A la mañana siguiente, Becky se despertó y se dio cuenta de que Irin ya no estaba en la cama. Bajó las escaleras y la encontró en la cocina preparando el desayuno.
—¿Tan temprano y ya estás despierta? —dijo Becky con una pequeña sonrisa mientras bajaba las escaleras.
—Pues sí, ¿y qué? —respondió Irin mientras continuaba con el desayuno.
—Nada, nada, solo que es raro verte despierta tan temprano, jaja.
Irin se quedó en silencio un momento, y su expresión se tornó seria.
—De hecho, esta mañana llegó un paquete.
Becky la miró, confundida.
—¿Un paquete? ¿De qué?
—Parece que es para ti, tiene tu nombre.
Becky frunció el ceño y se acercó a ella.
—¿Dónde está?
Irin señaló con la cabeza hacia la mesa, donde estaba el paquete. Becky se acercó, tomó un cuchillo y lo abrió. Dentro había dos cajas de chocolates, unas rosas hechas con listones y, al fondo, una carta que decía: "Sé que no me conoces, pero yo sí a ti. Pronto sabrás quién soy y por qué hago todo esto".
Becky se quedó mirando el contenido, confundida, y se dio la vuelta para preguntarle a Irin:
—¿No viste quién lo dejó?
Irin negó con la cabeza mientras servía el desayuno y lo dejaba en la mesa.
—Solo escuché el timbre y, cuando salí, ya estaba ahí.
Becky se quedó pensando en quién podría ser la persona que dejó eso en su puerta, pero no se le ocurrió nadie.
De pronto escucharon un sonido y ambas voltearon a ver. Era Nam, quien estaba bajando las escaleras mientras bostezaba. Ambas soltaron un suspiro de alivio y volvieron a mirar el paquete y su contenido. Nam se acercó y, al ver la caja y lo que había dentro, preguntó:
—¿Qué es todo eso?
—Parece que nuestra amiga tiene un admirador secreto, ¡y con tan pocos días que llevamos aquí! —dijo Irin mientras terminaba de poner la mesa.
Becky la miró con seriedad.
—No juegues, Irin, esto es serio. ¿Cómo supieron nuestra ubicación?
Irin giró los ojos.
—Uy, pues perdona, ¿y yo qué sé? Capaz nos vieron o escucharon cuando le diste la dirección al conductor.
Becky se quedó pensando un momento.
—No creo que eso haya pasado; el conductor tenía las ventanas cerradas.
Las tres se quedaron reflexionando sobre cómo alguien habría conseguido su dirección.
—Quién sabe cómo lo hicieron, pero yo tengo hambre —dijo Nam, sentándose en la mesa y comenzando a comer.
—Sí, deberíamos comer y después pensar en eso, Becky —agregó Irin.
Becky asintió y las tres se sentaron para desayunar. Aun así, no paraban de pensar en quién podría haber enviado el paquete. De repente, Irin dijo:
—¿Y si fue uno de nuestros amigos tratando de hacernos una broma?
Becky se quedó pensativa.
—Puede ser que haya sido eso.
Nam, que estaba comiendo y no podía hablar con la boca llena, asintió en señal de acuerdo. Cuando finalmente terminó de masticar, le dijo a Irin:
—Oye, cocinas muy rico. Deberías hacerlo más seguido.