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«¿Te gusta tu regalo, cumpleañera?» pregunta Anthony humeante.
Su mano izquierda te recorre las lumbares mientras estás tumbada en su regazo, desnuda, con el costoso tejido de sus pantalones a medida haciéndote cosquillas en la suave piel del vientre.Eres incapaz de pronunciar palabras; sólo un gemido vacilante como respuesta, la bola de metal como un peso frío en tu interior. Y éste es sólo el más pequeño y el primero de cuatro.
Es uno de sus regalos para ti. El año pasado fue un consolador de cristal inspirado en su polla. Este año son bolas anales: acero inoxidable de alta calidad, unidas por una cadena, cuatro bolas, cada una de ellas cada vez más grande. Al final, un anillo del que tirar.
Su mano derecha lleva un guante de látex, y sus dedos lubricados se arremolinan alrededor de tu culo, preparándote para lo siguiente mientras respiras profunda y tranquilamente, con tu cuerpo aferrado a su invasión con tanta fuerza. Puedes sentir el soplo de su aliento en tu columna mientras se concentra en prepararte, lento y constante. Es la primera vez que pruebas un juguete así, y sólo en él confiarías para hacerlo.
«¿Lista?» Su pregunta es esperanzadora pero paciente.
«Sí...», suspiras, tratando de relajar todo tu cuerpo cuando sientes el frío metal sobre tu apretado agujero, y luego un estiramiento cuando él empuja el metal con dos de sus dedos. Con un siseo, tu cuerpo acepta el cordón ligeramente más grande, cerrándose alrededor de la cadena.
La otra mano de Anthony acaricia suavemente tu nalga. «Bien hecho, a mitad de camino. ¿Cómo te sientes?»
«Muy llena ya....», confiesas con la respiración agitada, acostumbrándote a la extraña pero no desagradable sensación.
«Te prometo que valdrá la pena», te anima con voz áspera. «Cuando te folle con esto puesto, te correrás tan fuerte que verás las estrellas....».
Esa sucia promesa hace que te retuerzas sobre su regazo, apretando tu cara sonrojada contra el cojín del sofá, con un hilito de humedad escapando de tu coño, tan ansiosa por lo que te promete, tanto que tienes un sabor agrio en la boca.
«Más, Anthony», exhalas, suplicando tácitamente.
«Oh, eres tan perfecta», balbucea, metiendo dos dedos dentro de ti, presionando más profundamente las gotas que ya tienes dentro, de modo que gimes suavemente.
Hay una pausa y, aunque el movimiento de la tapa del frasco es una advertencia, te sobresaltas un poco cuando un chorro de lubricante cae justo sobre tu piel fruncida. Sus dedos vuelven a retirarse y oyes a Anthony recubrir el siguiente. Tus dedos se enroscan en el borde del cojín mientras esperas su circunferencia, enterrando la frente en su acolchado, intentando mantener la respiración tranquila. Gimoteas cuando empieza la presión. Esta perla aún no es tan ancha como su polla, que es la última, pero sigue pareciéndote considerable, y sientes que tu cuerpo lucha contra su constante empuje.
