dijo el príncipe, con tono amigable. Al ver que Félix no respondía, prosiguió— ¿Por qué estás tan molesto?

Félix levantó las tijeras de podar y se las señaló. —Aléjate. Apenas tenga la oportunidad, me iré.

Cancelo, ágil, le arrebató las tijeras y las sostuvo con confianza. — No me amenaces, se defenderme.

El joven campesino lo miró con incredulidad.

—¿Vas a decirme qué te pasa? —insistió, cruzando los brazos y sentándose a su lado, sin intención de dejarlo solo.

— Solo déjame en paz.

— No quiero.

Despues de un largo silencio incómodo y un suspiro resignado, Félix habló, mirando al suelo. —Cuando mi padre te llevó al palacio después de encontrarte en el bosque, nunca volvió. Lo arrestaron, lo torturaron, creyendo que él fue quien robó el carruaje. Murió hace dos años y nunca le creyeron.

La sorpresa y la culpa se reflejaron en el rostro del mayor, comprendiendo al fin el porque de su odio.

—Lo siento… No sabía. Si hubiera sabido… —Cancelo bajó la voz, consciente de que ninguna disculpa aliviaría el dolor de Félix.

Félix se levantó, recogiendo sus muletas sin mirar atrás. —No necesito tu lástima.

—¡No lo sabía! —gritó Cancelo, con frustración—. Cuando intenté agradecerle, me dijeron que le habían dado un puñado de monedas de oro y que se había ido. ¡Perdón! Yo les creí... debí… debí haberlo buscado…

João Félix estaba demasiado devastado.

——

—¡Padre! —gritó con furia mientras abría las puertas de la sala de té de un empujón.

—Ten más decencia, João Pedro. —dijo la reina, que estaba sentada tranquilamente tomando té.

—¿Por qué? ¿Por qué lo dejaron morir? —exclamó, con la voz llena de rabia.

principe  |  cancelix Donde viven las historias. Descúbrelo ahora