Capítulo 1: el llamado del bosque

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Capítulo 1: El Llamado del Bosque

Desde pequeñas, Elara y Lena habían oído las historias de Ravenshire. A veces, a la luz del fuego, sus padres les hablaban de cómo el bosque parecía tener vida propia, lleno de sombras que se movían al ritmo de una voluntad antigua. Pero a diferencia de Lena, que evitaba las profundidades de Ravenshire, Elara siempre había sentido una extraña conexión con ese lugar, un lazo que nadie más entendía.

Aquella tarde, mientras Lena la observaba desde la ventana, Elara se dirigió una vez más hacia el bosque. Algo en su hermana mayor la inquietaba cada vez que desaparecía entre los árboles, pero Lena sabía que detenerla era imposible. Sin embargo, esa vez decidió alcanzarla antes de que se adentrara demasiado.

—¿Otra vez vas a entrar al bosque? —preguntó Lena, con un tono de preocupación y una ligera reprimenda en la voz.

Elara giró sobre sus talones y le sonrió. La luz del atardecer hacía brillar sus ojos, dándoles un destello casi sobrenatural.

—Siempre me preguntas lo mismo, —respondió, sin perder la sonrisa. Sabes que Ravenshire nunca me hará daño. Me entiende, Lena. ¿No lo sientes tú también?

—¿Sentir qué? Todo lo que siento es miedo cada vez que te veo cruzar los límites del pueblo. —Lena miró hacia las sombras del bosque, que parecían alargarse a medida que el sol bajaba. No entiendo cómo no te asustan esos árboles. Todos en el pueblo dicen que Ravenshire tiene un poder oscuro.

Elara se encogió de hombros y dio un par de pasos hacia el bosque, como desafiando el temor que inspiraba en los demás.

—Eso dicen ellos, —respondió con suavidad. Pero yo veo algo más. Hay un misterio aquí, Lena, y siento que es mío descubrirlo.

—Es solo un bosque, —insistió Lena, tratando de sonar lógica. Nada bueno puede salir de ir más allá de los caminos que conocemos.

Elara dejó escapar un suspiro y tomó la mano de Lena, atrayéndola hacia los primeros árboles. Tocó el tronco de un roble con la yema de los dedos, como acariciando una piel conocida.

—Los árboles están vivos, Lena. Cuando los toco… es como si me susurraran secretos. —Se giró hacia su hermana y sonrió. No estoy sola cuando estoy aquí.

Lena sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Elara… esto es peligroso. Por favor, vuelve conmigo.

Elara le acarició el rostro suavemente, con una ternura casi melancólica.

—Volveré pronto, te lo prometo.

Y, antes de que Lena pudiera insistir, Elara se adentró en el bosque, dejando solo su risa suave resonando entre los árboles.

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Un Atardecer Inquietante

Lena esperó, sentada cerca de la ventana, con el ceño fruncido y la mirada fija en la línea de árboles que marcaba el límite de Ravenshire. El sol comenzó a descender y las sombras se alargaron, hasta que el bosque quedó envuelto en una penumbra casi irreal.

Horas después, Lena empezó a recorrer el pueblo, buscando a alguien que pudiera ayudarla a encontrar a su hermana. En la taberna, algunos vecinos levantaron la vista al verla entrar, notando la preocupación en su rostro.

—Elara no ha regresado del bosque, —dijo con voz tensa. ¿Podrían ayudarme a buscarla?

Los murmullos comenzaron a recorrer la sala. Uno de los hombres, un anciano de rostro endurecido por el tiempo, negó con la cabeza.

—Muchacha, Ravenshire no suelta a los que reclama, —dijo con un tono sombrío. Tu hermana… ha escuchado demasiado a ese bosque.

Lena lo miró con incredulidad.

—¿Qué quiere decir? Ella solo paseaba. No hay razón para pensar que le haya pasado algo.

Otra mujer, que Lena recordaba como la curandera del pueblo, se acercó a ella con un suspiro.

—A todos los que sienten el llamado del bosque, Ravenshire los reclama tarde o temprano, —dijo en un susurro. Tu hermana no es la primera. Han habido otros…

Lena frunció el ceño.

—¿Por qué nadie dice algo? ¿Por qué todos actúan como si esto fuera normal?

El anciano le lanzó una mirada severa.

—Porque no hay nada que hacer. Ese bosque es antiguo y tiene sus propias reglas. Ya ha atrapado a Elara.

—Eso no es cierto. Ella aún está allá afuera, —insistió Lena. No pienso dejarla.

Los aldeanos bajaron la vista, evitando sus ojos. La curandera tomó la mano de Lena y le dio una pequeña bolsita de hierbas.

—Si insistes en entrar, lleva esto contigo. Te protegerá de algunos de los espíritus menores… pero más allá de eso, el bosque no permitirá que hagas nada en su contra.

Lena guardó las hierbas, agradeció a la mujer, y salió con el corazón palpitante, sin intención alguna de abandonar a su hermana.

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El Primer Susurro

Al amanecer, Lena se adentró en Ravenshire. El bosque parecía diferente al cruzar los límites del pueblo, como si un silencio absoluto lo envolviera. Cada paso resonaba, y el crujido de las hojas bajo sus pies parecía un susurro en la distancia.

Después de un rato, Lena comenzó a notar que los árboles parecían cerrarse a su alrededor, creando un pasillo oscuro que guiaba sus pasos. Entonces, algo la hizo detenerse. Un murmullo, suave y lejano, resonó entre las hojas.

—No está sola…

Lena contuvo la respiración, sintiendo un nudo en el estómago.

—¿Quién está ahí? —preguntó, girándose, su voz apenas un murmullo.

La respuesta llegó en un eco bajo, mezclado con el viento que agitaba las ramas.

—No temas… Elara aún escucha…

Por un momento, el miedo en Lena dio paso a la esperanza. Quizás Elara seguía viva, en alguna parte del bosque, esperándola. Pero antes de poder avanzar, algo llamó su atención: una figura entre las sombras. Un hombre de cabello oscuro y expresión solemne, que parecía surgir de entre los árboles.

—¿Quién eres? —preguntó Lena, sintiendo un escalofrío.

Él no respondió de inmediato. La miró en silencio, sus ojos tan oscuros como la profundidad del bosque, antes de pronunciar, en un tono que sonaba casi a advertencia:

—Debes marcharte. Este bosque no te quiere aquí.

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