Maine
Una sensación de humedad bajando por el cuello me obligó a despertar, me toquetee el lugar en busca de la fuente y ¡oh, vaya!. Era saliva, me quedé dormida con la boca abierta y me babeé toda, nada me daba más asco que eso —y los gusanos, claro —me limpié con el borde de la blusa que usaba como pijama al tiempo que alcanzaba mi teléfono.
—¡Es de madrugada! —me precipité a dejar el sillón de suelo y fui a mi habitación dando tumbos, dormitada.
Al llegar, me dejé caer en la cama y volví a dormirme sin tratar de acomodarme mejor.
Cinco minutos después —según yo —sonó la alarma de Lucía, anunciando que eran las 6 a.m. y por lo tanto, hora de levantarse.
—¡Despierta Maine, ya es hora! —gritó Lu desde su habitación.
—Ya estoy despierta, no hagas escándalo —respondí haciendo el intento de levantarme.
Los lunes. No había día que odiara más de toda la semana —quizá el martes también, y el miércoles —ningún día en el que tuviera que pisar la escuela me agradaba mucho, pero ese no era el punto.
Los lunes, el único día en el que debía ir a trabajar temprano porque era la hora picó en la cafetería que atendía y me pagaban más de lo normal.
Me duche rápido, me coloqué el uniforme soso de la cafetería que constaba de un pantalón negro, una camisa blanca de cuello, una gorra color verde oscuro con un bordado que decía "Donut Express" y un delantal con las mismas características de la gorra que ya me pondría al llegar al trabajo.
Al salir de la habitación me encontré con Lucia, sentada en el suelo rodeando la pequeña mesa.
—Te preparé un sándwich —mencionó Lu, con las mejillas llenas —y lo metí en una bolsa por si no te daba tiempo de comerlo ahora.
¿Qué sería de nosotras sin ella?
—Gracias Lu, debo irme o se hará tarde —hablé muy rápido pero me entendió.
—Claro, nos vemos en el almuerzo.
Asentí con la cabeza y me dí prisa al salir, no comprendía cómo aunque nos levantaramos a la misma hora o tuviéramos que hacer mil cosas, Lucía siempre estaba lista a tiempo.
Agradecía que la cafetería estuviera a sólo dos calles de la residencia, no debía caminar tanto para llegar a ella. Entré al local por la puerta de servicio mientras me colocaba el delantal y la gorra.
—Buenos días, Mantis —saludó alegremente un muchacho de mi edad.
—Buenos días, Ford —contesté de igual forma.
Ford era un chico que estudiaba la misma carrera que yo, trabajaba en el mismo lugar que yo, tenía el mismo horario que yo, y sin embargo, era mucho mejor que yo. Tanto en el trabajo como en la escuela, lo hacía todo bien. Era una especie de Lucía en versión masculina.
Durante los dos meses que llevábamos trabajando y estudiando juntos ganamos bastante confianza, y nos volvimos muy unidos, algo que dio muy buenos resultados tanto en la escuela como en el trabajo.
—Hay un hombre en la mesa dos, está pensando que ordenar, ¿podrías atender? Se atascó una cafetera —pidió Ford mientras sostenía un desarmador.
—Pero... nosotros no atendemos las mesas —le recordé.
—Es un hombre mayor, seguro que tiene dudas con el menú. Además estaba aquí esperando a que abriéramos.
No le di más vueltas, me dirigí al mostrador, tomé una pequeña libreta, una pluma y puse mi más alegre sonrisa para después dirigirme a la mesa en la que se encontraba el señor canoso.
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El Desastre Que Somos.
RomanceHacía una preciosa tarde otoñal el día que se conocieron.